¡Se han ‘cargado’ el romanticismo y los gallineros!

alfredo-y-totóAún recuerdo aquellos años en los que uno iba al cine, que solía ser un teatro reconvertido –o al menos así lo era en mi pueblo-, con el ligue de turno y la clara intención de ‘hacer manitas’ alentado y resguardado por la penumbra de la sala. Es verdad que por aquel entonces poco importaba la película o el género de ésta, y no hablemos del director o la opinión de la crítica especializada. Y es que uno iba a ver ‘la que ponían’, no había lugar para la duda o a la elección, pero paradójicamente siempre había ganas.

Yo, que me confieso una gran aficionada al cine que no experta, dejemos los términos claros, y que intento acudir como mínimo una vez por semana, hago auténticas virguerías para ajustar no sólo el presupuesto, porque el precio es un tanto indecente, sino también los horarios y elegir así los más adecuados, evitando percances innecesarios y, sobre todo, indeseados.

Y es que actualmente las cosas han cambiado mucho en el fondo y en la forma, aunque la logística y las ‘condiciones ambientales’ a priori son mucho mejores y más propicias, ir al cine se ha convertido en los últimos tiempos en un deporte de riesgo porque nunca sabes si el dramón se va a desatar dentro o fuera de la gran pantalla.

En algunas de mis últimas visitas he soportado estoicamente, por no montar el numerito, los pies de la señorita de la fila de atrás metidos prácticamente en mi cabeza, con descalzo incluido, o el ruido de trituradora o tuneladora que hacen algunos al masticar o rebuscar las últimas palomitas en su ball. Incluso en alguna sesión en versión original, como el espectador que sufre de incontinencia verbal lee la traducción de los subtítulos a sus compañeros de butaca.

Antes estas agresiones, tengo una amiga que me aconseja posturas radicales amparando sus argumentos en la tesis de que “su entrada vale exactamente lo mismo que la mía y ¿verdad que yo no le molesto?”. Razón no le falta, pero quizás a mí sí valor para llevarlas a cabo. Por esto me he visto obligada a buscar aquellas sesiones que gozan de menos popularidad entre el público, reduciendo así las posibilidades de cruzarme con uno de estos supuestos.

Mi hipótesis es que se ha perdido el ‘respeto’ al cine. Los numerosos pases, la gran cantidad de películas en cartel y las mejoras en las salas, que tan provechosas han sido y que sin lugar a dudas son de aplaudir, han tenido un efecto negativo en la concepción que muchos espectadores tienen de este ritual. En esto, estoy segura, también ha jugado un papel importante la piratería y la descarga ilegal. La facilidad de acceso que tenemos ha ido erróneamente en detrimento de la importancia que le damos.

El cine ya no es lo que era… yo recuerdo que hasta me ponía nerviosa cuando se apagaban las luces. La vida en las antiguas salas cine era algo digno de novelar o incluso llevar a la gran pantalla como bien hizo Tornatore.

El cine ha perdido, en muchos casos, el romanticismo y es que se han ‘cargado’ hasta los gallineros.

La cita perfecta

loui-jover02“Corta. Que sea corta. Si se alarga, acaba en relación… Porque si es perfecta me la quedo para siempre, ¿no?”.

Como suele ocurrirme con la mayoría de las cosas, me resulta mucho más fácil definir algo por lo que no es que por aquello que realmente lo representa. Así que, a la hora de precisar qué sería una cita perfecta, vienen a mi recuerdo miles de situaciones concretas que están lejos de convertirse en, siquiera, una cita. Sin embargo, me cuesta un poco más encontrar un referente top que sirva de medida para el resto. Si, como pretendo en este artículo, generalizamos sobre este asunto, la cosa se complica bastante más porque cada ‘enamorado’ es un mundo. Hay quienes prefieren algo romántico, otros un plan cultural, quienes quieren ‘pegarse’ la fiesta y los que optan por alternativas más íntimas.

“El 50% de las mujeres consideran que una tarde en el cine puede ser la primera cita perfecta”, según una encuesta de un conocido portal de citas en Internet. Y yo, que adoro el cine, no saco una lectura nada positiva de esta conclusión. Una primera cita no es ni más ni menos que una oportunidad para conocerse, con lo que si uno opta por el séptimo arte pocas posibilidades o, lo que es peor todavía, pocas expectativas o interés tiene en descubrir a su acompañante, lo que te sitúa directamente en una segunda cita al efecto de suplir la primera, alargando un proceso que desconoces si te resulta rentable, o en una versión más abreviada: toque de corneta y retirada. Si uno tiene ciertas dudas, lo mejor en estos casos es optar por una alternativa que no ‘comprometa’ pero que permita cierto acercamiento. ¿Un café? Si la cosa va bien, siempre se puede alargar con cualquier excusa; pero si por el contrario no interesa, será poco más de una hora de penitencia. La versión trasnochada del café tampoco está mal, ya que en caso de catástrofe un par de copas de más y al día siguiente si te he visto ni me acuerdo.

Otro debate polémico es el de ‘beso en la primera cita sí, beso en la primera cita no’. Esto, amigos, no es para pensárselo porque no hay reglas escritas, aunque literatura al respecto mucha, sobre la conveniencia y la efectividad de besar en el primer encuentro. Si hay beso es que ha sido buena, al menos hasta le momento… porque un mal beso puede arruinar una cita perfecta, aunque amigos no me voy a detener en esto porque da para un artículo entero.

En la puesta en escena de una cita perfecta el atrezo suele estar repleto de topicazos: vino, copas, música, velas, el mar… Al menos en lo que sería una cita ideal. Pero siendo más realistas nos podemos encontrar con opciones mucho más terrenales: “Una muy buena. Yo me voy a casa a dormir mientras mi consorte se calza el delantal y prepara comida para un par de días o tres, me quita la plancha y pasa la mopa. ¿No me digas que no mola?”, reconocía mi hermana de forma privada vía WhatsApp mientras que en Facebook decía algo así como que “la cita perfecta la construyen los citados” dando igual en contexto y el escenario de la misma. En su defensa diré que es madre-trabajadora y le faltan muchas horas de sueño a la pobre.

Sin embargo, los tópicos no siempre son malos, ya que “la cita perfecta siempre acaba en desayuno” –FJ Alfonso –y esto es incontestable.

Así, tras debatir con amigos, conocidos y espontáneos sigo sin poder hacer una descripción clara de lo que sería mi cita perfecta, por lo que voy a robar una frase a mi amiga Carmen que pedía: “Corta. Que sea corta. Si se alarga acaba en relación… Es que si es perfecta me la quedo para siempre, ¿no?”.

Fotos de Loui Jover.