
Este titular no es el adelanto de mi destino veraniego. ¡Ojalá! Quizás, si mi padre aún viviese, sería la ciudad elegida para escaparnos en familia unos días, también este año, pese al calor que registra en época estival. Recuerdo como él siempre quería volver, una y otra vez, sin perjuicio de acumular ya unas cuantas visitas. En ocasiones porfiamos en intentar disuadirlo de viajar a otro lugar, sin embargo él insistía en que allí era feliz; así que no había motivos para cambiar. Decía que en Roma se sentía como en casa, le era familiar. Y así era. Andaba sus calles con la facilidad, la gracia y la despreocupación de cualquier autóctono, pese a su pésimo sentido de la orientación. Se emocionaba, una y otra vez, frente al Coliseo y caminaba compungido por la Vía Apia recordando a los allí crucificados (más de 6.000 esclavos fueron ejecutados por Craso tras la derrota del gladiador Espartaco que lideró la revuelta contra el poder establecido).
Sin embargo, y pese a la rotunda carga histórica y religiosa que atesora la ciudad, Roma es mucho más. Quién, que la haya visitado, no se ha sentido como Audrey Hepburn recorriendo sus calles en la mítica Vespa Piaggio, mucho más que una moto, un icono nacional desde 1964. Es una ciudad acogedora a la par que grandiosa y monumental. Quién puede olvidar el asombro de sorprenderse por primera vez al advertir la mítica y barroca Fontana di Trevi al final de una estrecha callejuela. Y lo bien que sabe el auténtico cappuccino sentada en los escalones viendo a los turistas hacer la forzada foto de la moneda sintiendo que tú eres diferente, que tú perteneces, un poquito, a ese lugar. Por no hablar del adoquinado y ribereño barrio, al oeste del Tíber, del Trastévere cuyas calles filmó el director Woody Allen en ‘Desde Roma con amor’ haciendo de la ciudad una protagonista más. Idea que fue poco original, pues copió la esencia de Wyler en ‘Vacaciones en Roma’.
De mi última vez allí hace ya casi tres años. Una escapada romántica junto a mi Gregory Peck particular. Demasiado tiempo para lo que disfruto en ese lugar. “Sentarme en la terraza de un café, mirar escaparates, pasear bajo la lluvia, divertirme y ver cómo vive la gente”, como decía la Princesa Ana, en el film hollywoodiense. Y es que en Roma, para ser feliz, no necesitas mucho más.