Y en Murcia nevó

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Imagen de una nevada en Caravaca

Ni tres meses de vida sumaba yo la última vez que dicen que se vio nevar en Murcia capital, en diciembre de 1983. Sin embargo, soy una mujer del Noroeste y, como tal, mi relación con la nieve ha sido un poco más estrecha. Bien es verdad, que jamás habíamos vivido, al menos en Caravaca –de donde yo soy –una situación similar a esta en intensidad, que yo recuerde; pero prácticamente año sí y año también, caen algunos copos en las zonas y pedanías más altas del termino municipal. Recuerdo, como si fuera ayer, aquellas excursiones a la nieve en el coche de mi padre, un Nissan Primera, a las que se apuntaban vecinos, primos y amigos la mañana siguiente de una intensa nevada. Cada invierno, mi hermana pequeña y yo aguardábamos impacientes que llegara nuestra cita con este fenómeno meteorológico que lógicamente disfrutábamos ajenas al frío. De eso bien se encargaba mi madre, que nos equipaba como si de una expedición a la Antártida se tratase, intentando evitar así que pudiésemos caer enfermas. Lo que ella desconocía es que una vez pisábamos el manto blanco nos sobraba todo. Lo primero que desaparecía eran los guantes, porque con ellos no se pueden hacer bien las bolas y mucho menos dar forma a un buen muñeco de nieve. Les seguían el gorro y la bufanda que, después de estar corriendo unos minutos evitando las bolas lanzadas en plena batalla, eran un estorbo. Incluso, en algunas ocasiones hasta el abrigo se quedaba en el coche. Algunos inviernos, los menos, la nieve caía en pleno centro de la ciudad y nos asombrábamos viéndola sobre los coches. Incluso si nevaba cuando estábamos en el colegio los profesores nos sacaban un ratito al patio para que pudiésemos verlo ya que, apenas asomaban los primeros copos, la clase entera se disputaba los mejores puestos en las ventanas para no perderse el espectáculo.

img_8691-1Sin embargo, hacía años que por unas u otras circunstancias no vivía este acontecimiento. El invierno pasado la nieve hacía acto de presencia en algunos pueblos del Noroeste como El Sabinar, El Campo de San Juan o Nerpio y planeamos, como antaño, una pequeña escapada de fin de semana con mi hermana para que su hijo (por entonces Manuela aún no había nacido) disfrutase de la misma como nosotras lo hacíamos de pequeñas. Pero la nieve no nos esperó, y la subida de temperaturas provocó que la misma no aguantase hasta el ‘weekend’.

Esta semana, mis sobrinos (ahora sí los dos) han podido conocer la nieve y sorprenderse y asombrarse como un montón de pequeños en toda la Región que veían y asistían atónitos a este fenómeno por primera vez. A mí que ya lo conocía me llamó especialmente la atención cómo se vivió en la capital ya que, aunque no fue tan intensa como en el Noroeste donde aún en estos momentos disfrutan de ella y sufren también algunas de sus peores consecuencias, fue una auténtica fiesta. Los padres sacaban a sus hijos del colegio para llevarlos a La Fuensanta a ver caer los copos, la gente salía de sus trabajos para inmortalizar el momento, las redes sociales se llenaban de fotos y vídeos de estampas nevadas… a nadie le importó mojarse ni perder unos minutos de su ocupada. La ciudad entera dio una lección de vivir el instante.

Yo, como todos los demás, también quise guardar ese momento para siempre en mi memoria.

P.D. Tengo que incluir en este artículo la cariñosa corrección que me hacía a través de correo electrónico un compañero de profesión, Diego Gómez, quien por su experiencia me apuntaba: «Lamento decirte que todavía no habías nacido, ya que fue el sábado 12 de febrero de 1983. Ese día visitaba Murcia el General Gutiérrez Mellado para descubrir la placa que lleva su nombre en la avenida murciana. También era el último día del querido diario ‘Línea'». 

Muchísimas gracias Diego Gómez por tu puntualización y por tu rigurosa información.

Fiestas de pueblo

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¿Puede existir algo más chulo que una noche de fiestas de pueblo? No hay mejor plan contra la depresión y el aburrimiento. Además, tenemos la suerte de que cuando llega el verano todo el levante español está de fiesta, por lo que es difícil no pillar al menos un par de días de festejos populares dentro del planning vacacional. Y es que todos tenemos un pueblo de referencia: el de nuestros padres, el de nuestros abuelos, el de veraneo familiar, en el que viven los primos… Y si eres la excepción que confirma la regla, seguro que hay algún pueblo deseando adoptarte, no sufras por eso. El caso es que esas escapadas publerinas tienen todas mucho en común. Sea cual sea el punto de la geografía española que uno elija las verbenas populares son iguales desde San Pedro hasta Badajoz. Hay clásicos que nunca fallan:

  1. Los churros. ¡Anda que no son socorridos! Son como la tortilla de patatas. Lo mismo te valen para el café de las cuatro de la tarde, que para desayuno, cena o merienda. ¿Mi favorito? El de las seis de la mañana cuando, después de bailar y desfasar toda la noche y antes de irte al primer pasacalles de la jornada, te alegras infinito de ver el puesto abierto para reponer fuerzas y seguir la fiesta.
  2. Los papelillos colgando de las calles y plazas principales del pueblo con todas las banderas del mundo o, en su defecto, la española reproducida hasta el infinito, son sinónimo inequívoco de verbena.
  3. Las charangas. ¡Qué me gusta una charanga! Es oír el ritmillo a lo lejos y a uno se le mueve todo el cuerpo, desde los pies a la coronilla sin poder parar hasta bailar el repertorio completo, desde ‘Paquito el Chocolatero’ hasta ‘Mi caballo camina pa´lante’. Y lo mejor, no hay que ser un experto en el baile.
  4. Hablando de bailar… Y las orquestas de pueblo que lo mismo te tocan el éxito de ese verano, ‘La Bomba’ o la última canción de moda en un inglés ‘profundo’; que te deleitan con los éxitos de ayer y de siempre: ‘Mis manos en tu cintura’, ‘La Colegiala’, ‘Me gustas mucho’ o ‘El Chacacha del tren’; o te cantan todo el repertorio de Sabina.
  5. Por supuesto, siempre hay un roto para un descosido, y cuando la velada se ambienta aparece la vecina gogó municipal (también está la versión masculina) que parece estar pagada por los ayuntamientos para que no decaiga la fiesta y que lleva lo de la música dentro.

A todo esto hay que sumar los rollitos de verano con el turista o visitante de turno –esto sobre todo en la adolescencia –; las procesiones con los patronos recorriendo el pueblo, que si alguna la ponemos en modo blanco y negro son la viva estampa de la España profunda de Berlanga; y los míticos coches de choque donde casi todos aprendimos a besar y en los que siempre suena Camela.

Yo este verano ya tengo unas cuantas noches de verbena y tú a cuál te apuntas.

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Mi verano en el pueblo. Mi familia.