“Quiero ser pipa de calabaza y que alguien me pele”

tate-modern-london-ai-weiwei-sunflower-seeds-06-570x360Así, con esta extraña e insólita argumentación me sorprendía a primera hora de la mañana una compañera entrando en mi despacho dispuesta a dedicar parte de nuestro pequeño descanso laboral a realizar terapia, algo que venimos haciendo desde hace meses ejerciendo de terapeutas improvisadas y, por supuesto, aficionadas la una para con la otra. Probablemente estemos incurriendo en todos y cada uno de los errores del manual de malas prácticas del psicólogo –si es que lo hay –tendiendo a simplificar o bien intensificar nuestras situaciones, transfiriendo los síntomas de la una a la otra, mezclando la relación personal con la profesional e incluso ejerciendo la esclavización del paciente, ya que después de este tiempo de tratamiento no queremos otros profesionales. Sin embargo, de momento a nosotras nos vale. Lo que no quita mi absoluto reconocimiento a estos profesionales que realizan una labor fundamental en una sociedad falta de cordura. Algo a lo que, por supuesto, también aportan los taxistas de todo el país que históricamente han escuchado penas y alegrías, más las primeras que las segundas, de todo ciudadano español.

En este sentido, y en defensa de los profesionales de la psicología diré que, desde mi punto de vista, los terapeutas deberían ser como los peluqueros, los mecánicos, los pescaderos y los fontaneros, todo el mundo tiene uno de confianza. En mi caso también sumaría al ‘gasolinero’ ya que últimamente es quien me asesora en materia de compra de nuevo vehículo: “Este coche ya se te ha quedado pequeño a ti. Yo te veo más con uno como el de tu hermana, un Audi, o con un ‘golfito’ –comentaba cariñosamente -. Sí, ese te pega”, me aconsejaba mientras repostaba.

Pero a lo que iba, tras la confesión de mi amiga, mi primera reacción fue como la que imagino que habéis tenido vosotros, sin la menor idea de lo que quería expresar o transmitir ‘mi paciente’ con dicha alegoría, aunque tengo que reconocer que ya me tiene bastante acostumbrada a estos símiles y fábulas para representar la realidad de una forma mucho más manejable. Aún recuerdo el día que redujo la población mundial a “peones y reyes” de ajedrez asegurando que además de estas dos figuras, que serían aquellas que son conscientes de su propia realidad, “hay peones con cabeza de rey y reyes con cabeza de peón” que son los que sufren la impotencia de estar en una vida que no les corresponde. Y este es sólo un ejemplo. Sin embargo, tras escuchar sus primeras explicaciones del síntoma que padecía he captado su preocupación.

“Necesito que alguien me apriete fuerte entre los dientes y me quite toda la cáscara que me sobra”. ¡Como entiendo lo que sientes! –he pensado al escucharla -¿Vosotros no? ¿No habéis sentido la necesidad de querer quitarte todo lo que te sobra? Y no me refiero a los kilos, para los que están pensando ya en la operación bikini, sino a esas sensaciones, rutinas e incluso personas que en un momento determinado te das cuenta que no suman nada en tu vida, es más incluso restan. Sobre todo porque te restan energía y naturalidad y no te dejan ser lo que eres. Sentir la necesidad de desprenderte de todo lo viejo, lo duro, lo superficial… de la cáscara de tu vida y quedarte con la ‘pipa’ más blanda y más pura. Pues yo sí lo he sentido, y de un tiempo a esta parte intento huir de aquellas personas o situaciones que me convierten en cascara, por supuesto no siempre de forma voluntaria –otras vez sí – y para conseguirlo intento ponerme o imponerme rutinas nuevas que puedan cambiar mi condición, a partir de ahora quiero ser pipa pelada.

Imagen: 100 millones de pipas en la Sala de las Turbinas de la Tate Modern. Artista: Wei.
Publicado en La Opinión de Murcia el 28 de Marzo 2015.

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