La moda como herencia

Una vez instalados ya en nuestro nuevo hogar, una de las anécdotas que el Hombre del Renacimiento acostumbra con las pocas personas que, dada la actual situación sanitaria, nos visitan es la de mostrar el vestidor para recalcar, una y otra vez, que el 90% de este espacio está ocupado por mis enseres, mientras que su ropa no se extiende más allá del 10% del armario. En mi defensa alegaré que algunas de mis adquisiciones se remontan incluso a mis años de instituto y universidad con lo que aunque no pueden considerarse prendas vintage, pues estas datan de 1920 a 1960, casi podrían ser retro.

Aunque es verdad que disfruto con la moda y que he comprado mucho a lo largo de mi vida –hace poco leí que una mujer común gasta 9 años de su vida en compras; aunque en mi caso sería alguno más – también es cierto que procuro alargar su vida sine díe. Me encanta redescubrir un abrigo o un pañuelo 10 años después y evidenciar que me sigue encantando.

Si bien es verdad que a lo largo de los años mi estilo y las modas han ido cambiando, por lo general, siempre he mantenido una línea, que se ha ido acentuando con el tiempo, tendente a prendas básicas, clásicas y colores lisos o planos. Aunque mi guardarropa también está salpicado de alguna extravagancia o conjunto más atrevido.

En cuanto a los colores, mis básicos son el negro y el blanco, aunque el beige y el marrón también predominan. Es curioso como hoy en día podemos vestir de casi cualquier color, pero hubo un tiempo en que los tonos vendrían determinados por el status social. Por ejemplo, en la antigua Roma el violáceo sólo lo vestían la realeza y los mas poderosos pues el ‘tinte’ se obtenía de moluscos tras un arduo proceso de extracción. El protocolo y las normas sociales también restringieron o popularizaron el uso de determinadas tonalidades. Pero siempre hubo quien transgredió esas normas, escritas o no, y sentó el precedente para nuevas modas.

Curioso es el caso de la Reina Victoria quien en 1840 extendió el uso del blanco para el vestido de novia. Por aquel entonces eran otros los colores que se estilaban, aunque ahora nos cueste imaginarlo.

Si bien es verdad que cada vez dedico menos tiempo (y dinero) a este entretenimiento, ahora me decanto más por piezas especiales que pueda legar a mis herederos. Porque la moda, sin lugar a dudas, habla de nosotros, de quien la viste; pero también es el reflejo de una sociedad, de un pensamiento o un momento concreto de la historia que se hace prenda.

No sin mi bolso

IMG_9109¿Hacia dónde vamos? ¿De dónde venimos? ¿Hay vida en Marte? Y ¿Qué llevan las mujeres en el bolso? Forman parte de ese grupo de preguntas para las que aún la humanidad, o al menos el género masculino, no ha encontrado respuesta. De diferentes formas, tamaños y colores, todas solemos llevar uno colgando. Además, son muchos los que aseguran que lo que ocultamos en ellos nos define, pero pocos los que se atreven a poner una mano dentro. Con la intención de desmitificar este complemento y desvelar algunos de sus misterios, ahí van sus diez mandamientos:

  1. Amarás tu bolso sobre todas las cosas. Seguro que habéis visto a más de una mujer entrar en estado de shock tras sólo imaginar que le han robado el bolso. De ahí que desarrollemos ciertas posturas de defensa, tácticas y estrategias para evitar ese horrible momento. ¿Os habéis fijado alguna vez en cómo estrujamos el bolso cuando estamos en un asiento? Apretándolo instintivamente muy fuerte contra nuestro pecho casi en una fusión mística con dicho complemento. ¿Y esos bolsos pequeñitos de mano tan chic que aplastamos bajo la axila sin ningún tipo de complejo? Y es que la separación física del mismo, aunque sea momentánea, puede causar graves alteraciones de conducta. Y sino atentos la próxima vez que estéis en la cinta de un aeropuerto: lo colocas de una forma, de otra, de lado, de costado, boca abajo, cierras las cremalleras… y los ojos que se te salen de sus órbitas hasta comprobar que ha salido intacto por el otro extremo.
  2. Son algo similar a un agujero negro. Un bolso es una puerta a una galaxia paralela donde van a parar horquillas, labiales y algún que otro céntimo suelto; elementos que muy probablemente aparecerán en otro contexto espacio-temporal más allá de la superficie visible. O lo que es lo mismo, cuando menos te lo esperes en algún hueco del forro.
  3. Nunca subestimes su tamaño, ya que por pequeño que parezca su peso nunca será directamente proporcional. Y es que si alguna vez te han dicho aquello de: “Por favor, sujétame el bolso”, sabrás que es probable que el ejercicio te provoque una contractura muscular. Y nosotras, cuántas veces habremos escuchado: “¡Pero muchacha qué llevas aquí adentro!”. Y de ahí el cuarto mandamiento…
  4. ¿Qué cabe en un bolso? Si habéis asistido al espectáculo de vaciado de un bolso boca abajo sabréis que se pueden encontrar todo tipo de elementos. Desde lo más clásico: monedero, gafas de sol, llaves o pañuelos; pasando por lo más tecnológico: auriculares, cargadores, discos duros, tarjetas de memoria, etc.; a los más variopintos objetos: calcetines, termo de café, pendientes, tijeras, pinzas de depilar, imperdibles y hasta zapatos de repuesto… Por no hablar del pequeño neceser que llevamos dentro. ¡Vamos que sobrevives un mes en una isla desierta con lo que hay en éste dispuesto!
  5. Una máxima, cuanto más grande, más le metes dentro.
  6. Son un arma de destrucción masiva. Por su volumen y peso son perfectos como instrumento de defensa.
  7. Cada bolso es un mundo. Estos son un verdadero cajón de sastre y cada mujer lleva su propio kit de supervivencia diaria. Sin embargo, hay básicos que nunca fallan: un tampón fuera de su envoltorio y miles de tickets de compras y aparcamiento.
  8. Muy importante para ellos. No todos los bolsos son iguales, aunque lo parezcan. Hay bolsos de verano y de invierno, por no hablar de sus diferentes formatos: bandolera, clutch, sobre, shopping…
  9. Ejercicio diario de destreza. Llevar un bolso supone una yincana con pruebas de rapidez y agilidad para encontrar cualquier elemento. Seguro que habéis presenciado la típica escena en la que una mujer busca, casi de los nervios, un móvil que está sonando dentro. Y, siempre, cuando viene a encontrarlo se ha cortado la llamada.
  10. Nunca tendrás suficientes. Aunque, por suerte para ellos, esto supone que ante la duda… regla un bolso.

¡Y yo con estos pelos!

Me repito una y otra vez que la belleza no es lo más importante, que hay que huir de estereotipos y que la superficialidad no es nada sexy. Sin embargo, por más que una intenta ser racional y madura, aún hoy, un mal peinado o un grano inoportuno puede destrozar mi autoestima y reducir mi seguridad a cenizas en cuestión de segundos. ¡Qué vulnerabilidad la nuestra! Es paradójico, somos capaces de soportar presiones y ataques sin titubear, pero el mal reflejo de una ojeada furtiva a un escaparate caminando por la calle nos gana por KO. Y qué os voy a contar de la báscula… ¡Hay penitencias mucho más livianas!

Bien es verdad que lo mío no es obsesión por la belleza, ni siquiera una excesiva influencia por los cánones fijados, pero que duda cabe que el no sentirme bien afecta a mi ánimo. Os lo digo con toda confianza y pleno conocimiento de causa, ya que esta semana he tenido un compañero de viaje afincado en mi frente, de esos que en cualquier reunión te dejan en segundo plano. Invitados molestos que además no anuncian su llegada y tampoco avisan de cuándo se van, y claro no es cuestión de hacer mucha vida social con tan incomodo huésped.

“Soy una mujer del siglo XXI, independiente, madura, profesional y competente”, suena como un mantra en mi cabeza mientras me siento estúpida por dar tal importancia a semejantes tonterías. Pienso que debo resultar ridícula y que nadie entendería un drama tal. Sin embargo, para mi sorpresa descubro que no soy la única, y no hablo sólo de mi pandilla del café de media mañana y sus dilemas con los calcetines mal combinados, el peinado frizz, las bragas faja o las cejas mal depiladas. Hasta la mismísima Hillary Clinton, una de las mujeres más poderosas del mundo, con el premiso de la señora Merkel, capaz de sobreponerse con asombrosa dignidad a unos cuernos en ‘streaming’, hasta el punto de perdonar al infractor y fagocitarlo con su ascendente carrera política, confesó en una charla a universitarios que su confianza comenzaba cada día por su pelo.

Y así te das cuenta de como tus temores más idiotas y tus inseguridades más absurdas son compartidas por la mayoría de tus semejantes. Y no hablo de la influencia externa que los demás ejercen sobre ti, sino de la auto evaluación que nosotros mismos nos imponemos, que habitualmente suele ser la más estricta, y si somos mujeres más aún. Perdónenme los caballeros, pero nosotras somos más exigentes y extremas, también a la hora de complicarnos la existencia.

Lo bueno de todas estas problemáticas es que nos ‘joden’ la mañana, pero no nos quitan el sueño, al menos no más de dos noches seguidas.

No somos unas ‘fashion bloggers’

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Lo que comenzaba con la idea de ser un post sobre looks y outfit informales para el fin de semana, al más puro estilo super fashion bloggers’, se convirtió en una divertida tarde fotográfica en familia en el parque. Y es que una siesta en ‘casa di mama’ puede acabar en cualquier cosa.

Al amparo de un par de cafés, mi hermana y yo fantaseábamos una vez más, mientras los demás dormían, con la idea de tener un blog conjunto en el que, como ahora, compartir nuestras experiencias, nuestras aventuras, nuestros consejos y nuestro día a día. Sin la menor pretensión, por el simple hecho de que nos gusta escribir y nos resulta bonito pensar en tener ese testimonio gráfico y escrito de nuestras vidas en un futuro; algo así como el antiguo diario que utilizábamos de adolescentes, pero en este caso multiplicado por dos. Dos caras de la misma moneda. ¡Podría estar bien! Nos decimos a nosotras mismas, y seguro que además resulta muy divertido.

Cuando la cafeína empieza a subirnos a la cabeza, y bajo la mirada extrañada de nuestra madre, posiblemente porque se perdería entre tanto término anglosajón: look, blog, post, outfit…, decidimos dar un primer paso en nuestro proyecto programando un simulacro de sesión fotográfica imitando a las súper estrellas de los blogs que nosotras mismas seguimos. En poco más de quince minutos y cargadas de cámaras de fotos, niños, carricoches, juguetes y maridos nos plantamos en el parque que hay justo debajo de la casa de mi madre. Imaginen la estampa.

Lo más difícil fue empezar, porque evidentemente no estábamos solas, y resulta un poco ridículo ponerse a posar, sobre todo cuando no sabes y con tanto público, que además son de tu pueblo y te conocen de toda la vida. Seguro que pensaron… ¡Vaya par! Primero yo a ella, luego ella a mí, pero no terminábamos de verlo. Cuando más naturales intentábamos parecer, más forzada era la pose. Hasta nuestros ‘chicos’ nos apoyaban en nuestro empeño y se prestaban no sólo a hacer de fotógrafos sino a participar de la sesión. ¡Menuda paciencia!

El resultado fue el descubrimiento absoluto e incuestionable de que no somos unas ‘fashion bloggers y no sabemos posar, pero también que lo pasamos genial todos juntos y que cualquier excusa es buena para reírse y pasar un buen rato.

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¡Juzguen ustedes mismos!

  • Primero las que se pueden salvar…

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  • Y ahora algunas de las más divertidas:

Cuando el frío hacía acto de presencia.

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Con los ‘chiquis’ reclamando protagonismo desesperados de vernos hacer el ‘panoli’.

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Y lo mejor, cuando intentando ser naturales nos quedaba todo taaaaaan forzado y la risa no nos dejaba posar.

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Continuará…

Con calcetines y a lo loco

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Decía Marlene Dietrich que “nos reímos de la moda de ayer, pero nos emocionamos con la de antes de ayer cuando está en vía de convertirse en la de mañana”. Y es que la moda además de ser, como dicen, cíclica, en ocasiones resulta ciertamente enigmática, porque hay tendencias imposibles de entender. Si intentando definirla, uno aplica únicamente el criterio estético, se dará cuenta de que hay determinados estilos que no encajan. Si apela al social, tampoco justifica ciertos modismos. Y si consideramos el de utilidad, no tengo que recordarles lo incómodos que resultan algunos looks de última moda. Entonces, ¿cómo surgen las tendencias, pues?

Teniendo en cuenta que en mis años universitarios en ‘La Complutense’ cursé una asignatura de libre configuración que llamaban ‘Semiótica y Sociología de la Moda’ impartida, curiosamente, por Jorge Lozano, hermano de la periodista del corazón Lidia Lozano, estaba predestinada a encontrar, tarde o temprano, la respuesta. Lo que nunca imaginé es cómo se me revelaría tal conocimiento.

¿Sabéis ese momento después del verano en el que abres tu cajón de la ropa interior y en un arrebato casi demoniaco decides tirar a la basura, sin contemplaciones, todas las medias que se te ponen delante porque consideras que están viejas y usadas? Seguro que no os suena extraño… Por ese mismo motivo, también sabréis a lo que me refiero cuando uno justifica ese momento de furor irracional mintiéndose a si mismo con un “en cuanto pueda, compro nuevas y las repongo”. Pero ese ‘en cuanto pueda’ nunca llega, no por falta de ganas, sino de tiempo. Y una mañana te levantas, compones el conjunto de la jornada, y cuando vuelves al cajón de la lencería… ¡Horror! Tus medias yacen en la basura desde hace meses y jamás repusiste la mercancía. ¿Qué ocurre? Improvisas y te marcas un look con zapatos de salón y calcetines pensando “voy a ser súper moderna”. Eso sí intentando que estos sean lo más discretos posibles y evitando animalitos y dibujos infantiles.

Pero claro, esta circunstancia no pasa desapercibida en tu entorno que desvía miradas furtivas a tus pies, en los casos más discretos, y te espeta “pero qué te has puesto”, en los menos prudentes. Y es que ni tú misma atisbas ese punto de moderna. Sin embargo, según van pasando las horas, te das cuenta de que no queda tan mal, y que además la ocurrencia te ha salvado de una emergencia. Y te vas consolando pensando en que “si se lo ponen las blogueras y van tan estupendas, por qué no puedes hacerlo tú”. Te has convencido a ti misma , y una vez que has conseguido la máxima, empiezan a llegar el resto de comentarios de aprobación y, sobre todo, mensajes con mucho humor que convierten la anécdota en algo simpático. Tal fueron las reacciones que decidí que el mundo entero debía conocer el hallazgo y compartí la foto en mis redes sociales, lo que sumó más comentarios ingeniosos a mi mañana: “Aún me río, has estado sublime”, María Jesús Quiñonero; “Marcando tendencia”, Lola García; “Te comprendo Mónica”, Toñi Abenza o “No pasa nada. Al fin y al cabo, siempre se ha dicho que los locutores presentan el telediario en calzoncillos”, Alfonso Alcolea; y risas, muchas risas, porque no hay nada más sano que reírse de uno mismo.

El caso es que entre broma y broma al final unos cuantos quedaron cautivados con la tendencia. Y es que todo es, cogerle el puntico al look. Vamos que si Karl Lagerfeld se cruza conmigo, en la París Fashion Week del año que viene desfilan todos como en los ochenta se marcaban algunos sus outfit discotequeros: zapato negro y calcetín. Y es que la moda nace de situaciones de urgencia, emergencia, necesidad e improvisación. ¿Cuántas atareadas madres (como locas) marcan tendencia con sus calcetines de diferente color? Sin embargo, moderemos nuestra transgresión que “no hay nada tan peligroso como ser demasiado moderno”, decía Óscar Wilde.

El verano me pilla siempre en ‘bragas’

IMG_3436El verano en Murcia nos pilla siempre –y disculpen la expresión –en bragas, o por lo menos a mí sí. La ‘Operación Bikini’ y el cambio de armario son dos imposibles en esta Región. Uno se acuesta una noche pensando que el lunes –porque estas cosas se dejan siempre para los lunes, para hacer más fastidioso el día aún si cabe -comienza el dispositivo de adecuación para la temporada estival y se levanta con 35º a la sombra, sin haber reducido celulitis, sin la pedicura , con el armario atestado de ropa oscura y de manga larga y, si me apuras, sin depilar- este sería el caso más extremo -. Por no hablar del tono blanco nuclear o blanco fluorescente de las piernas. ¡No hay derecho!

Tú te planificas. Te compras todas las revistas del quiosco que vienen con consejos para ponerte a punto para lucir pareo y biquini: con trucos para reducir la piel de naranja, ejercicios para fortalecer muslos y glúteos, dietas milagro para perder tres kilos en 4 semanas… Y así, acumulas un sinfín de ejemplares de papel cuché en tu mesita de noche esperando que llegue el momento ideal para el ‘combate’ contra la flacidez; que siempre dejas, por supuesto, para después de las Fiestas de Primavera “porque antes es tontería. Entre Navidad, Semana Santa, Bando de la Huerta y Entierro de la Sardina, es imposible ponerse a dieta”, que te dice tu pequeño demonio al oído izquierdo. Y tú, desoyendo los conejos de tu ángel, a la diestra, que suplica que empieces con tiempo, abandonas la misión y te encomiendas al mes de mayo. Pero voilà se te ha echado el verano encima y ni te has dado cuenta… ¡Lástima de coloridas chaquetas de primavera que compramos y coleccionamos en los armarios y que se irán a las cajas de almacenaje de Ikea con etiqueta incluida!

Y es que claro, de todo esto tiene la culpa el fastidioso cambio de armario, porque una cuando se ve con tres o cuatro capas de ropa encima se presume estupenda, pero si empiezas a ‘deshojarte’… ¡Horror! No era oro todo lo que relucía, sino una piel blanca lechosa y blandita que te resistes a sacar de paseo. Por suerte, diré que en mi caso no es blanda del todo, porque una procura mantener cierta decencia incluso en invierno (lo mismo ocurre con la depilación), pero sí que se hacen más visibles algunas zonas que tienes pendiente reducir. Sin embargo, hay que ser realistas y no emprender misiones imposibles, no da tiempo. Con lo que ‘sudando la gota gorda’, que dice mi madre, te resignas a desterrar la ropa de inverno de los armarios y dedicas una estupenda tarde de mayo con su ‘fosca’ y sus más de treinta grados a esta ‘desestresante’ tarea.

Primera pregunta. ¿Dónde meto todo esto? Claro, una tiene que ‘colocar’ abrigos, chubasqueros, jerséis de cuello vuelto, bufandas y demás complementos en el mismo espacio que ocupan ahora vestidos, camisetas de manga corta y biquinis… Alguien me puede explicar cómo se consigue esto. No es un cambio justo ni equilibrado. Y te cuestionas: ¿cómo guardé todo esto el verano pasado? Pregunta retórica donde las haya, porque finalmente decides coger el coche y encaminarte hacia el paraíso de los ‘jóvenes’ independientes sin presupuesto para decorar sus casas de alquiler: Ikea y te haces con unas cuantas cajas más de almacenaje que este año no sabes dónde vas a meter porque los huecos de debajo de las camas los tienes ‘overbooking’.

La segunda pregunta es doble. ¿Por qué no tiro todo esto? Prendas que van de la caja a la percha y de la percha a la caja año tras año y que no te pones ni para estar en casa. Respuesta: pues por el ‘por si acaso’: por si acaso engordo, por si acaso adelgazo, por si acaso se vuelve a llevar, por si acaso algún día me veo favorecida… Y lo vuelves a guardar con la ilusión de darle uso algún día. No te engañes. ¡Tíralo! Evidentemente, la segunda parte es: ¿Por qué no tiré este? Ropa de verano que te dispones a colocar nuevamente en tu ropero y que acumula, como mucho, un par de puestas: la de estreno y la de consolación.

Y por último, después de varias horas de cambio de armario, y con el reto conseguido, ahora ¿Dónde me meto yo?

 Publicado en La Opinión el 8 de Mayo de 2015

Temporada de ‘running’

IMG_4472Si la semana pasada escribía sobre mi propósito (de año nuevo) de aprender a cocinar. Ésta continúo con los tópicos; ya que en mi lista, por supuesto, también estaba el de hacer deporte, en este caso en su disciplina más barata, apetecible –dada la climatología de nuestra Región –y, por supuesto, más de moda. Y es que hay cosas que nunca cambian, y los humanos somos de apuntarnos a lo último que llega, me incluyo yo también ya que aunque parezca increíble soy del género mortal y de esto no nos escapamos ni uno . Aunque es algo que venía haciendo desde hace tiempo, lo había abandonado por falta de tiempo y exceso de trabajo, y es de esas buenas costumbres que uno debe retomar. Así que, después de tres meses y medio de frustrados intentos e incumplimientos y ahora que llega el buen tiempo, he decidido que es el momento de recuperar mi actividad física.

Y qué es lo primero que una hace cuando decide volver a salir a correr… ¿Una revisión médica? ¿Prueba de esfuerzo? ¿Preparar una tabla de ejercicios? ¡No! ¡Frío, frío! Lo primero que hace un verdadero ‘runner’ es acudir a alguna de las franquicias de moda de su ciudad y hacerse con la equipación completa en sus colores y versiones más fosforitos –ahora lo tenemos fácil porque el imperio Inditex y hasta las marcas de ropa interior comercializan su colección deportiva para todos los bolsillos -. Y es que desde que salimos a hacer ‘running’ (y no a correr) todo ha cambiado para siempre. Las causas pueden ser diversas, pero el resumen único, y es que ¡somos un poco ‘flipaos’! Nos hemos convertido en auténticos corredores de postal, que diría un amigo mío, mucha equipación y poca preparación. Estaríamos estupendo en la portada de cualquier revista de deporte, pero a la hora de la verdad no somos capaces de dar dos pasos seguidos sin asfixiarnos, sufrir flato o, lo que es peor, un tirón que nos tenga apartados de la carrera el tiempo suficiente para haber perdido la poca forma física que hubiésemos conseguido y hasta las ganas de lucir nuestro ‘fitness outfit’, que volverá al fondo del armario hasta la siguiente temporada, aunque para ese entonces ya habrá pasado de moda y habrá que hacerse con nuevas adquisiciones de tendencia.

Hace unos meses, creo que también os lo he contado, comencé a leer el libro de ‘Mujeres que corren’ y aunque tengo que reconocer que me aportó muchísimos conocimientos y consejos útiles para volver a la carrera –lo recomiendo -, me sorprendió que la autora confesaba haber comenzado su idilio con el ‘running’ con una primera cita de ‘shopping’, buscando las mallas con los estampados más molones. Este año, lo que se lleva son los colores pastel totalmente fluorescentes: rosa, rojo, amarillo, naranja… ¡Festival para los mosquitos de la huerta murciana! Así que yo, que ya he reconocido que soy una más, por mucha rabia que me dé, ya tengo preparado mi ‘look’ de quita y pon en tonos naranja y gris, la equipación titular, y azul y gris, la segunda, adquiridos en un arrebato consumista en H&M, con lo que ya no tengo excusa para ponerme en forma.

Y es que el deporte ha sucumbido a la moda. Todavía recuerdo cuando usaba las camisetas de propaganda – yo fundamentalmente de la marca de magdalenas ‘La Bella Easo’, de la que mi padre, en su aventura de buscarse la vida, fue representante durante apenas un año, y que contaba a pares – para salir a correr tras saltar de la cama sin apenas pararme ni a lavarme la cara y cogiéndome una coleta en el ascensor para no perder ni un minuto antes de comenzar mi jornada laboral. ¡Cuánto ha llovido desde entonces! No necesitaba más que las ganas y quizás un poco de música para amenizar la hora de deporte. Ahora, no sólo nos equipamos como señales reflectantes sino que además nos convertimos en aparatos multifunción, como las navajas multiusos que todos llevábamos encima en los noventa, no me preguntéis para qué pero todos teníamos una: cronómetro, cuenta pasos, cuenta pulsaciones, reproductor musical…

¿El motivo? Muy fácil (como en tantas otras cosas y tras la aparición en nuestra vida de las redes sociales): Salir bien en la foto.

Foto: En la Playa de la Concha, Verano 2014.