Merveilleuses vacances

Una azulada, fresca y brumosa playa de la costa francesa pintada por Sorolla, de quien esta semana se cumplían 98 años de su muerte (casi el siglo ya), podría ser la estampa perfecta para esas ‘merveilleuses vacances’ con las que llevo soñando todo el curso laboral. Sin embargo, si tienen Instagram habrán evidenciado que el destino de moda de este verano ha sido Ibiza. No hay ‘influencer’ que no haya visitado sus playas y, sobre todo, sus locales de ocio y chiringuitos, aireando  su nuevo romance o, todo lo contrario, salvando con dignidad su reciente desamor. Pero si no es su caso, ‘don´t worry’, no está solo; por el momento, yo no he disfrutado más que de algún día de vacaciones en ‘mi pueblito’.

A diferencia de las cristalinas playas, los coloridos cócteles y las idílicas puestas de sol de la isla, yo me regocijo estos días entre limpiezas de armarios, lavadoras y empaquetando cajas para la mudanza que vendrá, por no hablar de las faraónicas obras de nuestro nuevo hogar. Sufriendo, además, el asfixiante calor murciano que no da tregua ni lugar a veraniegos planes en la ciudad. Y a este forzoso encierro, como saben en un apartamento de 60 metros cuadrados mientras disponemos de la nueva residencia, se suma un pequeño de casi 2 años que hace más difíciles los planes de un verano tranquilo leyendo, viendo cine o escuchando música. Y, como está en horario estival, no duerme antes de la medianoche y sus siestas que, por suerte, son algo más dilatadas son los únicos ratitos de soledad que esta veraneante puede aprovechar. Y les confieso que me ha dado por comprar, para entretenerme y como terapia vacacional. El repartidor de Amazon es el único que nos visita en estas calurosas jornadas.

Y esto es todo lo que hago, pero peor aún es lo que no alcanzo a desarrollar: con una montaña de libros en la mesilla pendientes de acabar, un doctorado que necesita más horas de las que le podré dedicar y los exámenes de septiembre de la asignaturas de Historia del Arte que estoy haciendo por la UNED, sabiendo que si sigo así, con mi hijo me graduaré.

Y es que más que unas ‘merveilleuses vacances’ son unas ‘disastrous holidays’ , enfrentando la primeras rabietas de mi hijo y empaquetando toda una vida para empezar con el traslado, aprendiendo a decirme: ¡Calma nena, que aún queda verano!

Vacaciones en Roma

Este titular no es el adelanto de mi destino veraniego. ¡Ojalá! Quizás, si mi padre aún viviese, sería la ciudad elegida para escaparnos en familia unos días, también este año, pese al calor que registra en época estival. Recuerdo como él siempre quería volver, una y otra vez, sin perjuicio de acumular ya unas cuantas visitas. En ocasiones porfiamos en intentar disuadirlo de viajar a otro lugar, sin embargo él insistía en que allí era feliz; así que no había motivos para cambiar. Decía que en Roma se sentía como en casa, le era familiar. Y así era. Andaba sus calles con la facilidad, la gracia y la despreocupación de cualquier autóctono, pese a su pésimo sentido de la orientación. Se emocionaba, una y otra vez, frente al Coliseo y caminaba compungido por la Vía Apia recordando a los allí crucificados (más de 6.000 esclavos fueron ejecutados por Craso tras la derrota del gladiador Espartaco que lideró la revuelta contra el poder establecido).

Sin embargo, y pese a la rotunda carga histórica y religiosa que atesora la ciudad, Roma es mucho más. Quién, que la haya visitado, no se ha sentido como Audrey Hepburn recorriendo sus calles en la mítica Vespa Piaggio, mucho más que una moto, un icono nacional desde 1964. Es una ciudad acogedora a la par que grandiosa y monumental. Quién puede olvidar el asombro de sorprenderse por primera vez al advertir la mítica y barroca Fontana di Trevi al final de una estrecha callejuela. Y lo bien que sabe el auténtico cappuccino sentada en los escalones viendo a los turistas hacer la forzada foto de la moneda sintiendo que tú eres diferente, que tú perteneces, un poquito, a ese lugar. Por no hablar del adoquinado y ribereño barrio, al oeste del Tíber, del Trastévere cuyas calles filmó el director Woody Allen en ‘Desde Roma con amor’ haciendo de la ciudad una protagonista más. Idea que fue poco original, pues copió la esencia de Wyler en ‘Vacaciones en Roma’.

De mi última vez allí hace ya casi tres años. Una escapada romántica junto a mi Gregory Peck particular. Demasiado tiempo para lo que disfruto en ese lugar. “Sentarme en la terraza de un café, mirar escaparates, pasear bajo la lluvia, divertirme y ver cómo vive la gente”, como decía la Princesa Ana, en el film hollywoodiense. Y es que en Roma, para ser feliz, no necesitas mucho más.