Lírica de lo cotidiano

Foto de la sesión de Navidad de Silvia Ferrer

Este sería el título del segundo libro de poesía del madrileño Miguel Ángel Herranz (Miki Naranja) a quien, incluso habiendo fallecido dolorosamente joven y siendo su universo laboral distinto y alejado de la lírica, la fugacidad de la vida permitió legar a esta generación, y venideras, delicados versos sobre lo corriente y ordinario. Una forma exquisita de reivindicar la belleza de lo normal; la belleza de lo habitual y de lo diario.  

No siempre es sencillo verlo; pues andamos, en estos tiempos más que nunca, persiguiendo lo original, lo extravagante y lo extraño. Sin embargo, no es más verdad que la mayor parte del tiempo vivimos y habitamos en la inercia de lo usual, de lo acostumbrado. La rutina de los días comunes que son tan uniformes y tan iguales. Sin grandes empresas, sin grandes hazañas y sin grandes logros o hallazgos.

Es por esto, precisamente, por lo que para mí es tan importante sentirme bien con mi yo más ordinario, porque, al fin y al cabo, es el que predomina y prevalece. Somos, la mayor parte del tiempo, los que nos levantamos gruñones y despeinados, sin ganas de ir a trabajar, con días buenos y malos, sin compromisos ni planes especiales; sino más bien con una jornada, casi, anodina por delante de familia, casa y trabajo. Con tardes que se fragmentan en actividades extraescolares, recados, quehaceres domésticos y supermercado. Con noches en pijama frente al televisor o con un libro en la mano.  

Pero es que todo esto tiene mucho más valor del que paradójicamente le otorgamos. Porque, aunque en conjunto incorporamos mucho más, todo esto tan normal es la esencia de lo que somos y habitamos. Sólo hay que tratar de ver la belleza en lo más pequeño, en aquello que por frecuente desatendemos, desairamos u olvidamos.

Sería quizás, irónicamente, este sentimiento, o sentencia, de poder perder en cualquier momento todo eso tan normal y tan mundano (a consecuencia del cáncer que sufría) lo que le permitió apreciar lo insólito, lo maravilloso y lo trascendental de lo rutinario. Desde el juego de sus hijos o las cajas aún apiladas de su última y no cercana mudanza, a los recuerdos de infancia de su madre ‘mondando’ lentejas extendidas en la mesa de la cocina con el deseo de ‘eviscerarse’ “fiando el porvenir y su metástasis

a sus manos

exigentes pero tiernas”.

Y, pese al fatal desenlace, me reconozco abrumada y agradecida de su bellísima forma de poner poesía a lo cotidiano.

Tiempo

Debo de confesar que yo también he empezado el 2022 haciéndome una serie de rectos propósitos. Sin lugar a dudas, el primero y principal es mejorar mi empatía intentando no juzgar y justificar aquellas actitudes o comportamientos que lejos de parecerme apropiados no son mas que manifestaciones perceptibles de carencias, dificultades y/o conflictos latentes.

Pero además de esta noble aspiración, hay otras propuestas más banales en las que me estoy aplicando.  Si hace unos meses compartía que, desde que había sido madre, me estaba resultando imposible la lectura en ‘gran formato’ –entiéndase ésta como libros o novelas -, he iniciado este ejercicio intentando volver a retomar este hábito que siempre me hizo feliz. Pero, como suele ocurrir con la mayoría de las cosas que suponen un esfuerzo, he buscado la compañía de quien me motive cuando flaqueo.

Mi hermana, que es de las lectoras más ansiosas que conozco, pues acumula varios ejemplares completamente nuevos en su mesita de noche cuando aún cuenta con torres de antiguos pendientes, comparte también esta escasez de tiempo propio, después de ejercer de abogada y madre de tres pequeños. Así, hemos creado nuestro exclusivo club de lectura, más que para entretenernos –que también -, para seguir escoltándonos y amparándonos como, hasta ahora, en diferentes etapas y momentos de nuestras vidas hemos venido haciendo.

Hemos decidido empezar por ‘El año del pensamiento mágico’ la novela más popular de la escritora californiana Joan Didion. La elección no debe ser causal, pues la fallecida periodista, referente en narrativa del siglo XX, cuenta en estas páginas la repentina muerte de su marido, el escritor John Gregory Dunne, haciendo una íntima y consistente reflexión y retrato del duelo.

Nosotras este año también hemos perdido a alguien muy significativo. Nuestra tía Valentina, a quien hace unos meses dediqué un artículo hablando de su gracia con los tacones, fallecía dejándonos sin la risa más sonora, sincera y alegre. Por desgracia, también sabemos que hacer el luto es importante y saludable y, quizás, con esta lectura podamos terminar de expresar lo que ahora solo nos atrevemos a murmurar entre dientes.

Han sido años crueles en los que hemos despedido a mucha gente y puede que en ese intento por hacernos fuertes en el epicentro del sufrimiento hayamos mermado nuestra capacidad para el duelo, amontonando un dolor tras otro a la espera del preciado tiempo.

Pues será eso precisamente, tiempo, lo que me regale este año para leer y/o llorar todo lo que aún tengo pendiente.