Fathers, almost forty and fabulous

IMG_6807Siempre recuerdo que mi padre nos contaba que para lo que se acostumbraba en aquellos años nos había tenido muy mayor. Creo que cumplía los 33 cuando yo llegué al mundo; soy la primera de dos hermanas. A mí nunca me pareció mayor. Mi padre siempre tuvo un espíritu muy joven y sus enormes ganas de vivir hacían que disfrutara de cada momento como si fuese un chaval. Yo he tenido mi primer hijo con 36 y, sinceramente, me considero joven. Seguramente eso también lo habré heredado. Son otros tiempos, que dicen los abuelos. Y tanto que lo son. Si hoy día uno espera tener la estabilidad laboral, económica, social y, sobre todo, emocional para perpetuarse puede que no lo haga nunca. A mí me ha llegado ya con cierta edad y creo que éste era, sin duda, mi momento ideal.

Lo difícil de esto es que es cosa de dos, es un trabajo en equipo. Y aunque yo pudiera estar en mi mejor momento sería necesario que la otra mitad compartiera estado vital. Y no es fácil coincidir. ¿Cuántas veces nos hemos cruzado con personas con las que, pese a intentarlo, no hemos conseguido conectar? Son pequeñas historias acabadas que, en parte, también nos han forjado y nos han hecho madurar. Pero difícil no es imposible. Y esta vez el binomio tenía que funcionar.

‘El señor del Renacimiento’ es también un padre moderno, de esos que ha enriquecido tantísimo su vida que lo de la paternidad no necesitó pensarlo demasiado. Era como la sucesión lógica en nuestro estado. Con 37 años algunos pueden pensar que ‘el arroz se le había pasado’. Pero me gustaría que lo vieran porque concluirían todo lo contrario. Además de ser un hombre versado y cultivado, mantiene una envidiable frescura física y emocional. Su incombustible energía compatibiliza perfectamente con la agotadora demanda de actividad del pequeño. Nunca se cansa. Antes de ser papá solía hacer deporte, al menos, seis días a la semana: natación, atletismo y escalada. Ahora intenta mantener sus aficiones adaptándolas a las necesidades y horarios del nuevo miembro de la casa. Intentamos no tener que renunciar a casi nada, aunque eso implique un mayor esfuerzo. Se levanta temprano y después de una mañana completa de trabajo, regresa para encargarse de la comida y darme un relevo en la crianza. Eso sí, su siesta es sagrada. Y, por la noche, después del baño y el biberón es el momento en el que disfrutar de su personal escapada: hacer deporte le sienta bien y le mantiene en una forma que a mí, evidentemente, me encanta. Y así agotamos los días de laborales hasta llegar al fin de semana, donde la rutina es un poquito más relajada.

Él como muchos otros padres ha conseguido romper el estereotipo de padre que teníamos la mayoría en nuestras casas. Son corresponsables, aunque también reconozco que aún no están todas las batallas ganadas. En este mismo modelo reconozco también al marido de mi hermana. ‘El hombre de los Ochenta’ es de los que trabaja fuera y dentro de casa y de los que además de educar comparte con sus hijos juegos y actividades varias. La siguiente discusión sería la de equilibrar un poquito más los porcentajes de la carga.

El caso es que el pasado fin de semana, cuando compartíamos una comida en familia, los miraba y pensaba que ambas éramos bastante afortunadas –lo que en ningún caso quiere decir que ellos no tengan por qué dar las gracias -. Son dos hombres buenos, divertidos (a mí edad puedo asegurar que esto también es importante) y papás entregados. Y con sus defectos son capaces de cambiar pañales, hacer de comer o irse una noche de concierto. No descuidar la pareja y tampoco su cuerpo. Con casi cuarenta tienen pelazo, no tienen barriga y visten moderno. Son la nueva generación de fathers, almost forty and fabulous.

Te regalo un jardín

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Con la llegada de un bebé, sobre todo si es el primero, los futuros papás pierden la cabeza acomodando la que será la habitación del pequeño. Desde el clásico cambio de pintura en las paredes a otras posibilidades más creativas con estancias temáticas que se convierten en el mismísimo espacio, la selva o, incluso, el fondo del mar. A mí me encantaría que ‘El pequeño ratón’ tuviese una habitación llena de globos aerostáticos. Muchos globos. Incluso que su cama fuese el cesto del que tira alguno de estos globos gigantes. Está claro que su tamaño y colorido los hacen muy llamativos, pero yo creo que lo que de verdad me asombra es su capacidad de volar.

Sin embargo, lo peculiar de nuestras circunstancias impidió que nos esmerásemos en esta tarea los últimos meses de embarazo. Tras el nacimiento de ‘El pequeño ratón’ nos instalamos durante tres maravillosas semanas en Caravaca, en la casa de mi madre, y cuando el tiempo de refugio acabó y tocaba enfrentarse a esto a solas nos mudamos a un pequeño apartamento ‘de soltera’ en el que intentamos convivir entre los trastos del bebé, la ropa tendida y nuestras dos bicicletas. Pero sé que algún día acabarán las obrasen la ‘Cueva Azul’ (ya hablaré de ella), o eso esperamos, y podremos dejar volar nuestra imaginación en el espacio que será su cuarto.

Ya os he dicho que ‘El hombre del Renacimiento’ no es demasiado convencional y, cuando comenzó la gestación, él inició su propio proceso de creación paralelo, transformando lo que por aquel entonces era un heredado pequeño huerto familiar. Él había dibujado y pintado en infinidad de ocasiones espacios verdes y frondosos jardines componiendo coloridos lienzos pero, como el mismísimo Monet, soñaba con su propio ‘Giverny’. Y decidió regalar a su futuro hijo ese sueño. Cambió los pinceles por útiles y aperos para orientar su necesidad y torrente de expresión artística a través del diseño de un paisaje. ‘El Huerto de los Mirlos’, en el corazón de la Vega Media, dejó de ser un pequeño espacio de ocio donde plantar algunas verduras y hortalizas para convertirse en su vergel soñado.

Cuando supimos de la existencia del pequeño, lo primero fue encontrar un árbol que plantar con el que representar su paralelo crecimiento. El Elaeagnus Angustifolia fue el elegido, como una inaugural declaración de intenciones ya que comúnmente se le conoce como ‘olivo de bohemia’ o ‘árbol del paraíso’, muy probablemente porque es citado en la Biblia como uno de los árboles que se encontraba en el Edén. Su árbol se sumaba así a la mezcla de árboles de jardín como olmos, chopos, almeces o una encina junto al camino, con toda clase de frutales: granados, manzanos, limoneros o pomelos, entre muchos otros. Sin contar los diferentes paseos cubiertos por un sin fin de trepadoras y enredaderas con flor como madreselvas, glicinias o jazmineros de diversos tipos. Que, junto con los más de 200 rosales y plantas aromáticas, perfuman el paso de las estaciones.

Pero él no es el único que tiene un árbol en propiedad, sino que cada miembro de la familia cuenta con su propio ejemplar, en mi caso un Cercis siliquastrum o ‘árbol del amor’ que por su flor purpúrea era un símbolo en la Constantinopla imperial. Conocido, también, es el mito de Apolo y Dafne que transformó a esta última en Laurel y desde entonces esta especie se asocia al dios romano y a sus ‘laureados’. Después de muchas dudas el propio ‘jardinero’ decidió plantar su árbol con un esqueje de esta especie que provenía de uno mucho más antiguo familiar.

Sin embargo, el rey del jardín es el sauce llorón que da sombra al estanque, ya que a pesar de llevar allí pocos años parece haber sido pensado para habitar ese espacio desde mucho tiempo atrás. El pequeño jardín acuático que éste cobija bajo sus hojas está poblado de nenúfares, calas y papiros que a su vez son refugio de los otros habitantes perennes del jardín: peces de colores y ranas, que ponen la banda sonora a las noches de verano. En el ecuador del jardín un pequeño puente japonés de madera en color azul articula el espacio y se convierte en el mirador y encuadre perfecto para las fotos entre amigos y visitantes.

Muchos se empeñan en dejar un legado material, ‘El Hombre del Renacimiento’ regalará a su pequeño un espacio donde jugar y corretear. Un espacio donde cada árbol, cada escondite entre la fronda, es un canto a la vida y a la belleza. Un mundo propio que habitar.

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Un peque en la mochila

79ba34e8-f34a-43d2-a815-ff41bac24370.JPGDurante estos días de ‘escapadas’ pautadas y desahogos en el balcón, en casa no dejamos de pensar en lo mucho que nos gusta viajar. Añoramos esos lugares que un día significaron algo, que nos conmovieron, que nos abrumaron; pero sobre todo los que aguardamos y que, ahora, forzosamente postergamos convirtiéndose en espejismos de este desierto entre cuatro paredes. A menudo, repasamos fotos de nuestros viajes evocando anécdotas y momentos, como aquel cumpleaños en Roma o nuestro verano en el Bierzo. En el frigo cuelgan memorias de aquellos tiempos, como instantáneas o como aquellos imanes que meticulosamente elegimos en nuestros destinos para que formasen parte de nuestros recuerdos. Hemos viajado como aventureros, con amigos, con parejas y como solteros pero creo que ni ‘El hombre del renacimiento’ ni yo imaginamos jamás lo maravilloso que sería viajar con esta nueva acepción de ‘mochileros’.

Cuando te conviertes en padre te asaltan numerosas preocupaciones y miedos, también como ‘papis viajeros’ y afrontas el difícil conflicto entre la aventura y los posibles riesgos. En muchos casos optamos por atarnos a lo que conocemos, creyendo así asegurar su sereno crecimiento, sin valorar que lo privamos de una de las principales formas de enriquecimiento. Y es que desechamos la opción sin imaginar ni siquiera lo que el viajar puede aportar a nuestro pequeño.

Nosotros, como cualquier otra familia, también nos enfrentamos a ese momento y no sin pocas dudas y desasosiegos –más por mi parte – decidimos afrontar el reto: queríamos un niño viajero, y nos convertíamos así nosotros en un nuevo tipo de mochileros. Hasta ahora hemos tenido poco tiempo, pues el pequeño tiene seis meses y además llevamos dos de encierro. Sin embargo, ya ha colgado de nuestros cuerpos en algún que otro desplazamiento. Así, al beneficio de portear, en mochila o en pañuelo, se suma el de sus nuevos descubrimientos.

No cumplía el mes cuando elegimos un entorno rural (El parque de la Marquesa en Archena) y una escapada en familia para comprobar si con nuestra decisión estábamos en lo cierto. Lo primero a lo que nos enfrentamos fue a una nueva y más complicada logística: ¿cómo encajar todo su equipaje en nuestro maletero? Si antes nos movíamos con apenas una maleta, la nueva realidad es que llevábamos enseres como para un regimiento: cuna plegable, bañera, hamaca o silla de paseo, pañales, maleta… por no hablar de los biberones, chupetes y útiles de aseo. Una realidad en la que no habíamos reparado pero a la que conseguimos ir adaptándonos con el tiempo. Cogimos destreza en el empaquetamiento y también comprendimos que se podía renunciar a acarrear muchos de estos elementos. En Navidad, en plena ola de frío y con el ‘disgusto’ de las abuelas, marchamos a Toledo. Lo peor, evidentemente, fue la lluvia y el mal tiempo, pero eso no impidió que, enfundado en su ‘piel de oso’, nuestro pequeño participase de una ruta nocturna por el casco viejo y tomase pecho a unos cuantos grados bajo cero.

Lo mejor estaba por venir. Para estos meses teníamos algunos planes que se han ido al traste con el confinamiento. A finales de abril un viaje de estudios con unos sesenta alumnos de Jumilla nos llevaría desde las góndolas de los canales de Venecia a recorrer el jardín de los monstruos del Conde Orsini en Bomarzo, pasando por la ciudad eterna, Siena y Florencia. En Mayo volaríamos a París para encontrarnos con Rodin, Renoir, Monet o Pissarro. Suerte que tanto el renacimiento italiano como el impresionismo francés esperarán imperturbables nuestro futuro desembarco.

Nosotros, desde nuestro sofá, aguardamos repasando antiguas fotos y soñando esos viajes y esas fotos que aún hemos de hacer.

Pequeña gran revolución

ba651160-f0a9-4933-adbb-31049099ff8d.JPGNo andaba muy desacertado Mikel Izal cuando hablaba de ‘pequeña gran revolución’ en una de sus composiciones para la banda de música indie madrileña que lidera. Una revolución emocional, hormonal, sentimental, de pareja, familiar, profesional, física, psíquica y personal. Eso es el postparto. Una revolución estructural que comienza en los pilares de tu vida para afectarla toda.

Reconozco que en mi caso, tras los primeros días sufriendo las ‘cicatrices’ del parto: el dolor de los puntos, el cansancio, la subida de la leche y la readaptación de horarios –yo que siempre he sido muy organizada-, me encontraba bastante bien. Después de meses con una barriga que no reconocía –aunque ahora veo las fotos y me maravilla- había perdido siete u ocho kilos en apenas dos días de ingreso hospitalario. Me miraba al espejo y me decía: “¡Mónica, estás estupenda!”. Y pensando en la progresión auguraba que en un par de meses vestiría sin problema mis vaqueros (ahora son seis y por fin los llevo). A ese optimista estado de ánimo igualmente influyó que, durante las tres primeras semanas, tuve la imponderable ayuda de mi ‘santa madre’ que, antes de irse a trabajar, rescataba al pequeño ratón de mis brazos para acunarlo en los suyos durante treinta minutos que en la cama me sabían a gloria. También colaboraba en los baños del peque y permitía que me duchase, incluso me maquillaba, sin un espectador constante. Seguramente sería también la felicidad del momento.

Pero, una vez más, las expectativas poco tendrían que ver con la realidad. Superada la euforia de los primeros días vino lo que tanto me avisó quien me precedió. Te pruebas los vaqueros una y otra vez, esperando que sea más fácil abrocharlos, sin embargo el progreso es mínimo o nulo. Has perdido centímetros, obvio, pero te has estancado. Sigues recurriendo a los pantalones premamá porque son en los únicos en los que te sientes segura, no encuentras la forma de deshacerte de ellos y sabes que mientras no lo hagas no te exigirás ‘entrar’ en los otros, los de siempre. Recuerdo ahora una conversación con mi hermana cuando mi abdomen dejo de ser mío en la que se compadecía y me profetizaba un tiempo en el que sentiría el abandono de cualquier atisbo de belleza o sensualidad. Y es que nunca fue menos sexy andar por casa todo el día sin sujetador, pasando de la turgencia a la flacidez en función de la demanda del ‘pequeño ratón’. Y el confinamiento añade el agravante de estar todo el día en pijama. Te encantaría hacer deporte, pero siendo objetiva te conformas con poder ponerte crema tras la ducha. Sin tiempo que dedicarte es más difícil aún sentirte bien en tu cuerpo.

Y no sentirse bien hace más complicada la armonía en el ánimo. Si te dicen que estás estupenda piensas que es caridad, si no lo hacen es peor. Somos pura vacilación y desequilibrio, también para quien tenemos cerca. Un nuevo ser asombroso en cambio y sorpresa constante. Llanto espontáneo y alegría excesiva. Motor explosivo y ralentí inquietante.

“Desmayarse, atreverse, estar furioso,

áspero, tierno, liberal, esquivo,

alentado, mortal, difunto, vivo,

leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,

mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,

enojado, valiente, fugitivo,

satisfecho, ofendido, receloso”

Esto es el posparto y, como decía Lope de Vega en su soneto al amor, quién lo probó lo sabe.