Un odio tan natural

DSC_0716Todos odiamos cosas. El odio, como el amor, es algo intrínseco al ser humano, no podemos vivir sin una cosa y tampoco sin la otra. Yo intento odiar lo menos posible y a los menos posibles pero siempre se escapa algo o alguien. La verdad es que afortunadamente puedo decir que, de forma concreta y específica, no he odiado a nadie en toda mi vida. Y mira que seguro que habrá quien me haya dado motivos. Sin embargo, soy de las que piensa que el odio contra otros no perjudica más que a uno mismo. Es mucho más sano pasar, fluir. El odio te coge por dentro y te amarga y yo en esta vida podré ser cualquier cosa menos una amargada.

Bien es cierto, también, que aunque no es mi estilo odiar sí hay cosas que aborrezco profundamente, pero quién no detesta algo. Una cosa sí os digo, no me fio y me generan muchas dudas y recelos las personas para las que todo es maravilloso. Y no quiero hacer apología del odio con este artículo ni muchos menos, más bien todo lo contrario: naturalizar un sentimiento tan humano.

Intentando hacer memoria sobre qué fue lo primero que recuerdo haber odiado me vienen a la cabeza, nunca mejor dicho, las horribles y enormes diademas, tan de moda en los ochenta, de miles de colores y estampados que nos colocaba mi madre a mi hermana y a mí y que incluso provocaron que nuestras orejas guarden una curiosa distancia con nuestras cabezas. Podríamos decir, aludiendo a términos ópticos, que están montadas al aire. A veces ese odio incluso se transforma, porque entre las cosas que aborrecía de aquella época las hombreras estaban en el top cinco, y sin embargo ahora les he pillado el punto para determinadas prendas.

Pero si hoy tuviera que hacer un ranking del odio, en primer lugar estarían, y no se ofendan por favor, los repartidores. Y es que no hay forma humana de hacer que vengan cuando anuncian. Si dicen que pasarán de tres a cuatro, que no te quepa duda de que acudirán en cualquier momento del día menos a esa hora. Por no hablar de las conversaciones previas con ellos por teléfono, pueden ser completamente surrealistas. Yo no sé si a vosotros también os ocurre, pero a mí consiguen amedrentarme hasta tal punto de que siempre acabo con ganas de pedirles disculpas por obligarles a hacer su trabajo.

Muy de cerca les siguen las losetas levantadas de las aceras, pocas cosas me sacan tanto de quicio como pisar una de éstas en un día de lluvia y ponerme perdida de agua y barro; las tirillas para colgar las camisas, jerséis y chaquetas de Zara que acaban asomando siempre por el escote y arruinando el estilismo; y el ruido que hace un tacón al pisar cuando se le ha caído la tapa. ¡Que sonido tan desagradable!

Tampoco me gusta que te corten la película o la serie en el momento más emocionante para ‘meter’ seis minutos de publicidad, ni la gente que aguarda atenta a que termines una conversación por teléfono para preguntar: ¿quién era?, y si ha conseguido identificar al interlocutor: ¿qué quería? Odio el olor a frito. Detesto que no pidan permiso para entrar, odio que decidan por mí, odio que no me dejen pensar y odio tener que explicar cosas que no necesitan explicación.

Y es que el odio más cotidiano es algo natural.

Manual de una compradora aficionada para sobrevivir a las rebajas

Tras las vacaciones de Navidad y en pleno mes de agosto, los periodos de rebajas se han convertido en un auténtico fenómeno social en nuestro país. Bien es verdad que, importando costumbres de otros territorios, a lo largo del año, cada vez más, contamos con campañas especiales de ofertas, tales como los famosos ‘black friday’ en los que uno puede hacerse con alguna pieza especial por un buen precio. Sin embargo, aquí somos muy de costumbres y nuestras tradicionales rebajas siguen acumulando el grueso de las ventas con descuento. Su éxito es tal que hay auténticos profesionales de las rebajas, hombres y mujeres que se han ido formando con los años y las campañas y se han convertido en expertos en chollos y en cómo encontrarlos y aprovecharlos. Mi nivel de preparación no es tan alto, pero reconozco que cuando a una le gusta comprar poco a poco desarrolla ciertas técnicas, rituales o protocolos que le ayudan a sobrevivir en las trincheras de las oportunidades.

En primer lugar, es importante distinguir entre varios tipos de compradores. Están aquellos que durante toda la temporada han estudiado sus tiendas y comercios habituales identificando aquellos elementos que son objeto de sus más profundos deseos y que se lanzan a su caza y captura durante la primera jornada de rebajas, incluso pidiendo libre en el trabajo si fuese necesario con el objetivo de que nadie se les pueda adelantar. En esta tipología, incluso los hay que el día anterior se dan una vuelta por los establecimientos, cuando ya todo está dispuesto y ordenado para el gran día, intentando ‘esconder’ aquellas piezas que les interesan. Parece un poco ridículo, pero acaso ninguno de ustedes ha escondido una camiseta detrás de una pila de jerséis o abrigos… ¡Quién esté libre de pecado que tire la primera piedra! Desde mi punto de vista, estos serían los más profesionalizados, por el sesudo método que siguen y porque el mismo es el que más tiempo y esfuerzo requiere. El segundo caso, sería el del comprador más exquisito o ‘high level’ que no adquiere un gran volumen de prendas o enseres durante estos días pero sí que aguarda su llegada para hacerse con un objeto de lujo o fuera de su alcance habitual aprovechando los importantes descuentos. Éste sería el más inteligente. Y por último, nos encontramos con el comprador gangas o ‘low cost’ que adquiere de forma compulsiva todo aquello que es barato sin pensar si realmente lo necesita, lo va a usar o se lo pondrá algún día. Compra por el placer de comprar barato. Creo que este sería el más extendido. Acaso no han visto señoras y caballeros en las colas de caja con auténticas montañas de ropa y han advertido que aunque vivieran cien años no podrían estrenarla toda.

Confieso que yo he pasado por algunas de estas etapas y que he acumulado ropa en el armario que al final he acabado regalando sin estrenar. Sin embargo, ahora me reconozco más del segundo tipo, busco algo único o exclusivo que gracias a las ofertas entre dentro de mi presupuesto y hacerme así con un buen fondo de armario, por ejemplo.

Sea cual fuere tu caso, ahí van algunas recomendaciones para ir a las rebajas y no morir en el intento:

  1. Aprovechar las horas de la comida para ir a comprar. De dos a cuatro, por ejemplo, para evitar aglomeraciones y luchas encarnizadas con otras consumidoras.
  2. Fijarse un presupuesto máximo si uno no quiere acabar arruinado durante lo que queda de mes.
  3. Hacer una lista con las cosas que necesitas e intentar localizarlas entre los chollos.
  4. Jamás comprar una talla menos atendiendo al famoso ‘por si acaso’. ¡Seamos realistas!
  5. Comprar fondos de armario o cosas que siempre se necesitan: ropa interior, pijamas, calcetines… y dejar en la reserva.

Pero si consideras que realmente no necesitas nada, pasa de las rebajas olímpicamente y da una vuelta durante los últimos dos o tres días. Puede que no encuentres nada, pero si lo encuentras costará cuatro perras. Este es el mejor consejo que te puedo dar. ¡Ah! Y no olvides llevar ropa cómoda y de batalla, nunca sabes contra qué o quién te va a tocar enfrentarte.

Y en Murcia nevó

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Imagen de una nevada en Caravaca

Ni tres meses de vida sumaba yo la última vez que dicen que se vio nevar en Murcia capital, en diciembre de 1983. Sin embargo, soy una mujer del Noroeste y, como tal, mi relación con la nieve ha sido un poco más estrecha. Bien es verdad, que jamás habíamos vivido, al menos en Caravaca –de donde yo soy –una situación similar a esta en intensidad, que yo recuerde; pero prácticamente año sí y año también, caen algunos copos en las zonas y pedanías más altas del termino municipal. Recuerdo, como si fuera ayer, aquellas excursiones a la nieve en el coche de mi padre, un Nissan Primera, a las que se apuntaban vecinos, primos y amigos la mañana siguiente de una intensa nevada. Cada invierno, mi hermana pequeña y yo aguardábamos impacientes que llegara nuestra cita con este fenómeno meteorológico que lógicamente disfrutábamos ajenas al frío. De eso bien se encargaba mi madre, que nos equipaba como si de una expedición a la Antártida se tratase, intentando evitar así que pudiésemos caer enfermas. Lo que ella desconocía es que una vez pisábamos el manto blanco nos sobraba todo. Lo primero que desaparecía eran los guantes, porque con ellos no se pueden hacer bien las bolas y mucho menos dar forma a un buen muñeco de nieve. Les seguían el gorro y la bufanda que, después de estar corriendo unos minutos evitando las bolas lanzadas en plena batalla, eran un estorbo. Incluso, en algunas ocasiones hasta el abrigo se quedaba en el coche. Algunos inviernos, los menos, la nieve caía en pleno centro de la ciudad y nos asombrábamos viéndola sobre los coches. Incluso si nevaba cuando estábamos en el colegio los profesores nos sacaban un ratito al patio para que pudiésemos verlo ya que, apenas asomaban los primeros copos, la clase entera se disputaba los mejores puestos en las ventanas para no perderse el espectáculo.

img_8691-1Sin embargo, hacía años que por unas u otras circunstancias no vivía este acontecimiento. El invierno pasado la nieve hacía acto de presencia en algunos pueblos del Noroeste como El Sabinar, El Campo de San Juan o Nerpio y planeamos, como antaño, una pequeña escapada de fin de semana con mi hermana para que su hijo (por entonces Manuela aún no había nacido) disfrutase de la misma como nosotras lo hacíamos de pequeñas. Pero la nieve no nos esperó, y la subida de temperaturas provocó que la misma no aguantase hasta el ‘weekend’.

Esta semana, mis sobrinos (ahora sí los dos) han podido conocer la nieve y sorprenderse y asombrarse como un montón de pequeños en toda la Región que veían y asistían atónitos a este fenómeno por primera vez. A mí que ya lo conocía me llamó especialmente la atención cómo se vivió en la capital ya que, aunque no fue tan intensa como en el Noroeste donde aún en estos momentos disfrutan de ella y sufren también algunas de sus peores consecuencias, fue una auténtica fiesta. Los padres sacaban a sus hijos del colegio para llevarlos a La Fuensanta a ver caer los copos, la gente salía de sus trabajos para inmortalizar el momento, las redes sociales se llenaban de fotos y vídeos de estampas nevadas… a nadie le importó mojarse ni perder unos minutos de su ocupada. La ciudad entera dio una lección de vivir el instante.

Yo, como todos los demás, también quise guardar ese momento para siempre en mi memoria.

P.D. Tengo que incluir en este artículo la cariñosa corrección que me hacía a través de correo electrónico un compañero de profesión, Diego Gómez, quien por su experiencia me apuntaba: «Lamento decirte que todavía no habías nacido, ya que fue el sábado 12 de febrero de 1983. Ese día visitaba Murcia el General Gutiérrez Mellado para descubrir la placa que lleva su nombre en la avenida murciana. También era el último día del querido diario ‘Línea'». 

Muchísimas gracias Diego Gómez por tu puntualización y por tu rigurosa información.

No sólo de propósitos vive el hombre

IMG_7306.jpg¡Último día del año! Tan sólo un día más, o un día menos, según se mire, un día cualquiera en nuestras vidas llenas de días, horas, minutos y segundos que dejamos pasar, en ocasiones, sin pena ni gloria. Tiempos perdidos, en muchos casos, en lo insignificante. Sin embargo, estos momentos de cambios suelen ser propicios para pensar en balances, para comenzar proyectos e incluso para hacer borrones y cuentas nuevas en nuestras vidas, como si todo se arreglase en unas pocas horas, sin pensar en que lo duro y lo difícil de este trabajo –vivir –se lleva a cabo el resto del tiempo. A veces no es fácil saber lo que uno quiere, frecuentemente más sencillo es determinar lo que no quiere, pero una vez que lo conoce sólo ha decidido el camino, queda emprender la marcha y mantener el rumbo, lo que resulta más complicado de todo. Por eso es importante que fijemos bien éste.

En estas fechas solemos banalizar con lo que le pedimos al nuevo año y con aquello a lo que nos comprometemos: a ir al gimnasio, a adelgazar, a dejar de fumar… que no digo yo que todo esto no sea beneficioso para la salud de uno mismo, y ni aún así no lo cumplimos. Pero ¿alguna vez pensamos en el resto? No es habitual que entre nuestros propósitos de año nuevo se cuelen decisiones buenas para los demás. No señalo a nadie, mi caso es el primero. Y no se trata de imponernos grandes gestas que cambien la historia del universo porque ninguno de nosotros somos tan eminentes y, probablemente, aunque lo intentásemos no tendríamos la capacidad de hacerlo; pero sí podemos ser protagonistas de pequeños gestos que perturben positivamente la vida de alguien, y por ello también las nuestras. Se trata de hacer lo que está en nuestra mano, a nuestro alcance, incluso sin grandes esfuerzos, simplemente proyectando nuestros mejores sentimientos.

En cuanto a los balances… pues no suelen ser ni blancos ni negros, siempre hay matices; aunque unos tendemos a empañar todo de negro dando importancia absoluta a los peores momentos y olvidando que siempre hay y hubo algo bueno. Por otro lado, los más optimistas tratamos de ver el vaso medio lleno, esperando y aguardando mejor ventura para el año nuevo, lo que es del todo injusto pues, por un lado, de los periodos más oscuros también se aprende y, por otro… de qué podemos lamentarnos. Para nosotros (mi familia) no ha sido un año fácil en cuanto a sentimientos, las ausencias han marcado muchos de nuestros momentos. Sin embargo, mi hermana Raquel nos dio una bonita lección con su brindis de Navidad. Brindó porque este año ninguna bomba ha derrumbado nuestras casas; brindó porque este año ninguno hemos muerto aplastado por las mismas; brindó porque no hemos tenido que abandonar nuestras casas y nuestra tierra; brindó porque sus hijos no tienen una enfermedad grave o sin cura; brindó porque ni un solo día ha faltado el pan en nuestra mesa… por todo esto, y muchas cosas más, brindó. Brindamos.

Y después de esto, ¿cómo crees que ha sido tu año?

Qué injustos son a veces nuestros juicios.