Quizás sean estas las palabras más difíciles de escribir de mi vida (al menos hasta el momento), las que más trabajo me cuesten y las que rubrico más emocionada. Quizás también debiera haberlas escrito mucho antes. Pero aunque no las dejase por escrito, me consta que él conocía el agradecimiento y el profundo amor que sentía su familia. He escrito decenas y decenas de perfiles en prensa de personajes públicos –sobre todo de políticos –sin conocer apenas nada de sus vidas personales, sin embargo ahora que trato de hacerlo de quien lo conozco todo me surgen las mayores dificultades. Sin embargo, pese a los apuros que yo pase, creo que merece este recuerdo, no por la relación que lo unía conmigo, sino porque mi padre era un hombre completamente excepcional, y quien lo conoció lo sabe.
Nunca es buen momento para despedir a alguien a quien quieres, por eso no diré que el que la partida haya sido completamente inesperada sea más duro o menos que cuando ves alejarse a alguien poco a poco. Es duro, sin más, y es muy difícil encontrar consuelo tras el adiós, porque el dolor viene del amor que se tiene a esa persona, independientemente de las circunstancias, y todos aquellos que hayáis pasado por esta situación me entenderéis.
Así, horas después de su marcha, me siento con las personas que más lo amaban en este mundo: mi madre y mi hermana e intentamos hacer un esbozo de quién era ‘Manolo’, aunque creo que quien mejor lo ha definido estos días fue el sacerdote encargado de la ceremonia del último adiós, amigo y familia, cuando dijo que “a Manolo no se le conocía. A Manolo se le disfrutaba”. Ésta es sin duda la palabra que resumiría su paso por el mundo. Mi padre disfrutaba de todo cuanto hacía, no era un hombre de grandes pretensiones, aunque también le gustaba lo bueno, le sacaba el mismo partido a una caña en casa o en un mesa de cafetería al aire libre que a una botella de Moët & Chandon para celebrar; porque para él cualquier excusa era buena para tomar una copita de champagne, celebraba desde un cumpleaños o aniversario a una operación o uno de sus varios infartos –en este último caso, que “había salido” de dicho trance-.
Era un hombre especial, que se salía de lo corriente, como han recordado y puesto de manifiesto sus amigos estos días –y aún siguen haciendo –y no escribo esto para gloria de su memoria, porque, como todos, tenía ‘sus cosas’ pero había muchas otras cualidades de las que todos deberíamos aprender, yo la primera, porque “él siempre veía el vaso medio lleno”, como comenta su amiga Inma. Tenía la asombrosa capacidad de ser una persona que marcaba a todo el mundo que se cruzaba en su vida. Jamás y para nadie pasó desapercibido.
“Personas que siempre están y que se implican en lo bueno y en lo malo y te dicen con vehemencia lo que piensan y sienten te guste o no te guste. Son personas que viven cada día como si fuera el último de su vida, son francos, de los que ves de frente, son generosos, auténticos y con las manos y el corazón siempre abiertos […] Si tuviera que definir a esas personas con sólo una palabra sería GRANDE, sí grande, porque es grandeza lo que hay en ellos y sobre todo, porque cuando de pronto un día se van, descubres lo GRANDE que era el espacio que ocupaban. Dejan un enorme vacío que no podrás volver a llenar. Seguirás viviendo y riendo y caminando, pero el hueco que esa persona ocupaba quedará vacío”, compartía mi prima Mari Carmen en su perfil de Facebook hace apenas unas horas (sobre él).
Una persona que tenía la increíble capacidad de entablar amistad con personas de todas las edades, desde niños a ancianos pasaron a dar el último adiós a su ‘amigo Manolo’. Ahora, nos queda un vacío enorme a todos los que lo conocimos que sólo sus recuerdos nos llenará y celebrar la vida como él hacía cada día, viviendo cada momento como si fuera el último.
¡Adiós Papá!
P.D. Además recomiendo que lean el que escribió mi hermana: