Hace tanto que no salgo que ya no me acuerdo ni cómo se hacía, y por supuesto tampoco sabría decir dónde hacerlo. Imagino que en esto también se notan los años. Tiempo atrás una ni se planteaba si apetecía o no apetecía, llegaba el fin de semana y comenzaba la juerga. Siempre había plan y por supuesto compañeros de fechorías. Pero esto es como todo, si uno abandona la práctica pierde habilidades. Reconozco que nunca se me dio mal, y estas cosas no se olvidan, como montar en bicicleta o el inglés, todo será retomar la costumbre para que vuelvan a aparecer mis destrezas.
En mi pueblo, del que hablaba la semana pasada, se solía hacer en un área determinada junto a la Gran Vía que denominábamos ‘La Zona’, repleta de bares y pubs donde tomar una copa en diferentes ambientes. Los de mi generación nos iniciamos en el arte de salir en lo que entonces era ‘La Cabila’, local que se llenaba de adolescentes en plena edad del pavo y efervescencia hormonal bailando los éxitos del momento. No se me ocurre mejor plan… (hablando irónicamente, claro). Después, en función de la etapa vital en la que uno se encontrase, comenzaba el desfile por los diversos garitos del pueblo: ‘El Zipi y Zape’, para la etapa más hippie o radical, ese momento en el que quieres dejar claro que eres diferente; ‘El Canterbury’, cuando de ligar con los chicos más ‘guay’ se trataba; o ‘El Blanco y Negro’, cuando considerabas que eras demasiado mayor para el resto de locales, o en su defecto estos habían cerrado, porque siempre fue el último en bajar la persiana. Aunque lo que de verdad molaba era tomar las cervezas en la calle escuchando la música desde las peceras y entablando conversación con todo el que pasaba. ‘La Zona’ siempre fue muy de este rollo, incluso en pleno invierno con los varios grados bajo cero que se registraban. En Madrid además descubrí que lo de salir no tenía porque limitare a los fines de semana, y creo que fue allí donde gasté todos mis ‘tickets’ para una larga temporada.
Está claro que, además de pasarlo bien, para la mayoría uno de los incentivos de salir es ligar y, sin ánimo de resultar engreída, era algo que yo dominaba. Creo que precisamente porque mi intención nunca fue ésta sino cerrar bares con mi hermana, algo a lo que éramos bastante aficionadas. Me llamaban ‘La San Miguel’ porque “donde va triunfa”, que decía una amiga. Esto no quiere decir que mis ligues fueran siempre de mi agrado, pero creo que el mostrar absoluto desinterés o desdén por el opuesto causa en estos el efecto contrario. Lo dejo como consejo para los/las que salen a la desesperada… La necesidad se huele, amigos míos. Por todo esto, cuando uno tiene pareja es lógico que realice también una suave frenada.
Además, como dice mi compañera Carmen Gómez, es propio de la juventud pensar como Roberto Carlos, no el futbolista sino el cantante, “yo quiero tener un millón de amigos”… y así más veces poder salir; multiplicando exponencialmente los planes y las posibilidades. Pero cuando uno va cumpliendo años, las amistades se reducen y se vuelven más selectas y, al igual que en mi caso, los intereses y prioridades de las mismas cambian, con lo que para tomar una copa hay que cuadrar agendas personales, de trabajo, pareja y familiares y hacer ‘tetris’ con los huecos libres para poder dedicarles 45 minutos a la semana. Sin embargo, y por experiencia propia estos saben a gloria. Sea como fuere, y aunque no esté entre nuestros principales hobbies, salir de marcha de vez en cuando puede resultar hasta saludable, y ahora que se han puesto de moda los garitos de tarde, podemos hasta aprovechar la siesta de los hijos. No se trata del tiempo dedicado, sino de la calidad del mismo.
¿Y tú cuánto hace que no sales?