Rompecorazones

Tom-Waits-portrait-1988-billboard-1548Hace unos días, escuchando un programa de radio que hablaba sobre los ‘rompecorazones’ de la música de otro tiempo pensaba en lo fácil que hubiese sido dejarse cautivar por las voces de alguno de estos iconos de la historia de la música en sus años mozos –que se dice en mi tierra –teniendo en cuenta que, algunos de ellos, incluso entraditos ya en unas cuantas primaveras, siguen teniendo ese fantástico swing, ese rollo, tan propio de los grandes de su género y al que una no puede resistirse. Porque debo confesar que a mí se me enamora por el oído. Tanto por lo que uno tiene que decir, como por el modo de hacerlo. Tan importante es el fondo como la forma. No hay nada que me seduzca más que una buena conversación de la que, en mis mejores sueños, se desprende un hombre interesante y, en el mejor de los casos, una voz sugerente. Pues imaginemos si además esa voz nos canta… ¡Y cómo cantan!

Les pongo en situación. Cómo no iba a caer una rendida a los pies del grandísimo Elvis, incluso en sus momentos de mayores excesos y rarezas, si en una estampa en blanco y negro te susurra al oído la letra y la melodía de ‘Suspicious Minds’, una de mis canciones favoritas, diciendo algo así como que no dejes que algo tan bueno muera. ¿Acaso no oyen esa voz? Esa tremenda voz que te baila en el estómago después de atravesarte entera. Pocas como la suya para seducir y conquistar. Así que de éste, yo hubiera sido blanco fácil.

Pero evidentemente, no es el único. El sensual y misterioso poeta canadiense que cantaba a Suzanne y Marianne, bien podría haber incluido una Monique en su lista. Y es que pese a su, en apariencia, ‘relativa’ falta de sex-appeal, al enigmático Cohen, según cuentan las malas lenguas, le sobró con un encuentro fugaz en un ascensor para conquistar a la indomable Janis. Al menos por una noche. Una única noche que, también en lo musical, dio para mucho. Cómo decir no a su elegante figura caminando por los estrechos pasillos del Chelsea Hotel, que tanto ha hecho por engrandecer las leyendas de las estrellas de la música y por propiciar tórridos y furtivos encuentros entre toda una generación. Lugares míticos que se prestan al romance con esos hombres que te saben hablar, o recitar.

Walk (walking) on the wild side (Caminando por el lado salvaje), que cantaba otro grande de la música, Lou Reed, aparece la ruda figura y voz de Tom Waits, el feo más sexy de la historia de rock. Su turbulento existir, su querencia a los problemas, su vida al límite y su numerosos vicios, junto a su ahogada voz y esa dulce mirada, incluso infantil en ocasiones, le convierten en mi absoluta debilidad. El primero entre los favoritos. ¡Siempre me gustaron las causas perdidas, las almas atormentadas y las melenas graciosamente alborotadas! No habría podido negarle una copa sentada al pie de una barra de bar, incluso sabiéndome fácil de enamorar por un hombre que jamás tendrá redención.

A estos podríamos sumar unos cuantos más. Ninguno de ellos especialmente guapo, alto o fuerte. Más bien todo lo contrario, feos, delgados o excesivos, en todo, pero con voces tremendamente sexys y ejemplares de auténticos ‘heartbreakers’.

Pongamos que hablo de Madrid

COSITAS 003Cantaba y canta Sabina, esperemos que por mucho tiempo –aunque a ver quién es el guapo que apuesta dos duros por esto con la presunta vida de excesos del artista. Y no digo presunta con intención de echarle un cable y suavizar sus exuberancias, sino porque ya sabemos que hay hombres que, como en el juego del parchís, se comen una y cuentan veinte; aunque algo me dice que éste no es el caso –que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Y aunque cantado suena bonito, hoy tengo que defender la tesis contraria. Van a creer que tengo algo en contra del de Tirso de Molina, pero el objetivo de este artículo, confíen en mí, es otro.

Un par de semanas atrás volvía a Madrid, “donde regresa siempre el fugitivo”, como hago de forma recurrente desde que estudiase allí hace más de diez años. Lo hacía en tren, algo que disfruto especialmente, sobre todo si me toca un buen vagón del Altaria que pide a gritos ya una renovación, y sola, algo no tan propio de mis escapadas a la capital. Esta última circunstancia me permitía vivir la experiencia centrada en mí, única y exclusivamente en mis sensaciones, y no imaginan como lo agradecí. Fueron sólo unas horas, pero recordé y recuperé mi Madrid, parte de lo que viví y quizás también de lo que fui.

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Durante el trayecto, conmigo uno de mis libros de cabecera ‘Alta Fidelidad’ –en su versión en inglés –algo que parecía premonitorio. Al contrario que Sabina, yo me bajé en Chamartín. Atocha, aunque pueda parecer más bohemio y castizo, me genera mucho estrés con el incesante trasiego de pasajeros y de trenes a diferentes destinos que comparten anden. Siempre temí colarme en el que no era y acabar en cualquier lugar inesperado. ¿Alcobendas, Móstoles o quizás Fuenlabrada? A mi llegada, esas mariposas en el estómago propias de los nervios del primer amor, de aquel que impresiona y arrolla por la falta de seguridad. Directa al metro… ¡Ay el metro de Madrid! Cuántas horas dedicaría a vivir en sus vagones la ciudad. Tantas que llegué a odiarlo tanto como quererlo. Como suele ocurrir con todo, lo mucho cansa y lo poco agrada. Un billete sencillo, que aún guardo de recuerdo, línea 10 y cinco paradas hasta el hotel en Gregorio Marañón.

Y al surgir, Madrid. Como siempre, Madrid. Madrid con sus coches y atascos, sus pocos grados de menos (comparado con Murcia), sus domingos de rastro y sus paseos de anonimato. Tras el check-in y una ducha rápida, no podía resistirme a salir, a andar, a caminar Madrid.

Cuando la tarde se puso bien, un regalo en forma de visita a la Malasaña de callejuelas, terrazas, barras, cervezas e incluso la ‘Vía Láctea’. Una visita a los bares cuya música hace que olvides lo que hay de puertas para afuera. A los bares que no diferencian entre la tarde, la noche o la madrugada. A los bares que sirven de inspiración a músicos, artistas y periodistas. Caña a caña, conversaciones entre amigos, colegas, que recuerdan sus años de universidad… Años que, quizás, aquí no se ven tan lejanos ya.

Hace tanto que no salgo

img_9165Hace tanto que no salgo que ya no me acuerdo ni cómo se hacía, y por supuesto tampoco sabría decir dónde hacerlo. Imagino que en esto también se notan los años. Tiempo atrás una ni se planteaba si apetecía o no apetecía, llegaba el fin de semana y comenzaba la juerga. Siempre había plan y por supuesto compañeros de fechorías. Pero esto es como todo, si uno abandona la práctica pierde habilidades. Reconozco que nunca se me dio mal, y estas cosas no se olvidan, como montar en bicicleta o el inglés, todo será retomar la costumbre para que vuelvan a aparecer mis destrezas.

En mi pueblo, del que hablaba la semana pasada, se solía hacer en un área determinada junto a la Gran Vía que denominábamos ‘La Zona’, repleta de bares y pubs donde tomar una copa en diferentes ambientes. Los de mi generación nos iniciamos en el arte de salir en lo que entonces era ‘La Cabila’, local que se llenaba de adolescentes en plena edad del pavo y efervescencia hormonal bailando los éxitos del momento. No se me ocurre mejor plan… (hablando irónicamente, claro). Después, en función de la etapa vital en la que uno se encontrase, comenzaba el desfile por los diversos garitos del pueblo: ‘El Zipi y Zape’, para la etapa más hippie o radical, ese momento en el que quieres dejar claro que eres diferente; ‘El Canterbury’, cuando de ligar con los chicos más ‘guay’ se trataba; o ‘El Blanco y Negro’, cuando considerabas que eras demasiado mayor para el resto de locales, o en su defecto estos habían cerrado, porque siempre fue el último en bajar la persiana. Aunque lo que de verdad molaba era tomar las cervezas en la calle escuchando la música desde las peceras y entablando conversación con todo el que pasaba. ‘La Zona’ siempre fue muy de este rollo, incluso en pleno invierno con los varios grados bajo cero que se registraban. En Madrid además descubrí que lo de salir no tenía porque limitare a los fines de semana, y creo que fue allí donde gasté todos mis ‘tickets’ para una larga temporada.

Está claro que, además de pasarlo bien, para la mayoría uno de los incentivos de salir es ligar y, sin ánimo de resultar engreída, era algo que yo dominaba. Creo que precisamente porque mi intención nunca fue ésta sino cerrar bares con mi hermana, algo a lo que éramos bastante aficionadas. Me llamaban ‘La San Miguel’ porque “donde va triunfa”, que decía una amiga. Esto no quiere decir que mis ligues fueran siempre de mi agrado, pero creo que el mostrar absoluto desinterés o desdén por el opuesto causa en estos el efecto contrario. Lo dejo como consejo para los/las que salen a la desesperada… La necesidad se huele, amigos míos. Por todo esto, cuando uno tiene pareja es lógico que realice también una suave frenada.

Además, como dice mi compañera Carmen Gómez, es propio de la juventud pensar como Roberto Carlos, no el futbolista sino el cantante, “yo quiero tener un millón de amigos”… y así más veces poder salir; multiplicando exponencialmente los planes y las posibilidades. Pero cuando uno va cumpliendo años, las amistades se reducen y se vuelven más selectas y, al igual que en mi caso, los intereses y prioridades de las mismas cambian, con lo que para tomar una copa hay que cuadrar agendas personales, de trabajo, pareja y familiares y hacer ‘tetris’ con los huecos libres para poder dedicarles 45 minutos a la semana. Sin embargo, y por experiencia propia estos saben a gloria. Sea como fuere, y aunque no esté entre nuestros principales hobbies, salir de marcha de vez en cuando puede resultar hasta saludable, y ahora que se han puesto de moda los garitos de tarde, podemos hasta aprovechar la siesta de los hijos. No se trata del tiempo dedicado, sino de la calidad del mismo.

¿Y tú cuánto hace que no sales?

Propósitos locos para una vida cuerda

soltarselamelena.jpgCansada de acumular año tras año listas de propósitos de año nuevo incumplidas, he decidido ser realista, en primer lugar, y dejar de acudir una y otra vez a tópicos que no me hacen feliz pero que parecen venir auto impuestos, para tener una vida en serie, normal, como tantas otras. El 2015 no ha sido mi año, y todos esos acontecimientos me han servido para darme cuenta de que lo que quiero para éste y los próximos ejercicios en mi vida es pasión. Pasión o intensidad –como a mí me gusta decir –. La intensidad suficiente como para “que bailen desnudos los pies” y “que te vuelvas tan loca, que no tengas remedio”, como canta Fabián en ‘Sálvalo’ –acertadísima, como siempre, recomendación de mi amigo Fernando Navarro, mi gurú musical personal –.

Y es que la última frase parece sacada de mi cabeza. Seguro que a todos os ha pasado más alguna vez, que escucháis algo en una canción que describe perfectamente lo que sentís y no habéis sido capaces de traducir en palabras. La rutina, las obligaciones y las responsabilidades hacen que, a veces, en el remolino del día a día nos olvidemos de lo más importante, de vivir. Por eso, este año me he propuesto, como meta principal, vivir un poco más, entusiasmarme con cosas que me arrebaten por momentos la cordura. Y por eso, y aunque suene un poco a chiste, como primer propósito quiero volver a los ‘karaokes’, disfrutar de la música sin complejos. Seguro que hago muchas cosas mal pero os aseguro que nada puede superar a mi absoluta falta de oído, lo que en un momento determinado me retiró de los escenarios. Aún recuerdo mi última gran noche a ritmo de Bon Jovi intentando seguir la letra de “Someday I´ll be saturday night” en Pérez Casas con mi hermana y su amiga Ariadna; y algunas copas en el cuerpo también. Sin vergüenza, sin temores, sin complejos y sin ningún sentido del ritmo, pero qué bien lo pasamos. Por eso, para 2016, en mi apuesta decidida por soltarme un poco la melena, planeo mi regreso a las pistas.

También me he propuesto beber un poco más. No crean que voy a hacer apología del alcohol en este artículo pero, sin excesos, creo que no viene mal ponerle un poco de chispa a la vida. Durante el primer embarazo de mi hermana me acostumbré a beber con ella la cerveza 0,0 y como además dicen que no engorda permanecí en esta variante. Sin embargo, creo que ha llegado el momento de recuperar las cañas intensas, los vinos y alguna que otra buena copa en la madrugada. Y por una regla de tres, ¿qué faltaría? Pues siempre un poco más de sexo, y no es que yo me queje de mi frecuencia –que estoy encantada –pero estas cosas nunca están de más. Y quien diga que el sexo está sobrevalorado es que nunca ha tenido del bueno.

Por supuesto, en esta corriente también entrarían: más música, más rock and roll, más conciertos, más literatura, más cine del bueno, más viajes, más escapada improvisadas, más paseos, más ‘salir de cañas y liarse hasta la madrugada’, más largas conversaciones con botella de vino de por medio, más cafés con confidencias, más risas entre amigos,… y muchas muchas cosas más.

Y por supuesto, y como sé que esto lo leerá mi mentor (Ángel Montiel), más artículos escritos en tiempo y no enviados a última hora por culpa de mis “días de locos”. Te prometo que lo intentaré.

Con todo esto, estoy segura que este año la lista de propósitos se me hará mucho más llevadera y mi vida, mucho más intensa. Para que complicarse…

Todo lo que os debo

Hoy, pensando en toda la buena gente que tengo a mi lado, me acordaba de este artículo que escribí ya hace un tiempo para el periódico La Opinión de Murcia (29 Marzo 2014) y que comparto ahora con vosotros. Cuando todos estamos preocupados por si llegamos o no a fin de mes, yo hago un balance de mis ‘posesiones’. 

256954_10151096402693914_1801958299_oMe he propuesto demostrar que en una España de endeudados, porque quién no tiene una astronómica hipoteca que pagar hasta el fin de sus días, deber no siempre tiene un significado negativo. Así, con papel y lápiz en la mano me dispongo a hacer balance de mi columna de ‘haberes’ y ‘deberes’. 

253170_10151133246513914_479848498_nCon quienes primero contraemos una deuda es evidentemente con nuestros progenitores, y si empezamos diciendo que ellos les debemos la vida, parece lógico que el resto de ‘compromisos’ carezcan de importancia; sin embargo, hoy seré lo más detallada posible en mi inventario. 

A mi padre le debo mis ojos, mi optimismo ante la vida, mi afición a la cerveza, mi buen gusto musical, mi primera película en el cine y algún concierto de Raphael. A mi madre, un modelo y referente de mujer, hija, esposa, madre y trabajadora incansable, mi sentido de la responsabilidad mi carácter, mi pelo fino y algunas fotos para destruir con un look de hombreras y diademas enormes. A mi única hermana, una compañera de juegos, aventuras y desventuras de por vida, mi mejor amiga y confidente, algún que otro castigo y azote compartido y mi afición a los blogs de moda, al maquillaje y a comprar por Internet. A algunos maestros y profesores les debo parte de mi ‘saber’ acumulado, mi interés por el arte y la literatura, mi afición a leer y escribir y haber corregido mi enorme letra y espantosa ortografía. A mis compañeros de clase, alguna que otra respuesta copiada en un examen.

8908_10151645223878914_694710504_nA mi primer noviete de verano le debo las mágicas noches estivales, alguna bronca paterna y mi, afortunadamente, único contacto con la música bacalao, que se decía entonces. A mi primer amor de instituto, mi primer festival de rock, mi primera carta de amor, el primer te quiero, los primeros besos con mariposas y mis primeras lágrimas de desamor. A Magín le debo uno de mis libros favoritos, ‘El Lobo Estepario’. A mi amigo Paco, el descubrir que hay personas que te entienden con una mirada, y junto a Jaime, Harry y Carlitos, uno de los festivales más divertidos de mi vida. A Natalia le debo muchos momentos de nervios compartidos, estupendas tardes de miércoles en la radio, mis uñas cuidadas y aprender que “el chocolate, un minuto en la boca y diez años en las cartucheras”. A Carmen mis ‘cafés-terapia’ cada mañana y entender que “el peinado es importante”.

A las personas que han convivido conmigo les debo haber aprendido a ser mejor persona, menos egoísta y a entender que una pareja siempre son dos y que hay que compartir tanto los buenos como los malos momentos. A Yayo le debo mi primera prueba radiofónica, y a José Augusto mi oportunidad en la radio, mi amor por ésta, mi mejora constante y mi empeño diario, y otras muchas cosas más que no procede desvelar aquí.

575431_10150794701823914_1351830491_nA Madrid le debo el retiro, el Prado y cinco años inolvidables de mi vida. A Jaén, mi primer trabajo en una redacción, y a Granada, el haber descubierto una de las ciudades más bonitas y acogedoras. A Cartagena le debo mi formación como periodista en la práctica, un grupo de amigos que me hicieron sentir como en casa y mi viaje a Sicilia, además de la Mar de Músicas. A Facebook, mi reencuentro con Rebeca; a Queen, una de mis canciones favoritas; a Tornatore, Cinema Paradiso; a los Rolling Stontes, Satisfaction para cantar en los karaokes; al cine, muchas lágrimas, risas y momentos de evasión; a los italianos, los macarrones con tomate; a los franceses, el chardonnay y el champagne…

Y así podría seguir otras setecientas palabras más, pero en resumen, me deuda es tal que jamás podré pagarla, así que sólo puedo decir: “Gracias a la vida, que me ha dado tanto”.