Propósitos que molan

No me gustan las listas de propósitos de año nuevo, y es que a las personas que somos un poco anárquicas no nos resulta grato que nos den órdenes, ni siquiera nosotros mismos. Hacer algo porque alguien me lo impone, aunque ese alguien sea yo misma ‘secuestrada’ por el espíritu navideño, me pone de muy mal humor. Más aún, cuando esas listas están normalmente llenas de acciones y planes que a uno le cuesta realizar y que se los pone por escrito para obligarse, de algún modo, a contar con ellos para el próximo año. Por no hablar del sentimiento de fracaso e insatisfacción que éstas producen, porque uno nunca cumple sus intenciones. ¿Cuántos buenos propósitos se han quedado en el camino y ni si quiera han superado la temida cuesta de enero?

Así, este mes se convierte para muchos en un auténtico calvario ya que a las restricciones por los ‘extras’ en gastos de Navidad se suman el aumento de peso propio de estas fechas –que hay que tratar de quemar lo antes posible -, las broncas familiares en cenas y comidas varias que todavía pasan factura, las subidas de precios y, además, a los autónomos nos llega el IVA… entre algunas de las cosas que me vienen en este momento a la cabeza. Pues bien, imagina añadir a todo esto la frustración y la decepción al ser consciente de que ya has abandonado todas tus buenas intenciones para el nuevo año cuando tan sólo han pasado unos días o, en el mejor de los casos, unas semanas.

Ir al gimnasio, adelgazar, dejar de fumar, aprender inglés… estos están seguro en el top 3 de la mayoría. Y es que así quién se va a motivar para empezar el año con alegría e ilusión… si lo orientamos todo en negativo. Por ejemplo, en el caso de ir al gimnasio, a quién le puede apetecer empezar el año pagando una pasta mensualmente para que un tipo con un cuerpazo de escándalo –exactamente el que a ti te gustaría tener –te torture durante una hora mientras sudas en un recinto cerrado que exhala ese ambiente húmedo provocado por la transpiración de otros tantos como tú. Sin embargo, hace unos días leí que, después de los bares, los gimnasios son los mejores lugares para ligar y encontrar pareja. Ves, esto es otra cosa, así incluso seguro que apetece ponerse mono hasta para ir a quemar los kilos de más en la cinta o la bicicleta. Igual ocurre con el tabaco, a quién le apetece engordar y estar de mal humor constantemente… pero y si en vez de verlo así, uno se plantea el dinero que se puede ahorrar no sólo en cajetillas de tabaco sino también en dentista y blanqueamiento dental.

En muchos casos, como ocurre en las riñas de pareja, no es lo que se dice, sino cómo se dice. Así, en vez de orientar las listas de propósitos como un castigo que uno se autoimpone para el año que venidero, mucho mejor hacerlo en positivo pensando aquellas cosas que uno quiere durante los próximos 365 días –aunque es recomendable hacer balances mensual o bimensualmente por si hubieran cambiado las preferencias, que las personas somos así de caprichosas-.

Yo para este año, soy consciente que, dado el volumen de trabajo que acumulo últimamente, necesito madrugar más, pero en vez de pensar que tengo que dormir menos… he decidido incorporar más música a mis mañanas y despertarme con una buena selección que ponga banda sonora a mi puesta en marcha y que así no me importe perder sueño. Con música todo se vive distinto, incluso los madrugones. Si tengo que perder un par de kilos que, en este caso concreto, es lo que yo calculo que estaría bien, en vez de pensar en los esfuerzos que esto me supondrá pienso en el montón de ropa que anda abandonada en mi armario y que podré volver a incorporar a mi vestuario habitual, sin gastar ni un euro en las rebajas.

Alguno podrá pensar que esta filosofía no funciona, sin embargo a mí ya me ha resultado. Hace unos meses decidí reducir el alcohol que ingería, y no es que fuera excesivo, ni mucho menos, una cañita de vez en cuando; pero el alcohol engorda, y si podía evitar que ésta me engordase, pues mucho mejor, así que decidí empezar a tomar cerveza sin. Y a día de hoy sigo disfrutando del sabor de ésta –de vez en cuando también me permito una con alcohol –y puedo hacer ese ‘exceso’ sin temer a la bascula al día siguiente.

Otro buen remedio para cumplir la lista de propósitos para el nuevo año es proponerse cosas que molan: viajar más, ir al cine, dedicarse más tiempo a uno mismo, rodearse de personas que merezcan la pena… y no siempre cosas aburridas y costosas de hacer. Esta claro que realizar esto no tiene tanto mérito, pero es mucho más asequible. Yo para este año me he propuesto soltarme la melena un poco más… ¿a que mola?

Feliz Navidad a todos y un 2015 repleto de buenos propósitos.

Una mala cita

Yo habré sido, sin duda, una mala cita para alguien. Al igual que todos y cada uno de vosotros. Y es que las matemáticas no fallan. Si cada hombre y mujer acumula, por lo menos, una mal cita en su haber –cuando no hayan sido unas cuanta más –todos debemos haberlo sido de alguien. Esto no debe acomplejarnos porque nadie esta libre de meter la pata, sobre todo en estas ocasiones, en las que uno se pone nervioso y a veces habla y actúa con cierta imprecisión. Éstas pueden resultan anécdotas divertidas y simpáticas, sin embargo he de reconocer que no todo es excusable. Por contra, estoy segura de que también habré sido la mejor cita de algún otro. Citas de esas que nunca se olvidan. Así que, como todo en esta vida, las citas son relativas, lo que para uno ha sido la peor cita de su vida, para otro se convierte en aquella de la que siempre guardará un recuerdo especial.

¿Y qué es una mala cita? Pues, como dice una amiga mía, aquella en la que no puedes dejar de pensar: “¡Señor! ¿Cómo he llegado yo a esto?”. Una mala cita puede empezar de forma favorable: con un acompañante físicamente aparente, en un entorno relativamente apropiado y con un plan considerablemente apetecible… Sin embargo, es cuestión de segundos que la cita vire y cambie su rumbo. Seguro que os suena ¿no? Pero ¿qué puede arruinar una ocasión que se presenta con tan buenas expectativas? Pues por ejemplo una risa horrorosa y especialmente estridente y fuerte, de esas que provocan que el restaurante al completo esté más pendiente de las carcajadas de tu acompañante que de su propia conversación. Y tú, concentrada en evitar comentarios divertidos y en mantener un discurso serio que evite que él vuelva a reír. Por nadie pase, la tensión que una experimenta intentando terminar la comida lo más rápido posible y sufriendo por cada esbozo de sonrisa en su rostro… Por muchos esfuerzos que he hecho, no he podido recordar el nombre, pero esa sensación es difícil de olvidar.

Tengo que reconoce que tampoco aguanto a los ‘cenizas’ en una primera cita –para ser sincera en ninguna, pero en la primera menos aún -. Yo, afortunadamente no me he encontrado muchos de estos, pero sí tengo amigas a quienes la última ruptura o la ex de su compañero le ha dado la noche, y no por culpa de ellas, que las pobres ya habrán tenido bastante aguantando a semejante ‘brasas’, sino porque alguno se empeña en rehacer su vida a toda costa incluso antes de estar preparado. Nota mental: No nos gusta que en una primera cita otra ocupe más protagonismo que nosotras, y mucho menos si es para pasarse todo el encuentro hablando de lo mal, lo triste o lo jodido que te ha dejado. A llorar, a casa y solo. Si evitas esta situación, ya habrá tiempo de ponerse al corriente de relaciones pasadas.

Por supuesto, si no nos gusta que otra sea la protagonista de nuestra cita, tampoco que lo sea sólo y exclusivamente nuestro acompañante. Es importante escuchar y dejar hablar, algo que aunque aparentemente parece evidente, son muchos y muchas los que no terminan de interiorizarlo. Es fantástico que tu cita tenga un cuerpo de escándalo y que se preocupe por cuidarse, e incluso que se ‘machaque’ en el gimnasio. Pero cuando la conversación gira en torno a los diferentes tipos de proteínas y suplementos nutritivos que ingiere a lo largo del día para estar ‘cachas’ se convierte en un auténtico castigo. Y lo peor de todo es que, después de todo, te mueres de ganas de decirle que está fofo.

También está aquella en la que el otro bebe más de la cuenta y acabas acompañándolo a casa en un estado bastante lamentable o metiéndolo en el primer taxi para quitártelo de encima lo antes posible. Otros pequeños detalles también pueden arruinar la cita de una persona exigente, como que acabe la copa jugueteando con los cubitos en la boca, que haga demasiado ruido al sorber o que, por contra del que habla demasiado, sea incapaz de juntar tres palabras seguidas.

Y de todas las ‘malas citas’ mis favoritas son aquellas que protagonizan el diverso espectro de roñosos, con sus numerosos trucos y artimañas para no acabar pagando la cuenta. Los hay que urden una trama un tanto elaborada para disfrazar sus reales intenciones pero también hay quien es algo menos sutil: “Paga tú y así no cambio”.

En fin, que experiencias de este tipo hemos tenido todos, pero como bien dice una amiga, estas son citas puente, de las que luego no te acuerdas ni de su nombre, pero que sirve para saber lo que uno no quiere… que ya es algo.