Octubre

Te miro, recién dormido, a veces casi exhausta después de una intensa jornada de oficina, en casa, y como mamá, y pienso en lo mucho que ha cambiado mi vida en estos dos últimos años. Como lo has convertido y transformado todo. Como has alterado mis ritmos, acrecentado mis miedos y ensanchado mi cintura y mi alma. Pero ese instante, ese preciso minuto, es la recompensa a cualquier trajín, esfuerzo e, incluso, rabieta transcurrida durante las horas previas. No hay sensación más gustosa y dulce en el mundo que observarte, por fin, rendido al sueño.

Octubre ha sido para mí, en los últimos tiempos, sinónimo de catarsis. Mientras que la mayoría asocian ese momento de cambio y evolución al fin o comienzo de año, o incluso aprovechando el mes de septiembre y el inicio del curso escolar, yo he experimentado mis grandes metamorfosis y rupturas con el pasado a lo largo de este mes. Fue un ‘vetusto’ octubre y a propósito, o no, de un concierto cuando se fracturó mi insatisfactorio y frágil mundo para abrirse en los cimientos de mi existencia un espacio del que fluía vida; vida en todas sus manifestaciones, y mi casa se llenaba de risas.  Hoy echo la vista atrás y aún exclamo, sonriente: ¡Qué a tiempo te pusiste en medio!

Y varios octubres después, esa casa se convirtió en hogar. Trajiste la calma a nuestras alborotadas y agitadas vidas y mentes, una dulce quietud que se tornó con los meses en otro tipo de algarabía. Eres la alegría y el jubilo cotidiano, espontáneo y contagioso, que rompe la monotonía de lo diario. Eres el terremoto que sacude nuestra rutina y nuestras listas de cosas pendientes, poniéndolo todo patas arribas y logrando que no nos importe, a veces, andar a la deriva. Eres la celebración constante. En eso te pareces a tu abuelo, al igual que en esos ojos rasgados cuando ríes que me lo traen devuelta con cada pillería y trastada tuya. Viniste sin aviso y sigues sin avisar para manifestar tus propósitos, vamos tras de ti intentando protegerte en cada caída. Tu firmeza, tu curiosidad, tu valentía y atrevimiento me provoca miedos y zozobras, pero me certifica que vivirás y crecerás en sabiduría y coleccionarás miles de aventuras.

Sólo un consejo te voy a dar. Sé honesto, fiel y recto en tu camino. Sigue regalando amor y cariño sin complejos. Sé quien has venido a ser, porque desde el día que naciste, pequeño, supe que ya estaba trazada tu historia.

La vida que no fue

IMG_4019Andaba yo reflexionando estos días sobre qué es ser mujer, intentando la difícil tarea de alejarme de tópicos y estereotipos. Pero es prácticamente imposible. Del ‘me gusta ser mujer’ de Ausonia, simbólicamente coincidiendo con la entrada en el siglo XXI, a la recurrente queja de ¿por qué es tan difícil ser mujer?, fruto de una sociedad tristemente machista, van una serie de afirmaciones que la mayoría hemos repetido en una u otra circunstancia, siendo reflejo de nuestro caótico estado de ánimo por las contradicciones, paradojas y dicotomías que se dan en nuestro género.

Esta antítesis femenina que planteaba racionalmente se reflejaba en ciertas circunstancias que me tocaba vivir, o sufrir. Si hace unas semanas pretendía que éste fuera un artículo que sirviera para anunciar una buena noticia; el mismo, se ha tornado en lo contrario. Incluso debo confesar que he tenido mis dudas sobre si escribir o no de este acontecimiento. Sin embargo, después de pensarlo mucho he creído oportuno compartir también con vosotros el lado menos bonito de las cosas, alejándome así del mundo blogger de color de rosa que obvia el sufrimiento que supone vivir o esconde las dificultades de una vida real detrás de problemas como qué tono de blanco elijo para mi salón. Yo, que suelo aprovechar esta contra para compartir algunas situaciones y reflexiones cómicas y divertidas, como todo el mundo, resisto los sinsabores que el destino nos depara.

No importa que te pille por sorpresa o que lleves tiempo intentándolo, cuando el test de embarazo da positivo una ya se siente madre de la aceituna, la nuez o la lentejita que lleva dentro, según los términos propios de los libros sobre maternidad que en las últimas semanas ocupaban mi mesita de noche. El 4 de Febrero, coincidiendo con el nacimiento de mi segunda sobrina, Manuela, nosotros recibíamos la noticia de que nos convertiríamos en padres en el mes de octubre. El asombro no fue pequeño, y la ansiedad y la incertidumbre que se apoderaron de mí tampoco. Desde ese mismo instante comencé a sentir miedo de todo, de que le pasara algo a él, de que me pasara algo a mí, de que no supiera o no pudiera hacer bien las cosas, de comer algo que no debía, de hacer esfuerzos perjudiciales, de que el estrés afectase al embrión, de sufrir los síntomas, de que estos no se presentasen… Así que empiezas una interminable ruta de consulta en consulta preocupada de que todo salga bien. Eres consciente de que hay riesgos y complicaciones, pero como con tantas otras en la vida, piensas que no te va a tocar a ti. Por lo que decides, dejarte llevar y ser feliz; preocupada pero feliz. Intentas mantener la calma, te contienes y evitas no comprar nada, te dices a ti misma: “al menos hasta los tres meses”. Sin embargo, en algo siempre pecas.

Y de repente, un día en una ecografía descubres que su corazón no late, que ya no eres mamá de lentejita. Tus miedos, se hacen realidad. Te dices una y otra vez a ti misma que eso podía pasar, pero nada te consuela. Te culpas incluso; aunque todo el mundo te diga que ha sido algo natural. Repasas en tu cabeza qué has podido hacer mal y en qué te has equivocado. Intentas consolar al papá de lentejita, que naturalmente pasa por lo mismo que tú, pero te sientes sin fuerzas ni siquiera para hablar. Todo te parece un mal sueño, incluso empiezas a pensar que nunca ocurrió, y vuelve el miedo a que se pudiera repetir. Descubres además en este proceso que no has sido la única, que son muchas las mujeres que han vivido la experiencia, pero pocas lo comparten. Yo, creo que lo hago por terapia, para exteriorizar el vacío que queda y que he sido incapaz de articular en palabras.

Está claro que ser mujer es mucho más que ser madre, pero éste puede ser un buen ejemplo de lo que supone –o así lo sentí y lo siento yo –la contrariedad de ser feliz por algo que por otro lado entraña cierto riesgo y/o dificultad.

Pero no os preocupéis, esto también pasará.