Y si fueses otro…

 

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Si juzgas mi camino, te presto mis zapatos

 

Esta semana me hacía reflexionar –ya sabéis que yo soy muy tendente a darle trascendencia a todo; muy dramática, teatrera y a veces exagerada en las formas –una frase del escritor, guionista y director de cine Ray Loriga que hace referencia a la capacidad de empatizar que tenemos las personas. “Cuando camino por la calle y veo a alguien, este también puedo ser yo”, comentaba hace unos días tras conocerse que su última novela ‘Rendición’ es el premio Alfaguara 2017. Galardón que, por cierto y para quien no lo sepa, también ha recibido nuestro paisano, caravaqueño y brillante, Luis Leante por su historia “Mira si yo te querré”. Pero apuntes culturales a un lado, lo que yo venía a contaros es que ante tal afirmación mi cabeza comenzaba a funcionar e intentar explicar y entender lo que el literato trataba de transmitir en su revelación. ¿Por qué nos vemos en el otro? ¿Qué hace que las personas nos identifiquemos con unas y con otras no? ¿Hay personas que no tienen reflejo?

Esta claro que la mayoría de los mortales, aunque hay excepciones, somos muy capaces de ponernos en el lugar del otro cuanto éste nos importa, hay sentimientos o algo nos une. Evidentemente si un amigo está sufriendo es casi instintivo que nosotros suframos al mismo tiempo. Lo contrario sería inhumano. También tenemos cierta inclinación a sentirnos próximos a aquellas personas con las que nos identificamos, ya sea por sexo, grupo de edad, nacionalidad, estilos de vida… Una madre podrá fácilmente ponerse en la piel de otra y un adolescente entenderá el momento que vive su coetáneo. Sin embargo, en este segundo supuesto surgen ya ciertas variables que pueden hacer que nos sintamos más o menos distantes. Tanto es así que, aunque lo normal es que todos sintamos esta empatía –concepto que define esta capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos y que viene del griego empatheia que significa la unión física o emotiva con el que sufre –por nuestros iguales, hay personas completamente desprovistas de esta cualidad incluso ya en este segundo estadio. Son personas sin reflejo, o mejor dicho que sólo reconocen en el suyo. Narcisistas.

Hay otras muchas personas cuya empatía trascienden el ámbito de lo conocido, lo cercando y lo similar para ampliarla y mostrarla con el resto del mundo, bien sea por ética, solidaridad o altruismo. No necesitan de ningún vínculo para sufrir el dolor de los demás. Sin duda aquellos a los que llamamos buenas personas.

Sin embargo, creo que lo que el autor expresaba con su afirmación va mucho allá. Los tres estadios descritos anteriormente no hacen justicia a la profundidad de sentirse el otro que reflejaba la frase original de Loriga y con la que cada vez me siento más cómoda e identificada. Su concepción y convicción absoluta de que no sólo hoy es quien es por caprichos del azar o del destino, sino que mañana puede ser otro. Otro con otros sufrimientos. ¿Y si mañana fueses otro?

Porque qué has hecho tú para ser quien eres.

Situaciones embarazosas

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Contando mis vergüenzas 😉

 

Todos hemos vivido alguna situación en la que hemos deseado que la tierra nos trague sin dejar rastro alguno, ni recuerdo. Momentos tan ridículos que hasta rememorarlos en tu cabeza te causa vergüenza. Este tipo de aprietos no hacen distinción de personas, aunque es verdad que los torpes y despistados tenemos más posibilidades de sufrirlos. Es más, en estos casos, la preocupación y el nerviosísimo por no protagonizarlos es directamente proporcional a las probabilidades de hacerlo. Y por supuesto, la Ley de Murphy es el principio fundamental que rige estos supuestos: “Si algo puede ocurrir, ocurrirá”; o en su versión más pesimista “si algo puede salir mal, probablemente saldrá”.

Hay situaciones que suelen ser fruto de la propia fortuna, y en estas ocasiones no se puede luchar contra el devenir de los acontecimientos; sin embargo otras lo son del despiste, de la inexperiencia, del nerviosismo o de la más absoluta despreocupación, y éstas afortunadamente sin son evitables. Yo confieso que he tenido de todas pero en su mayoría, en mi caso, han venido provocadas por descuidos tontos y absurdas distracciones. Errores que, algunas veces, marcan las carreras de muchos profesionales. ¿Quién no se acuerda del intencionado o no despiste de Sabrina con su delantera en un programa de televisión en la Nochevieja del 87? O del “¡Viva Honduras!” de Federico Trillo con las Tropas de El Salvador. ¿Y qué hay de los varios ‘gazapos’ de Rajoy? “España es una gran nación y los españoles muy españoles y mucho españoles” o “es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde”. En su defensa diré que ni mucho menos es el único que se equivoca, que lo hacen de todos los partidos y todos los colores, pero por su cargo se ve más. Además, apuntaré que estos lapsus son consecuencia única y exclusivamente del nerviosismo y de como este puede jugarte una mala pasada. Que se lo digan a Faye Dunaway en la pasada cita con los premios del cine, sin embargo en este caso fue Warren Beatty quien se la jugó.

Yo he tenido muchas de éstas, quizás no tan trascendentales dada la irrelevancia de mis movimientos así en general, pero tremendamente ridículas. Recuerdo una ocasión cuando en las fiestas de mi pueblo, con miles de personas congregadas en un mismo lugar –en este caso era el Castillo de la Vera Cruz de Caravaca donde el 2 de Mayo finaliza la carrera de Los Caballos del Vino -, el palo de un cohete vino a impactar directamente en mi cabeza y el golpe me sentó de culo ante la extrañeza de los que se encontraban a mi alrededor. La situación, independientemente del daño y la consecuente cicatriz, fue muy cómica. ¿Qué posibilidades hay de que esto te ocurra? Bien, pues desde entonces vivo obsesionada con que el incidente se pueda repetir. Por supuesto también he tenido las situaciones más típicas: tropezones, golpes de tos durante una locución pública, papeles higiénicos que se adhieren a tu zapato en el momento más señalado, botones o cremalleras que se abren y/o rompen dejando ver las vergüenzas, tacones que se pierden en el camino, mensajes que envías a otra persona por error…

La más reciente me ocurrió cuando acudía a la oficina de Correos de Murcia, en la Plaza Circular, a recoger un paquete. Tras hacerme con el mismo y aprovechando los estupendos cristales espejo que han puesto como paredes, iba mirándome disimuladamente de reojo para no llamar la atención en los mismos y así contemplar lo estupenda que me había vestido para la ocasión. Si ya da vergüenza que te sorprendan repasándote en los espejos, imaginen cuando por no mirar donde uno debe te llevas por delante, con tremendo estruendo, una de las barreras detectoras para evitar robos que habían instalado en las remodeladas instalaciones. Unos se asustaron, otros se rieron y hubo quien incluso se preocupó de venir a ver si me encontraba bien.

Salí de allí lo más rápido que puede y fue tal la vergüenza que de momento no he vuelto a pedir nada.