Si uno busca ‘posado de verano’ en Google, las primeras respuestas y resultados están irremediablemente ligados a un personaje de la historia nacional contemporánea: Ana Obregón. Y es que en este país son varias las generaciones (unas cuantas) que hemos crecido con la imagen de esta bióloga reconvertida en artista dando la bienvenida al verano. Ni más ni menos que 33 años -en 1980 se fechaba la primera instantánea- posando en biquini, bañador y la imposible y poco favorecedora mezcla entre ambos: el triquini.
El mérito es increíble, no sólo por tener el valor suficiente para lucir esta última prenda de baño a la que hemos hecho referencia. Ni siquiera por sus 58 años. Mientras que el resto de mujeres huimos de una cámara de fotos, o smartphone en los últimos tiempos, como si del mismo diablo se tratase para evitar ser inmortalizadas con tal indumentaria, o ausencia de ésta para ser más exactos, ella se planta delante de las mismas de esa guisa y con esa ‘extraña’ naturalidad que la caracteriza.
Y si todo esto no parece suficiente, encima se atreve a hacerlo al comienzo de la temporada estival, cuando aún estamos blancas y el moreno no ha ejercido su positiva influencia sobre nuestros lechosos cuerpos escondiendo y disimulando alguna que otra tara. Como dice una amiga mía “el moreno es como el negro que disimula hasta los kilos de más”, y viene a ser algo así como el photoshop, pero un poco más rudimentario. Pues bien, ella lo hace a ‘pecho descubierto’, nunca mejor dicho, por lo que merece este pequeño ‘reconocimiento’ el día en el que saludamos oficialmente al verano.
Por el contrario, el resto de las mortales cuando nos enfrentamos a esta tesitura comenzamos un vitalísimo proceso físico y psíquico para salir lo más airosamente posible de esta situación que supone un notable consumo de energía y que se desarrollaría en varias etapas.
La primera fase del posado de verano, referida exclusivamente a la silueta y la más básica se resume en los siguientes pasos: meter tripa, sacar pecho, levantar pompis, posar de perfil y no respirar. Una vez que esto está conseguido, sin perder la posición: enseñar dientes, abrir lo ojos, no pestañear, subir el mentón, pegar la lengua al paladar y colocarse el pelo.
Para las más perfeccionistas esto no acabaría ahí, ya que habría otros factores a tener en cuenta como poner piernas y columna rectas, apretar muslos y trasero con todas tus fuerzas, revisar la posición del biquini y retirar la braguita de entre las nalgas, tapar molla estratégicamente con la poca tela de la que disponemos, decir patata y seguir sin respirar. Hasta aquí bien, pero en el manual de las profesionales de los posados veraniegos también se incluye un último, pero no menos importante, consejo: comprobar que tu amiga con tipazo no sale en la foto. Fundamental para garantizar el éxito de la operación.
Finalmente, una vez completado el proceso y con la instantánea realizada, por diez o quince veces para elegir la que más nos guste o meno nos disguste, como se quiera ver, uno vuelve tristemente a comprobar que, sin negar las positivas consecuencias que puedan tener estos truquitos, los milagros en biquini no existen y la celulitis sigue en su sitio, entre otras muchas cosas.
Y es que es tan difícil salir bien en una foto en ropa de baño… Aunque una esté tremenda siempre habrá quien acuda a las recurrentes ‘le falta pecho’, ‘tiene los muslos un poco gordos’, ‘es de culo plano’… y mi favorita: ‘tiene la rodillas feas’. ¡Vamos hombre! ¡Malditas fotos en biquini!
Ahora entiendo por qué se pusieron tan de moda las fotos en Facebook de pies en playas y piscinas.
Publicado el 21 de Junio en La Opinión.