Todo lo que os debo

Hoy, pensando en toda la buena gente que tengo a mi lado, me acordaba de este artículo que escribí ya hace un tiempo para el periódico La Opinión de Murcia (29 Marzo 2014) y que comparto ahora con vosotros. Cuando todos estamos preocupados por si llegamos o no a fin de mes, yo hago un balance de mis ‘posesiones’. 

256954_10151096402693914_1801958299_oMe he propuesto demostrar que en una España de endeudados, porque quién no tiene una astronómica hipoteca que pagar hasta el fin de sus días, deber no siempre tiene un significado negativo. Así, con papel y lápiz en la mano me dispongo a hacer balance de mi columna de ‘haberes’ y ‘deberes’. 

253170_10151133246513914_479848498_nCon quienes primero contraemos una deuda es evidentemente con nuestros progenitores, y si empezamos diciendo que ellos les debemos la vida, parece lógico que el resto de ‘compromisos’ carezcan de importancia; sin embargo, hoy seré lo más detallada posible en mi inventario. 

A mi padre le debo mis ojos, mi optimismo ante la vida, mi afición a la cerveza, mi buen gusto musical, mi primera película en el cine y algún concierto de Raphael. A mi madre, un modelo y referente de mujer, hija, esposa, madre y trabajadora incansable, mi sentido de la responsabilidad mi carácter, mi pelo fino y algunas fotos para destruir con un look de hombreras y diademas enormes. A mi única hermana, una compañera de juegos, aventuras y desventuras de por vida, mi mejor amiga y confidente, algún que otro castigo y azote compartido y mi afición a los blogs de moda, al maquillaje y a comprar por Internet. A algunos maestros y profesores les debo parte de mi ‘saber’ acumulado, mi interés por el arte y la literatura, mi afición a leer y escribir y haber corregido mi enorme letra y espantosa ortografía. A mis compañeros de clase, alguna que otra respuesta copiada en un examen.

8908_10151645223878914_694710504_nA mi primer noviete de verano le debo las mágicas noches estivales, alguna bronca paterna y mi, afortunadamente, único contacto con la música bacalao, que se decía entonces. A mi primer amor de instituto, mi primer festival de rock, mi primera carta de amor, el primer te quiero, los primeros besos con mariposas y mis primeras lágrimas de desamor. A Magín le debo uno de mis libros favoritos, ‘El Lobo Estepario’. A mi amigo Paco, el descubrir que hay personas que te entienden con una mirada, y junto a Jaime, Harry y Carlitos, uno de los festivales más divertidos de mi vida. A Natalia le debo muchos momentos de nervios compartidos, estupendas tardes de miércoles en la radio, mis uñas cuidadas y aprender que “el chocolate, un minuto en la boca y diez años en las cartucheras”. A Carmen mis ‘cafés-terapia’ cada mañana y entender que “el peinado es importante”.

A las personas que han convivido conmigo les debo haber aprendido a ser mejor persona, menos egoísta y a entender que una pareja siempre son dos y que hay que compartir tanto los buenos como los malos momentos. A Yayo le debo mi primera prueba radiofónica, y a José Augusto mi oportunidad en la radio, mi amor por ésta, mi mejora constante y mi empeño diario, y otras muchas cosas más que no procede desvelar aquí.

575431_10150794701823914_1351830491_nA Madrid le debo el retiro, el Prado y cinco años inolvidables de mi vida. A Jaén, mi primer trabajo en una redacción, y a Granada, el haber descubierto una de las ciudades más bonitas y acogedoras. A Cartagena le debo mi formación como periodista en la práctica, un grupo de amigos que me hicieron sentir como en casa y mi viaje a Sicilia, además de la Mar de Músicas. A Facebook, mi reencuentro con Rebeca; a Queen, una de mis canciones favoritas; a Tornatore, Cinema Paradiso; a los Rolling Stontes, Satisfaction para cantar en los karaokes; al cine, muchas lágrimas, risas y momentos de evasión; a los italianos, los macarrones con tomate; a los franceses, el chardonnay y el champagne…

Y así podría seguir otras setecientas palabras más, pero en resumen, me deuda es tal que jamás podré pagarla, así que sólo puedo decir: “Gracias a la vida, que me ha dado tanto”.

Esta puta vida

IMG_3718Hay días que uno se acuesta pensando que la vida, así en general, es muy puta –y disculpen por el malsonante vocablo que no es propio de mi lenguaje, pero no se me ocurre ningún otro que describa mejor esa sensación de hartazgo de todo –. Así me metía yo en la cama el pasado martes, más cabreada que triste por lo que considero un devenir injusto para determinadas personas y situaciones. Es propio, al menos en los pueblos, que las señoras repitan ante una sucesión de infortunios aquello de “las desgracias nunca vienen solas” o “hija, esto son rachas”, aunque siempre son malas porque las cosas buenas vienen contadas, o ¿no?

Evidentemente, no soy yo quien para juzgar el acontecer, pues no manejo toda la información y esto me haría errar en mis posturas. Pero en determinadas ocasiones entiendo que el responsable de todo esto no está muy acertado. ¡Y perdone usted mi atrevimiento! Nos cuentan que “todo en la vida pasa por algo”, y debemos creer que así es, sin argumentaciones que expliquen el teorema, y quizás sería lo más fácil, pero yo me resisto. Y es que no creo que nadie pueda entender que dos personas salgan de casa, casi de madrugada para ir a trabajar (en la dureza de condiciones que lo hacen en un andamio. Sé bien de lo que hablo, pues soy hija de obrero), y la única noticia que volverán a tener sus familias de ellos es una llamada de un tercero, un desconocido, anunciando lo que nadie quiere nunca oír.

Hace un tiempo leía un fragmento de una novela, no recuerdo dónde, que expresaba perfectamente una sensación que no había sido capaz de transmitir, aunque desgraciadamente, sí de sentir: “Otro de los pensamientos recurrentes de Alberto era éste: ¿cómo es posible que alguien que es tan importante para uno esté muriéndose y mientras estemos pidiendo unos snacks a una azafata o leyendo un libro como el que tienen en sus manos, ajenos al golpe tan violento que vamos a recibir pocos minutos después?”. Pues eso, no puedo entender como se banalizan momentos que cambian nuestra existencia con la rutina y quehacer diario de nuestra vida. Como algo que es trascendental para nosotros sucede y la vida sigue con sus simplezas y trivialidades.

Todos contemplamos situaciones, que sin lugar a dudas nos parecen injustas. Injusto me parece estar prácticamente postrado en un sillón, mientras llega el fin de tus días, cuando lo que más te ha gustado en el mundo ha sido caminar. Injusto me parece trabajar a diario más de 8 horas y al volver a casa, cuando debería llegar el momento del descanso, cuidar de una madre que, por su deterioro cognitivo, ya no parece la tuya. Injusto me parece luchar contra un cáncer que se resiste a desaparecer, tratamiento tras tratamiento, en la soledad de la lejanía de los tuyos. Todo esto, y mucho más, me parece injusto a mí.

Sin embargo, y curiosamente, han sido los protagonistas de estos desfavores, a mi juicio tremendos, los que me han enseñado, con su ejemplo, que la vida es así y, puta o no, lo importante es vivir, pues es lo que nos queda, y dejar un buen recuerdo en los nuestros y, en la medida de nuestras posibilidades, un mundo mejor. Y de esto bien sabía mi padre, que me dejó en herencia –bendita herencia –la capacidad de sonreír. Sonreír siempre, en cualquier circunstancia. Incluso en medio del llanto, que asome la sonrisa. Recuerdo las celebraciones, con champagne incluido, de sus infartos, ictus y demás dolencias tras las oportunas hospitalizaciones. ¡Genio y figura!

Y es que (como también he leído por ahí), “lo importante no es morir, sino hacerlo sin haber vivido. Quien verdaderamente ha vivido, siempre está dispuesto a morir; sabe que ha cumplido su misión”.

P.D. Perdonen que pierda hoy la simpatía característica de esta columna, pero hay momentos que así lo requieren.

Libros

DSC_0559“Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado en la vida”, que decía Mario Vargas Llosa –habrá que preguntarle si esto es así ahora que se ha ‘ligado’ a la musa de Porcelanosa. Pero mientras nadie diga lo contrario no hay motivo para dudar–. Yo no me atrevería a decir tanto, porque en la vida he experimentado sensaciones que, sino superan, sí igualan a la de la lectura, y mira que he disfrutado muchísimo practicándola. Bien es verdad, que ésta (mi vida) no sería la misma sin esta afición a los libros.

En primer lugar, fue la lectura –bueno, también los muchos dictados de mi época escolar con Doña Antoñita en el Colegio Basilio Sáez de Caravaca –la que acabó con mis tremendas faltas de ortografía. Y es que mis trabajos o redacciones eran un baile de señas rojas organizado por mi despiste y absoluta falta de atención, ya que incluso cuando copiaba de la pizarra erraba en las palabras. Sin embargo, mi interés por las historias que otros contaban, ya sea a través del cine, la televisión o la literatura, hacía atisbar cierta redención para mi caligrafía. El primer libro que me atrapó por dentro, lejos de ser el clásico ‘El Principito’, que toda una generación presenta como un fetiche de su infancia –a mí me cautivó años después –, fue uno de lectura obligada en alguno de los cursos de la entonces EGB. Entre los muchos ejemplares de ‘El barco de vapor’ que nos mandaban, en azul, blanco, naranja o rojo dependiendo de nuestro nivel de lectura, se colaba una novela con una portada diferente. No recuerdo bien mi edad, pero sí que no conseguía dormir por las noches, después de ojear sus páginas en la cama, consternada por la tragedia de fondo que éstas relataban: La traición a un amigo. Por aquel entonces conocía yo la conspiración y el asesinato de Julio César. El libro, ‘Guárdate de los Idus’.

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Aprovechando el sol y el buen día en la terraza de casa de mis padres

Desde ese momento, el drama y la tragedia marcarían mi destino literario. En el instituto, mi afición por la filosofía, me llevó a ‘coquetear’ con algunos escritos de Platón, San Agustín y Marx, incluso me atreví con el escepticismo de Nietzsche, pero me atraían mucho más sus ideas que su forma de escribirlas o expresarlas. La segunda obra que albergo en mi memoria como relevante fue ‘La Metamorfosis’ de Kafka. También recuerdo la angustia que me produjo leer la horrible transformación de ‘Samsa’ y la ‘prisión’ y el aislamiento en el que vivía.

Ya en la universidad, la literatura me acompañó durante muchas noches de soledad en mis años en Madrid. Fue aquí cuando irrumpió con más fuerza el género femenino: Woolf y O´Connor fueron dos de las más repetidas. Sin embargo, también hubo tiempo para Gabriel García Márquez con ‘Cien años de soledad’, ‘El Coronel no tiene quien le escriba’ o ‘Crónica de una muerte anunciada’ o Camus. En los últimos cursos de la carrera me dio por los rusos: Chejov, Tolstói y Dostoyevski se convirtieron en mis compañeros de habitación y almohada, aunque estaban un poco mayores para mí.

Y aunque han sido muchos los amores, de ambos sexos, que han desfilado por mi cama –tengo la costumbre de leer siempre antes de dormir –finalizaré sólo con un más: ‘El lobo estepario’ de Herman Hesse y la angustia de Haller “un genio del sufrimiento” que acabaría enseñándome que en la literatura, como en el Teatro Mágico, hay un cartel que pone “Entrada sólo para locos, cuesta la razón”. Sin embargo, tal y como está el mundo , “los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo”, que decía Cortazar.

Hombres de alquiler y ‘selfies’ orgásmicos

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Selfie de la autora

Seguro que a todos se os ha pasado alguna vez por la cabeza la idea de montar un negocio. Normalmente auspiciado por el hartazgo de jefe que cada trabajador o trabajadora hemos experimentado en alguna ocasión a lo largo de nuestra vida laboral. Pensando que trabajar para uno mismo y ser tu propio jefe es la solución a todos los problemas. Sin embargo, cuando uno hace esta reflexión siempre se olvida del recibo de autónomo, el IVA y el IRPF, entre otras cosas. Y si además uno intenta ahorrar en gastos externos y pretende llevarse el mismo la contabilidad… Conocerá lo que es el infierno en vida. Una auténtica pesadilla de formularios: 303, 390, 115, 145… que se repiten de forma periódica en su existir.

Pero sí, antes de pasar por el trance de ser autónoma, yo también pensaba que esa sería la formula del trabajador feliz. Lo que no tenía tan claro en mi carrera al éxito profesional era el objeto social de mi futuro pequeño negocio. En España casi el 90% de estos propósitos (independientemente de que luego se cumplan o no) pasan por ‘montar un bar’. En Murcia, por lo menos, todas las semanas asistimos a la inauguración o cierre de un nuevo garito o local. Somos poco originales en eso de buscar nichos de mercado. Ni siquiera en las nomenclaturas lo somos. Todo lo contrario le ocurre a los japoneses cuya creatividad en los negocios parece no tocar techo.

Si para muchos el ‘puterío’ es el oficio más antiguo de la historia, éste ha sufrido numerosas transformaciones a lo largo de los años. Desde el más fino, a los gigolós, ‘streapers’ o señoritas de compañía, pasando incluso por la versión más moderna, y también dicen que light, las escrot. Sin embargo, jamás se nos habría pasado por la cabeza evolucionar a la adaptación más sentimental de esta figura de hombres y mujeres de alquiler. Bien, pues una empresa japonesa se dedica a comercializar apuestos ejemplares masculinos para que las clientas, de momento sólo mujeres, tengan un recio y atractivo hombro sobre el que llorar. Al módico precio de 55 euros la hora, usted puede hacerse con un seductor caballero que le enjugará las lagrimas en sus momentos más bajos.

Los ‘Ikemesos’ ayudan a las japonesas trabajadoras e independientes asfixiadas por las excesivas cargas y tensión laboral a poder expresar sus sentimientos y así aliviar sus tensiones. Estos caballeros siguen un modus operandi específico en todos sus encargos o pedidos. Primero ayudan a la mujer a llorar y, una vez que el llanto asoma, éste acariciará la mejilla de la clienta con dulzura y suavidad para secar sus lágrimas hasta hacerla sentir reconfortada. Parece una tontería, pero qué no daríamos algunas por poder desahogar nuestras frustraciones en determinados momentos, y si encima es sobre un hombro fuerte más aún. No me negarán la originalidad del invento, la utilidad es otra cosa.

Y si de inventos extraños seguimos hablando, esta semana he descubierto en lo que ha evolucionado el dichoso palo ‘selfie’, que al parecer después de varias versiones fallidas, como el palo con cuchara para hacerte fotos mientras comes o el ‘selfie-stick’ para auto-fotos de mascotas, este artilugio ha derivado en el palo ‘selfie’ vibrador que recoge tu rostro en el instante de mayor éxtasis. Como ya habrán imaginado, el mismo incluye uno de estos juguetes eróticos a un lado y en el opuesto un palo ‘selfie’ sobre el que colocar el teléfono móvil para capturar el momento. Del éxito de la propuesta ya hablaremos en un tiempo. De momento, respondamos a una pregunta “¿Quién no quiere ver su cara durante el orgasmo?”, que se preguntaba la periodista que escribía el artículo. Pues bien, yo prefiero ver la del otro.

«Lo más duro es ver que hay gente que necesita tu ayuda y no la puedes asistir», Médicos Sin Fronteras

Médicos Sin Fronteras

Médicos Sin Fronteras

“Trabajamos en aquellos lugares que hay necesidades sanitarias y no hay otros actores. Fundamentalmente donde hay conflicto armado porque cada vez hay menos agentes que trabajen en estas zonas», asegura Mila Font, responsable de Médicos Sin Fronteras en la Región de Murcia, con quien nos tomamos el #CaféSolidario hace unas semanas en ‘Aquí y Ahora’ (romMurcia Radio).

Así, comenta que dadas las circunstancias en las que desempeñan su labor, el trabajo «es peligroso en algunos lugares porque es una situación difícil, pero sobre todo para los que viven allí», y destaca que «tenemos equipos que se dedican a valorar toda la información para garantizar nuestra seguridad, y aunque sean entornos inseguros reducimos considerablemente ese riesgo o peligro». Sin embargo, no se puede garantizar la seguridad al cien por cien y hace unos días conocíamos la terrible noticia de la muerte de 22 personas en el bombardeo a un hospital de Médicos Sin Fronteras en Kunduz.

Pese a la dureza de esta labor, Font indica que hay muchas personas interesadas en trabajar con esta organización, pero que «en el caso español nos fallan los idiomas, porque hay que manejar bien el inglés y el francés para entenderse bien en las zonas en las que nos encontramos».

En unas reflexiones más personales, asegura que «lo más duro de todo es ver que hay gente que necesita tu ayuda y no la puedes asistir», pero lo mejor «es poder poner tus conocimientos y capacidades al servicio de quien los precisa».

Médicos Sin Fronteras recibe el apoyo de millones de personas en todo el mundo ya que el 90% de los fondos que obtiene vienen directamente de colaboraciones y donaciones particulares. En nuestra Región son más de 10.000 murcianos los que cooperan en sus proyectos.

Ante la actual crisis migratoria que vive el Mediterráneo Médicos Sin Fronteras ha habilitado varios barcos en esta zona con los que ya ha rescatado a más de 16.000 personas haciendo lo que mejor saben, salvar vidas. Sin embargo, desde la organización aseguran que Europa no está abriendo las vías oportunas y seguras para que estas personas puedan recibir asilo y atención en otros países.

Médicos Sin Fronteras es una organización médico-humanitaria internacional que asiste a poblaciones en situación precaria y a víctimas de catástrofes y de conflictos armados por todo el mundo, sin discriminación por raza, religión o ideología política.

Además, esta organización nacía en 1971 ni más ni menos que en la redacción de un periódico en París gracias a un grupo de médicos y periodistas implicados con la asistencia sanitaria universal e independiente. Es una organización que hoy día goza del respeto y el cariño de toda la sociedad por su implicación, su trabajo y su transparencia y buen hacer en el desarrollo de su actividad. Por algo en 1999 recibe el Premio Nobel de la Paz.

El AUDIO de la entrevista AQUÍ.

Fotos: Médicos Sin Fronteras. 

Vamos a contar mentiras…

IMG_2031“Yo le quería decir la verdad por amarga que fuera, contarle que el universo era más ancho que sus caderas. Le dibujaba un mundo real no uno de color de rosa, pero ella prefería escuchar mentiras piadosas”, que decía Joaquín Sabina. Y es que no sólo es cierto que todos decimos alguna que otra mentira piadosa, ausente de malicia alguna por supuesto, porque siendo prácticos en ocasiones es mucho más sencillo adulterar la verdad y mantener el clima de paz y cordialidad que sincerarse y acabar con las buenas relaciones; sino que además en ciertos momentos preferimos seguir viviendo en la ignorancia y… ser felices. El “miénteme” y, sobre todo, el “te dejo que me mientas” resulta más cómodo también para nosotros.

¿Cuándo empezamos a mentir? Porque de niños, en la más tierna infancia, no mentimos. Ni sabemos ni entendemos el valor de la mentira. Sin embargo, es cuando comenzamos a socializar cuando encontramos esta astucia del lenguaje útil para nuestra supervivencia. Es por esto que resultan completamente instintivas. Un “yo no he sido” puede resultar tan espontáneo o primitivo como el salir corriendo ante un peligro, y tan eficaz, te va la ‘vida’ en ello.

Las mentiras piadosas no se dicen por el hecho de mentir por mentir, sino que resultan el mal menor, sin hacer daño ni herir a nadie. Algunas, de hecho, no son ni mentiras, sólo se omite parte de la verdad, por lo que no se pueden considerar ni siquiera farsas. Algunas mentiras salvan relaciones (ya sean personales o profesionales), otras evitan disgustos o broncas monumentales y las hay que se pueden considerar la ‘buena acción’ del día.

Mentimos en el trabajo:

  1. Te llamé pero me salía apagado.
  2. Me pongo ahora mismo con lo tuyo…
  3. Lo tenía apuntado en mi agenda (cuando realmente ni te acordabas de la cita).
  4. Se habrá ido a la bandeja de SPAM.
  5. Has estado mejor que el año pasado (al jefe en la cena de empresa de Navidad).
  6. Lo tengo todo bajo control.

Mentimos en sociedad, familia y con amigos:

  1. ¡Que bien te sientan los años! O la versión: ¡Estás igual que siempre! Cuando te encuentras con alguien que hace mucho que no ves.
  2. Estaba todo riquísimo pero estoy llena.
  3. La mesa estará lista en cinco minutos (en un restaurante).
  4. Tú no eres tonto, hijo, es que el maestro te tiene manía.
  5. ¡No agente… no me había dado cuenta de lo rápido que iba!
  6. ¡Ni te había visto! En un ‘encontronazo’ incómodo.

Y en pareja:

  1. No eres tú, soy yo. La más obvia.
  2. Si quieres podemos ser amigos.
  3. No, no importa… Mentira. Siempre importa.
  4. Cariño te he echado mucho de menos (tras un fin de semana de juerga con amigas).
  5. No me pasa nada.
  6. ¡No te va a doler!

Las mentiras piadosas son tan inofensivas. Y algunas, no me lo negarán, tan necesarias. Hay incluso quienes ejercen el engaño como una clase de talento, aunque éste no será mi caso que se me pilla antes que a un cojo, como suele decirse, pero no por eso cejo a veces en el intento. Si hasta Pinocho, que acusaba físicamente los efectos de sus farsas, la practicaba, que no haremos los demás… que como mucho ésta enrojece una pizca nuestras mejillas.

Y es que en la vida “aprendí que en historias de dos conviene a veces mentir, que ciertos engaños son narcóticos contra el mal de amor”.