Seguir siendo niños

Cuando nos convertimos en padres, de un modo u otro, volvemos a ser niños.

A mi hijo, además de la Semana Santa y sus procesiones, le entusiasman los festejos de gigantes y cabezudos tras verlos por primera vez en las fiestas patronales de Vitoria Gasteiz en nuestra ruta por el norte el pasado verano. Tanto es así que, desde entonces, reproduce en bucle vídeos de este tipo de eventos.

Esta semana, a las puertas de las fiestas de Mayo en honor a la Santísima Vera Cruz en Caravaca, tienen lugar los tradicionales pasacalles del ‘Tío de la Pita’ entonando la ‘Serafina’ para hacer bailar y desfilar a los titánicos muñecos en compañía de los ilusionados y fascinados niños que los arropan en su recorrido. Un jolgorio que, aunque en los últimos años me quedaba ya un poco lejano, disfruté en mi niñez cada primavera.

Era mi abuela Josefa  quien nos llevaba a mí y a mi hermana a la Placeta del Santo a gritar aquello de “gandules” para que los gigantes despertasen tras un año de letargo. Hoy soy yo quien se hacía dos horas de coche con mis pequeños para que pudiesen conocer esta entrañable tradición de mi pueblo.

A la vuelta, mientras mi hijo dormía después de una tarde de máxima excitación, pensaba en como todos tenemos, aunque en algunos casos sean vagos, recuerdos de ciertas costumbres junto a nuestros padres y abuelos. Memorias que no solemos tener presentes en el día a día pero que, de vez en cuando, vuelven a tu mente y te devuelven a la niñez.

Desde las misas dominicales vestidas ‘de domingo’ con las abuelas para después parar a comprar alguna gominola en el kiosco, a los paseos en motocicleta con el abuelo, los partidos de fútbol los fines de semana o las tardes de pipas en la puerta al fresco. ¡Que recuerdos!

¿Quién no ha disfrutado de alguno de aquellos sencillos momentos que ahora nos resultan tan grandes? Y cuánto daríamos por poder volver a vivirlos, aunque solo fuese un instante.

Será por eso que, quizás, una vez que somos padres tratamos de mantener aquellas tradiciones con nuestros pequeños para recordar el chiquillo que algún día fuimos. Será también, quizás, que sea éste el mal llamado síndrome de Peter Pan; ya que, tras descubrir que ‘Nunca Jamás’ nunca existió, es el único modo de seguir siendo eternamente niños.

Leer da sueños

Hay noches, cuando más cansada estoy y más tarde se nos ha hecho, que en el momento en el que mi hijo me pide leer alguno de sus cuentos favoritos en la cama siento el impulso de buscar alguna excusa con la única intención de que se duerma rápidamente y poder descansar o, como la mayoría de las veces ocurre, ponerme a trabajar en las mil cosas pendientes que tengo, con el ordenador encima y uno (de mis hijos) a cada lado de la cama.

Sin embargo, y aunque la tentación es fuerte, trato de disimular mi cansancio y mi ansiedad por lo mucho que aún me queda por hacer pese a las horas, e interpreto con él alguna de las muchas historias que ya hemos leído una y otra vez en sus tres años de vida. Le gusta leer, en este caso (más bien) que le lean, y yo me siento afortunada por eso.

Desde que era niño hemos tratado de que tuviera una relación especial con los libros por lo mucho que han significado para nosotros, sus padres. Hemos celebrado con él, cada año, el Día de la Poesía, el 21 de marzo, participando en algunas de las propuestas que se ofrecían; y, por supuesto, el Día del Libro, el 23 de abril, en memoria del fallecimiento (en 1616) de Miguel de Cervantes, William Shakespeare y Garcilaso de la Vega.

En cada edición, todos los miembros de la familia elegimos un libro que nos gustaría tener y aprovechamos la ‘festividad’ para hacernos con él; normalmente en las ferias que se instalan a tal efecto. Mi hijo aún no ha elegido el suyo, pero yo tenía pendiente ‘Las mujeres que leen son peligrosas’, de ‘Stefan Bollmann’ -parece una declaración de intenciones-, así que lo tengo decidido.

La misma noche que escribía este artículo descubrí, ya en la cama, que mi pequeño había aprendido a contar sílabas. De repente, tras leer las aventuras de ‘Julieta Pedorreta’, él silabeo graciosamente ‘Pedorreta’ haciendo una palmada con sus manos por cada una de ellas. Yo, sentí felicidad, además de asombro. Y él siguió haciéndolo con algunos otros vocablos. Su padre, que nos observaba mientras recogía la habitación, le dijo que eso era maravilloso porque era, ni más ni menos, que el inicio a la lectura. Y, como reza la frase en madera que hemos instalado encima de su biblioteca, sabemos que leer le dará –entre muchas otras cosas- sueños.

Desenterrándolas

En los últimos años, afortunada y justamente, se están empezando a reconocer las figuras de ciertas mujeres cuyas vocaciones, carreras y legados han sido acallados, ninguneados e, incluso, sepultados a conciencia. Ciertos movimientos y la implicación de grandes instituciones han sido clave en la restitución de estas memorias y, aunque queda mucho por hacer, nuestra generación y nuestro siglo está viviendo ese necesario empoderamiento femenino.

Así, hoy se está dando el valor que merecen a muchas obras y aportaciones de éstas a lo largo de la historia. Marie Curie, por ejemplo, ha sido considerada una de las mujeres más influyentes de todos los tiempos, habiendo destacado en el campo de la ciencia, pero curiosamente no solo por su intelecto ya que fue una mujer de acción: en plena I Guerra Mundial ayudó a equipar ambulancias e incluso las condujo en el mismo frente de la batalla. Otras, también sobresalieron en las artes y humanidades y ya no se las soterra o esconde bajo alias o pseudónimos.

Pero si bien aceptamos la genialidad o excelencia de las mujeres en diferentes ámbitos; puede que, sin embargo, no ocurra lo mismo con el poder que éstas puedan ejercer sobre los demás, sobre todo cuando se refiere a gran escala. Aún hoy nos resulta curioso o anecdótico el gobierno de un país por parte de una mujer. Aunque ejemplos, sin duda, haberlos haylos. Hace tan solo unos meses enterrábamos a Isabel II de Inglaterra con el segundo reinado más largo de la historia, pisándole los talones al mismísimo Luis XIV (Francia) que gobernó más de 72 años. O la propia Margaret Thatcher que fue primera ministra del Reino Unido desde 1979 a 1990, siendo la persona que más tiempo asumió dicho cargo durante el siglo XX y la primera mujer que ocupó este puesto en el país.

A este respecto, hace tan solo unos días, llegaba a mis manos un artículo de la que fue, posiblemente, la primera mujer empoderada de la historia, desafiando un mundo completamente masculino en torno al año 1.500 a.C. Reinó (y se autoproclamó Faraón) durante casi 20 años en el país más rico y avanzado de aquella época: El antiguo Egipto. Su nombre fue Hatshepsut y a pesar de haber construido uno de los templos más bellos de aquella civilización, tras su muerte, hubo grandes intentos por borrar su memoria, su legado y su gobierno. No lo consiguieron.

Su historia es similar a la de otras mujeres que brillaron con luz propia y fueron enterradas y reducidas al silencio por la mediocridad del pensamiento sexista que ha existido a lo largo de todos los tiempos y que, pese a los muchos avances, aún hoy persiste. Mas dichosamente poco a poco estamos desenterrándolas.

El sueño americano

Hace años que no veo una gala de premios del cine completa, ya sea la española de los Goya o su análoga en Norteamérica, pero sí me gusta conocer los premiados y seguir, de algún modo, los ecos de dichos eventos.

Así, este año me emocionaba, incluso, con el discurso del ganador del Oscar a Mejor Actor de Reparto: Ke Huy Quan, de origen vietnamita y que muchos recordamos por su papel de ‘Tapón’ en varias entregas de la saga ‘Indiana Jones’, quien hacía referencia a su llegada al país de las oportunidades: “Mi viaje empezó en una embarcación. Pasé un año en un campamento para refugiados y de repente estoy aquí”, ni más ni menos que recogiendo una estatuilla dorada. “Dicen que historias como estas solo pueden ocurrir en una película, pero me ha pasado a mí”.

Y es que, aunque parezca mentira y como suele decirse, la realidad muchas veces supera a la ficción. Hace unos días, leía en un curioso y original libro que me regaló una amiga (Cristina), ‘HEX – Historias Extraordinarias de Daniel López Valle, las memorias de una joven bailarina belga que, en plena Segunda Guerra Mundial y tras vivir encerrada en un sótano con su madre, para sobrevivir actuaba en ‘espectáculos’ clandestinos  (curiosamente sin aplausos para evitar ser descubiertos); y que incluso parte del dinero que recaudaba lo donaba a la resistencia. La escasez y el hambre hicieron estragos en su salud provocándole anemia y otros problemas de salud que la acompañaron toda su vida.

“Vimos fusilamientos. Vimos hombres y mujeres ponerse contra la pared y ser tiroteados”, relataba en primer persona ésta muchacha que años más tarde se convertiría en una actriz mundialmente reconocida. Sin embargo, leyendo esta biografía nunca imaginé que estuviese hablando de la mismísima Audrey Hepburn.

Pero estos pasados dramáticos no son una rara excepción entre las ‘celebrities’, ya que son muchos los que protagonizaron turbias y difíciles situaciones: desde la mismísima Marilyn Monroe que vivió en un orfanato hasta la mayoría de edad, a Oprah Winfrey que sufrió abusos sexuales de varios de sus familiares desde los nueve años o Charlize Theron que presenció el asesinato de su madre a manos de un padre alcohólico.

Y es que, aunque tengo que reconocer que no soy muy fan de aquello del ‘sueño americano’ que bien podía representar hoy aquel joven vietnamita que veíamos en las películas del aventurero Harrison Ford, “los sueños son algo en lo que hay que creer”, aunque como él mismo reconoce casi renunció a los suyos, porque está claro que pueden cumplirse, venga uno de donde venga.

Y es el que el pasado (y nuestra historia) nos condiciona, pero jamás nos limita (o eso quiero pensar).