Vamos a contar mentiras…

IMG_2031“Yo le quería decir la verdad por amarga que fuera, contarle que el universo era más ancho que sus caderas. Le dibujaba un mundo real no uno de color de rosa, pero ella prefería escuchar mentiras piadosas”, que decía Joaquín Sabina. Y es que no sólo es cierto que todos decimos alguna que otra mentira piadosa, ausente de malicia alguna por supuesto, porque siendo prácticos en ocasiones es mucho más sencillo adulterar la verdad y mantener el clima de paz y cordialidad que sincerarse y acabar con las buenas relaciones; sino que además en ciertos momentos preferimos seguir viviendo en la ignorancia y… ser felices. El “miénteme” y, sobre todo, el “te dejo que me mientas” resulta más cómodo también para nosotros.

¿Cuándo empezamos a mentir? Porque de niños, en la más tierna infancia, no mentimos. Ni sabemos ni entendemos el valor de la mentira. Sin embargo, es cuando comenzamos a socializar cuando encontramos esta astucia del lenguaje útil para nuestra supervivencia. Es por esto que resultan completamente instintivas. Un “yo no he sido” puede resultar tan espontáneo o primitivo como el salir corriendo ante un peligro, y tan eficaz, te va la ‘vida’ en ello.

Las mentiras piadosas no se dicen por el hecho de mentir por mentir, sino que resultan el mal menor, sin hacer daño ni herir a nadie. Algunas, de hecho, no son ni mentiras, sólo se omite parte de la verdad, por lo que no se pueden considerar ni siquiera farsas. Algunas mentiras salvan relaciones (ya sean personales o profesionales), otras evitan disgustos o broncas monumentales y las hay que se pueden considerar la ‘buena acción’ del día.

Mentimos en el trabajo:

  1. Te llamé pero me salía apagado.
  2. Me pongo ahora mismo con lo tuyo…
  3. Lo tenía apuntado en mi agenda (cuando realmente ni te acordabas de la cita).
  4. Se habrá ido a la bandeja de SPAM.
  5. Has estado mejor que el año pasado (al jefe en la cena de empresa de Navidad).
  6. Lo tengo todo bajo control.

Mentimos en sociedad, familia y con amigos:

  1. ¡Que bien te sientan los años! O la versión: ¡Estás igual que siempre! Cuando te encuentras con alguien que hace mucho que no ves.
  2. Estaba todo riquísimo pero estoy llena.
  3. La mesa estará lista en cinco minutos (en un restaurante).
  4. Tú no eres tonto, hijo, es que el maestro te tiene manía.
  5. ¡No agente… no me había dado cuenta de lo rápido que iba!
  6. ¡Ni te había visto! En un ‘encontronazo’ incómodo.

Y en pareja:

  1. No eres tú, soy yo. La más obvia.
  2. Si quieres podemos ser amigos.
  3. No, no importa… Mentira. Siempre importa.
  4. Cariño te he echado mucho de menos (tras un fin de semana de juerga con amigas).
  5. No me pasa nada.
  6. ¡No te va a doler!

Las mentiras piadosas son tan inofensivas. Y algunas, no me lo negarán, tan necesarias. Hay incluso quienes ejercen el engaño como una clase de talento, aunque éste no será mi caso que se me pilla antes que a un cojo, como suele decirse, pero no por eso cejo a veces en el intento. Si hasta Pinocho, que acusaba físicamente los efectos de sus farsas, la practicaba, que no haremos los demás… que como mucho ésta enrojece una pizca nuestras mejillas.

Y es que en la vida “aprendí que en historias de dos conviene a veces mentir, que ciertos engaños son narcóticos contra el mal de amor”.

De solteras y casadas

IMG_5430Todos hemos tenido alguna amiga con el pelo rizado que siempre ha querido tenerlo liso. O una con el pelo lacio cuyo deseo era tenerlo ondulado. Pues todo en la vida es eso: el alto quiere ser más bajo, y el bajito daría lo que fuera por unos centímetros más; los morenos quieren ser rubios, y los claritos, más oscuros; las chicas con poco pecho quieren más delantera, y las que tienen en abundancia envidian a las planitas. El caso es que, nunca estamos contentos con lo que tenemos. Parece ir ‘de serie’ en el género humano.

En la situación concreta de las mujeres, porque es lo que soy, y puedo hablar con más criterio –aunque a través de las experiencias, comentarios y confidencias de mis amigos del género masculino, creo que podría estar también acreditada para teorizar sobre lo que les ocurre a ellos –en los grupos de féminas siempre hay dos bandos que se codician, ansiando y aspirando las condiciones del contrario, unas veces de forma evidente y otras un poco más velada: las solteras y las casadas. Nos posicionamos unas frente a otras como si nuestra condición fuese completamente antagónica, cuando no es más que una característica más de nuestras vidas. Tal puede ser la rivalidad entre ambas que en ausencia de las solteras, las casadas critiquen la vida alegre de éstas, cuando es más envidia que reproche. Y si son las ‘singles’ las que cuchichean desprecian la rutina aburrida y monótona de las otras, cuando añoran el ‘calor del hogar’ de las primeras. ¡Qué equivocadas estamos todas! Tanto la soltería como la vida en pareja tienen cosas fantásticas y otras que no lo son tanto, lo importante es aprender a vivir con lo bueno y lo malo de nuestro estado civil.

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En el caso de las singles podríamos apuntar en la lista de ventajas:

  1. No tienen que ‘ajustar’ horarios con nadie para hacer planes de fin de semana o vacaciones. Su decisión es la única que cuenta. Y su palabra, la última.
  2. Tienen acceso a un amplío mercado masculino que a las que tienen pareja le está vetado.
  3. En su vida, no existe la suegra.
  4. El mando, es suyo. Se ahorran la discusión nocturna sobre qué ver en televisión: series o fútbol.
  5. No saben si es temporada de Liga, Champions o Copa del Rey. En sus vidas, el fútbol no existe.

Pero también tienen sus contras:

  1. Nadie te lleva el desayuno a la cama.
  2. No puedes echar la culpa al otro. Ni pagar el cabreo del trabajo con nadie.
  3. ¿Quién baja la basura?
  4. Tienes que avisar a la vecina para que te ayude con la cremallera.
  5. Te toca aprender a hacer agujeros en la pared, desatascar las tuberías y ponerle agua y líquido parabrisas al coche.

IMG_3408En cuanto a las casadas, los pros:

  1. En invierno es genial cuando alguien te calienta las sábanas.
  2. Cocinar para dos siempre es mejor que hacerlo para uno.
  3. Puedes mandar a alguien a hacer tus recados, cuando no tienes ganas de salir de casa.
  4. Tienes un estilista en casa que te ayuda a elegir modelito, siempre que tenga algo de gusto.
  5. Mejora la economía al compartir gastos.

Y las desventajas:

  1. Todas las decisiones tienen que someterse a votación, criterio y valoración de todas las partes, con lo que resulta agotador elegir.
  2. Las sesiones de control de la ‘oposición’.
  3. Tener que ir al baño con la puerta cerrada.
  4. Aguantar los pies fríos de tu marido en pleno invierno.
  5. Bajar la tapa cada vez que vas al aseo…

Como veis, el que no se consuela es porque no quiere.

Hacerse mayor

77086_463280988913_7998050_nEn la vida de las persona hay síntomas inequívocos de que nos vamos haciendo mayores. Por mucho Síndrome de Peter Pan que tengamos hay gestos, comentarios, anécdotas y, por supuesto, características mucho más visibles y notorias físicamente que evidencian el paso del tiempo. Y luchar contra esto es una empresa un tanto quijotesca que erosiona y no compensa, como pelear con molinos de viento. Hay quienes llevan mejor la madurez, asumiendo la nueva situación con naturalidad o, si no queda otra, resignación; y los que oponen tal resistencia que los golpes del tiempo impactan directamente en sus semblantes arrugados, contraídos e incluso fruncidos por la impotencia y el desgaste en la batalla. Tengo que reconocer que me resultan especialmente simpáticas las personas que se resisten a envejecer y continúan llevando una rutina, una agenda social y un look más propio de otras décadas. Sin embargo, bien es verdad que este rejuvenecimiento puede resultar altamente peligroso aplicado a según que ámbitos de la vida. Conozco unos cuantos hígados destrozados por la euforia del ‘forever young’, que cantaba Alphaville.

La primera vez que fui consciente de mi paso de la adolescencia a la madurez coincidió con el momento en el que una dependienta de El Corte Inglés me comunicaba, muy amablemente, que las cremas faciales que venía comprando ya no resultaban eficaces y que los productos ‘antiaging’ que mi piel requería pasaban a costar casi el doble. Una forma muy sutil de llamarme vieja. Y si esta fue la primera –no se crean que hace tanto, que aún apenas paso de la treintena-, después vinieron el resto.

MONICA COLUMPIOHaré un repaso por los diez momentos que marcan para mí al abandono de la pubertad :

  1. Cuando empiezas a pagar más de 90 euros por un contorno de ojos. Ahí pensé que no sólo mi tez se resentía por la edad, sino también mi bolsillo.
  1. Por supuesto, también está ese momento en el que te das cuenta de que una resaca ya no dura un día, sino que la arrastras de viernes a viernes, pasando por sus diferentes etapas a lo largo de la semana: ‘Uy, todo me da vueltas’, ‘Ya no bebo más’, ‘¡Señor que mala estoy!, ‘Dos días a base de agua con limón’, ‘¿A trabajar con esta cara?’ y, la última de todas, ‘Parece que estoy mejor ¿qué plan tenemos?’
  1. La versión más avanzada de lo anterior, cuando uno ya se da cuenta que no puede vivir como un personaje de Walking Dead semana tras semana es: “Yo es que prefiero salir de cañas a mediodía”, con la excusa de que “tenemos más tiempo”. Mentira, es que las noches ya te quedan grandes.
  1. Los dilatados ‘Uuuuuyyyyy’ que salen de forma involuntaria cuando te agachas e intentas volver a incorporarte.
  1. La repentina preocupación por la información meteorológica e incluso las conversaciones sobre el tiempo con las amigas. ¿Cuándo antes te había importado si llovía o no para pegarte una fiesta?
  1. Cuando dejas de cenar ‘fuerte’ porque luego no duermes.
  1. Sin duda, despertarse antes de las nueve de la mañana también en fin de semana. ¿Qué queda de esos domingos en los que tu madre te levantaba de la cama para comer en familia?
  1. El día que sales de compras y vuelves a casa con un juego de sábanas nuevo, un exprimidor y un par de tupperwares.
  1. Cuando en tu colección de revistas y literatura incluyes unos cuantos libros de recetas de cocina y alguno de remedios caseros.
  1. Cuando recuperas un vestido de tu armario y piensas… ¡Uy esto es demasiado corto para mi ya! La versión masculina sería el polo demasiado estrecho. 150342_463284118913_5358632_n

Y es que, citando a Quevedo, “todos deseamos llegar a viejos, y todo negamos que hayamos llegado”.

Complejo de Profesor de Autoescuela

¿Os habéis fijado alguna vez en el alto porcentaje de hombres que para dar marcha atrás abrazan el sillón del copiloto? ¿Es que no saben que hay espejos retrovisores? O peor… ¿no saben para que sirven?

Prefiero perderme a que me dicten el camino. 

IMG_0841Han oído alguna vez aquello de que todos llevamos un entrenador dentro. Seguro que sí. Y es que esta afirmación también valdría para el supuesto de Presidente de Gobierno, por ejemplo, porque cuando la responsabilidad cae sobre otro siempre es más fácil tomar decisiones, ¿verdad?

Yo, que confieso que a mi edad todavía no tengo muy claro qué es un fuera de juego, me he sorprendido en alguna ocasión cuestionando la estrategia del ‘mister’ de turno repitiendo algo que habría escuchado por ahí con tal convicción que parecía haber nacido para esto, cuando realmente de lo único que puedo opinar con cierto criterio es de los estilismos personales de algunos entrenadores de fútbol, por decir algo. Y si esto lo trasladamos al caso masculino, donde se mezcla esta característica marca España de ‘yo lo sé todo’, o al menos ‘sé más que tú’, y su pasión cegadora por este deporte, el resultado es una proliferación de Mourinhos, Guardiolas y Ancelottis como si fueran setas silvestres, que nacen por todas partes, sin control y donde menos te lo esperas. No me digan que no es así.

Sin embargo, en los últimos años he ido descubriendo otra profesión intrínseca al caballero, no se muy bien si es que lo llevan dentro, como en el caso del entrenador, o más bien que padecen cierto complejo, pero aún no he conocido varón que se siente de copiloto en el coche con una mujer y sea capaz de tener la boca cerrada. Quizás les caló bien hondo aquel ‘claim’ de ‘mujer al volante peligro constante’ que, por cierto, desmienten todas las estadísticas sobre conducción, accidentes e infracciones de los últimos años ya que por ejemplo 2 de cada 3 accidentes de noveles son hombres y el 81% de las infracciones sancionadas son masculinas –aunque esto también se puede deber, como comenté hace algún tiempo, al trato de favor de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad con el género femenino, así que es un dato menos fiable-.

Como me señala una amiga hablando de este tema, ‘No podemos conducir por ti’ que dice la DGT, y “yo que me alegro”, que contesta ésta, porque sí a mí también ‘me gusta conducir’. Pero lo que no nos gusta nada es llevar a un copiloto con complejo de profesor de autoescuela a nuestro lado dando indicaciones durante todo el trayecto.

  • Cuidado con el de delante.
  • ¿Has visto al de la derecha?
  • Sí.

De repente, ves su cabecita asomar por el espejo retrovisor o lo ves inclinándose para mirar por los laterales…

  • Sal, que no viene ninguno.
  • Sigue, que tienes prioridad.
  • Acelera un poco que llevas el coche ahogado.
  • Frena que te lo comes…

Y a estas alturas de la conversación es cuando tú ya contestas que tienes ojos en la cara igual que él. Sin embargo, puede ir a peor, y si tras este primer aviso vuelve a insistir…

  • ¿Quieres conducir tú o te callas?

Y es que hacen perder la calma a cualquiera y consiguen que al final conducir se convierta en una actividad de riesgo y acabes dándoles la razón.

Estoy segura que esto no es exclusivo de los hombres, alguna mujer habrá que también padezca tal síndrome, pero yo, sinceramente, aún no me he encontrado ninguna, aunque siempre hay una primera vez. En muchos casos, su mejor defensa es asegurar que están acostumbrados a conducir ellos y que lo hacen instintivamente pero, fíjate tú que cosas, que cuando va otro hombre al volante pierden el instinto.

El caso es que cuando esto lo hace un copiloto que al menos tiene el carné de conducir, irrita, pero ¿y cuando el supuesto instructor no dispone del permiso? Entonces sí que es para bajarlo del coche, como me apuntan Carmen y María Dolores a través de Facebook, y estoy segura que así lo harían éstas.

Estoy segura de que hay muchas cosas de mi conducción que pueden poner nerviosos a mis acompañantes, pero ¿y las cosas que a nosotras nos irritan de ellos? ¿Os habéis fijado alguna vez en el alto porcentaje de hombres que para dar marcha atrás abrazan el sillón del copiloto? ¿Es que no saben que hay espejos retrovisores? O peor… ¿no saben para que sirven?

Pocas cosas en el mundo me pone tan nerviosa como tener sentado junto a mí a un copiloto ‘tomtom’. Y es que prefiero perderme a que me dicten el camino.

Si yo fuera hombre dubi dubi dubi dubi dubi dubi dubi du…

IMG_0069Jamás me había preguntado esto. Pero esta semana, en uno de esos momentos en los que dejas volar tu mente me inquiría sobre “Si yo fuera hombre, dubi dubi dubi dubi dubi dubi dubi du…” –en una versión un tanto distorsionada de la canción, pero muy actual para muchas mujeres que tienen que compaginar vida laboral, familiar y maternal mientras asisten al relajo de sus opuestos -¿qué haría? Y la respuesta era más bien lo que no haría, o dejaría de hacer. Y es que pasar de ser mujer a ser hombre es siempre restar, y perdónenme los varones.

En una primera visión un tanto frívola del asunto, si fuese hombre lo primero que haría sería desabrocharme el sostén- comenzamos con la resta -. Desterraría esta prenda ‘del demonio’ de mi armario y de mi vida para siempre. Y es que este instrumento de tortura (los modelos más antiguos bien lo parecen) se ha convertido en un imprescindible para la mayoría de las mujeres, que solemos desarrollar una especie de síndrome de Estocolmo con el mismo, como el perro del hortelano, ni contigo ni sin ti. Llevarlo es incómodo, por muy bien que nos lo vendan en los anuncios de grandes marcas corseteras, porque un sujetador aprieta, y sino aprieta… ¡Amiga mía, no te está sirviendo para nada! Y tanto nos hemos acostumbrado al mismo que no llevarlo es casi peor, yo no sé si os pasa a vosotras, pero yo sin él me siento casi desnuda.

Por el contrario, si fuera hombre me ‘desvestiría’ un poco menos acabando también con los escotes, como dice Nuria Sánchez en Facebook (pedí ayuda en redes a otras chicas), porque enseñar pelambrera no me seduce lo más mínimo ni siendo un auténtico ‘macho man’, y es, por supuesto, eliminaría las sesiones periódicos de depilación… ¡Se me saltan las lágrimas sólo de pensarlo! Y si a esto también le quitas maquillaje, peluquería, bolsos, tacones y otros complementos “tendría para irme al Caribe de vacaciones todos los años”, como apunta Mercedes Soto.

IMG_0131Pero lo mejor de todo es restar “calentamientos de cabeza” – María Pérez –porque “me encantan los hombres por lo simples y despreocupados que son” –Rosalía Barquero –o porque “ser hombre y hacer varias cosas a la vez… ¡Sería incompatible!”. Con lo que no tendría que sentirme culpable si por atender mis obligaciones laborales se me acumulan coladas y plancha para lo que resta de siglo. Bastaría con decirme a mi mismo que “no puedo hacerlo todo, ser un gran profesional y hombre de mi casa, bastante lucha llevo cada día en el trabajo que vuelvo cada noche reventado”… ¿os suena, verdad? Y la culpa no es suya, porque ellos se convencen con este argumentos… nosotras no. Lo peor es que nadie nos reclama que demos la talla en todo, nadie salvo nosotras mismas.

Si además a esto le sumamos que no saben lo que es la celulitis, la menstruación con sus horribles dolores y cambios hormonales, el parto o la menopausia, que pueden hacer pis de pie y en cualquier sitio y que se levantan en estado de extrema excitación (léase ‘palote’), ser hombre no debe estar tan mal. Y es que creo que una mujer vale para todo, para ser hombre y mujer, pero permítanme que tenga mis dudas a la contra.

Pese a todo, la mayoría de nosotras, que evidentemente somos mujeres y por lo tanto e indisolublemente también muy exigentes, no podemos contentarnos con ser menos, ni siquiera con el aliciente (apuntado más arriba) de poder hacer uso de los baños públicos, y, como diría la gran Whitney Houston, “me gusta ser una mujer, incluso en un mundo de hombres. Después de todo, los hombres no saben llevar vestidos, pero nosotras sí pantalones”.

 (Fotos de la despedida de soltra de mi hermana, centro 2ª foto junto a mis primas). 

“De una vegetariana a una ultracatólica”

“Mo, el mercado está muy mal”. Así me sorprendía esta semana un buen amigo mío mientras compartíamos algunas confidencias entre cañita y cañita en una breve escapada en medio de nuestra jornada laboral, tan necesarias algunas veces. Y digo que me sorprendía porque este tipo de confesiones, hasta ahora, sólo las había escuchado del género femenino; por cierto, con bastante frecuencia últimamente. Así, era la primera vez que un hombre me hacía esta reflexión y la verdad que me dejaba bastante ‘descolocada’. Siempre había pensado que ellos no se planteaban estas cosas, quizás dejándome influenciar erróneamente por la creencia de que ellos son más ‘simples’ y menos exigentes a la hora de ligar. Sin embargo, una vez más descubro, felizmente, que estaba equivocada y que ellos son menos superficiales de como los pintan.

Ya sé que ésta del mercado, no es quizás la expresión más correcta o apropiada, pero creo que describe bastante bien la desesperación que puede alcanzar un ‘single’ –o un soltero de toda la vida –con intención de dejar de serlo que ‘pincha en hueso’ una y otra vez. Nadie dijo que fuera fácil encontrar a tu media naranja y está claro que por el camino uno se encuentra muchos ‘medio limón’ con cierto sabor amargo, lo que desconocía es que era tan generalizado.

En el caso de ellas tengo claro, por ser un tema bastante recurrente en los cafés entre mujeres, lo que reprochan a sus contrarios: falta de compromiso, egocentrismo, poco detallistas, irresponsables, traumatizados por relaciones y fracasos sentimentales anteriores y los que parecen más normales, casados y con hijos. Sin embargo, me despertaba muchísima curiosidad saber cuáles eran los ‘vicios’ del género femenino en el ‘mercado’.

“He pasado de una vegetariana a una ultra católica”- comentaba- “las mujeres se han radicalizado”- puntualizaba- . Como comprenderéis, no sólo mi sorpresa, sino también mi sonrisa fue mayúscula. Su teoría es que llega un momento en el que nosotras optamos por ciertas posturas extremas para posicionarnos que complican la vida a la persona que está a nuestro lado o pretende estarlo: “Yo sólo quiero poder salir a tomar una cerveza tranquilamente sin pensar en lo que me como o me dejo de comer. Creo que no pido tanto”. Esto en el caso de la vegetariano, imaginaos en el otro cuál era su reproche o reivindicación…

Evidentemente que él no pedía tanto, y yo me hacía la siguiente reflexión: ¿Puede que con la edad ellos muestren cierto desapego al compromiso, o que seamos nosotras las que al cumplir años exigimos tales niveles de obligación y responsabilidad que ellos jamás logren cumplir las expectativas? Y que esas posturas radicales a las que alude mi amigo sean nuestras reacciones opuestas a su ‘supuesta’ falta de determinación posicionándonos claramente para demostrar que nosotras sí somos capaces. Lo que a su vez, les desmotiva más aún. Sinceramente, y aunque esto sea tirar piedras sobre mi tejado, creo que aunque estos asuntos son siempre cosa de dos, generalizando –algo que no gusta a muchos –, en un reparto de culpa nosotras salimos ganando.

“Sólo quiero encontrar a una chica a la que le caiga bien”, aseguraba. En un principio me costó entender esta conclusión, ya que doy por sentado que si alguien está contigo es que, al menos, cierto aprecio te tiene. Pero su reflexión era mucho más profunda de lo que aparentaba. No se trataba de una simple cuestión de simpatía o antipatía por el otro. A lo que se refería mi amigo es que quería encontrar a una mujer que no intentase cambiarle y convertirle en un clon que imitase sus gustos, preferencias y dogmas. Una mujer que lo quisiese tal como es. De ahí que mi amigo reniegue de los radicalismos vegetarianos y católicos, porque quizás lo que intentaban eran imponérselos o, al menos, las consecuencias de estas posturas.

Esto me lleva a plantear que quizás algunas de nosotras nos estemos tomando la vida demasiado en serio y eso impida que disfrutemos de ciertas cosas.

Tú concilias, él concilia, vosotros conciliáis, ellos concilian… ¿Y nosotras?

fabianciraolo7Reconozco que una no siempre se levanta de la cama con la sonrisa en la cara, fabulosa y llena de amor para repartir, pero es que la sensación de no llegar a nada de lo que te propones, de frustración e insatisfacción que a veces nos recorre es difícil de disimular. Levantarse un día tras otro con el montón de plancha en constante crecimiento –que te entran ganas de cerrar la puerta de la habitación y olvidarte de lo que hay detrás de la misma porque a efectos entrar a ésta es como hacerlo al mismísimo Mordor –, con lavadoras y secadoras por poner, con listas interminables de mails por contestar y con los requerimientos laborales acumulándose en la agenda no resulta especialmente motivador o inspirador.

En este sentido, si hay algo que me produce profundo mal estar es el traslado de tareas de un día a otro –por la imposibilidad de acometerlas cuando te habías propuesto –arrastrándolas con desanimo a lo largo de toda la semana con el resultado de sábados y domingos auto-laborales. He intentado miles de técnicas para evitar esto, pero también para ponerlas en marcha hacer falta tiempo, y precisamente esto, señores y señoras, es de lo que carecemos las mujeres del siglo XXI.

Por muy temprano que te levantes, no es posible llegar… ¿Cuántas veces han exclamado aquello de ‘a mi día le faltan horas’? Y es que aunque nuestros maridos, padres, hermanos, amigos o compañeros lleguen a casa a las tantas de la noche, después de jornadas agotadoras de trabajo en las que, seguro, se han tenido que enfrentar a miles de indeseable situaciones y trascendentales decisiones –no les quito yo mérito –por desgracia, aún, en la mayoría de los casos su ‘martirio’ acaba ahí. Sé que con este artículo me puedo ganar el desfavor de algunos hombres, igual que también sé que hay excepciones… pero seamos sinceros, y sobre todo vosotros sed sinceros con vosotros mismos: ¿Cuántos lleváis el peso de las tareas domésticas y familiares en vuestro hogar? o, al menos, ¿Cuántos lo compartís al 50%? Es verdad que cada vez hay más caballeros que ‘ayudan’ o ‘colaboran’ en casa, pero es que eso no es suficiente…

Si a todo esto le sumamos que desde las administraciones no lo ponen nada fácil para conciliar, la mayoría de las empresas tampoco y de las autónomas, caso que me ocupa, ni os hablo… la situación a veces puede ser de trapecista de circo haciendo piruetas para salvar la situación. Además, esta semana leía una noticia que aseguraba que las mujeres cobrábamos de media unos 6.000 euros menos que los hombres por desempeñar el mismo trabajo, o lo que es lo mismo, tendríamos que trabajar 79 días más al año que los hombres para cobrar lo mismo… ven como sale la cuenta: nos faltan horas, concretamente casi 1.900 horas.

Y todo esto sin contar con el factor hijos, del que afortunadamente de momento no tengo que preocuparme. Sinceramente chicas no sé como lo hacéis para conseguirlo, mi admiración más absoluta. ¿Entienden ahora el síndrome femenino de estar siempre agotada?

Te levantas por la mañana, te duchas, te vistes, te maquillas –porque además hay que estar mona –te tomas el café, haces la cama, friegas los platos, recoges la cocina y los baños… en el caso de las madres, a todo esto hay que sumar el equipamiento de la prole y su traslado a los centros escolares. Después de la aventura doméstica, llegas al trabajo, miles de cosas por hacer, todas para ayer y sin saber cómo priorizar ¿os suena? ¡Salvada por la campana! Dan las 15.00 horas y vamos de vuelta a casa para entrar a la cocina y preparar el sustento que permita a la familia continuar la jornada –las que además somos malas en la cocina lo tenemos más difícil aún, y eso que yo pongo todo mi empeño… incluso me he comprado un libro de recetas, pero aún no he tenido tiempo casi ni de abrirlo –. Y toca el turno de tarde, más o menos hasta las 20.00 horas en presencia física, porque después ¿quién no se lleva trabajo para casa?

Y cuando llegas al ‘hogar, dulce hogar’, a la frustración por las tareas sin hacer se suman, como ya he dicho los quehaceres domésticos… ¿y quién es la gran perjudicada de todo esto? Pues una misma, que no consigue tener tiempo para ‘sus cosas’, para aquello que le apetece hacer: gimnasio, mejorar el inglés, un blog personal… Las aspiraciones se pierden entre las obligaciones.

Y todo esto porque no consigo sacar ni 15 minutos para dedicarme en la peluquería.

La ‘pornostar’ que llevamos dentro

pin-up-500-20“Vivimos observando sombras que se mueven y creemos que eso es la realidad”, decía José Saramago, haciendo clara alusión al relato platónico de la ‘Alegoría de la Caverna’ narrada al comienzo del libro de La República; pero como en éste, en la vida, las sombras, sombra son, aunque no nos alcance la vista a ver lo que hay más allá.

Esta semana, coincidiendo con el estreno de la adaptación al cine de la novela, ‘Cincuenta Sombras de Grey’ recibía en mi bandeja de correo electrónico un mensaje con el siguiente asunto: “El Señor Grey la recibirá ahora”. Esta claro que no era más que parte de la sobredimensionada campaña de publicidad de la misma, pero me llamó la atención ya que jamás había llegado a mi correo algo similar de ningún otro film. Está claro que ha supuesto un fenómeno de masas, del que una vez más me quedo fuera.

Si Platón levantase la cabeza quizás se ofendería al ver el uso que en este artículo hago de su magnánima obra para hablar del fenómeno literario y, también ahora, cinematográfico, pero ese disgusto, al igual que Saramago, dadas las circunstancias se lo va a ahorrar. Comenzaré diciendo que no he leído el libro, así que en este caso hablo de oídas. Tampoco creo que vaya a ver la peli, no por nada, creedme, sino porque afortunadamente hay en cartel un interesante número de buenos films que aún tengo pendientes. El caso es que la tentación –nunca mejor dicho –, sobre todo en el caso del libro, tenerla la he tenido ya que eran muchas las amigas y conocidas que me lo recomendaban, incluso también hubo algún hombre enganchado que me animó a adentrarme en las ‘perversiones’ sexuales de Grey, pero mi determinación fue más fuerte.

Probablemente os estéis preguntando a qué se debe mi negación a la saga de las sombras… Bien, en primer lugar, simplemente tiendo a huir de aquello que viene clasificado por géneros. No creo en la literatura para mujeres, que tan de moda se ha puesto en los últimos años. Para empezar, porque las mujeres somos las principales lectoras de libros en todo el mundo, con lo que delimitar ciertos géneros para éstas hace flaco favor a nuestra inteligencia. No necesitamos novela rosa para engancharnos con un ejemplar.

En segundo lugar, creo que, en este caso concreto, se trata de una adaptación un poco subida de tono –porque según tengo entendido tampoco da para tanto –de las típicas historias de amor adolescente, y vender esto como literatura erótica femenina es poco menos que un insulto a las mujeres.

En la supuesta novela de sexo y libertinaje, el ‘obsceno’ es una vez más el hombre y es ella quien queda rendida a sus pies dejándose hacer todo cuanto a él le apetece, que, como ya he dicho, tampoco es gran cosa… Ella aparece, una vez más, como una mujer dócil y un tanto inexperta en el arte amatorio y, según las críticas de la película, las escenas más X no pasan de ser clasificada como no recomendadas para menores de 13 años. Sinceramente estoy segura de que cualquier escena casera de sexo diario es más atrevida y sexy que la mejor de las historias de la película.

Nos han vendido, no se quién ni con qué intención, que la mayoría de las personas tenemos una vida sexual aburrida y cutre, sin embargo creo que, como en la caverna, lo que creemos no son más que sombras de la realidad. Deshagámonos de complejos y falsos mitos y encendamos las luces para evitar las sombras, no hace falta ir al cine para hacer, tener o ver buen sexo, ya que estoy segura de que cada uno, evidentemente en la intimidad, desata la ‘pornostar’ que lleva dentro.

Mujeres de guerras ganadas

10956216_869114706467931_8404700097186475952_nEstoy segura de que todos habéis escuchado alguna vez aquello de que “detrás de todo gran hombre siempre hay una gran mujer”. Pues bien, el recién estrenado primer ministro griego, Alexis Tsipras, debe no tenerlo muy claro, porque, no sabemos detrás, pero al lado ha dejado bastante claro no querer tenerlas. Lejos de consideraciones políticas e ideológicas –pues este no es el foro ni, el mío, el tono más adecuado para ello –llama considerablemente la atención que éste no haya incluido ninguna ministra en su ‘flamante’ Equipo de Gobierno. Como suele decirse, “si lo hace aposta no le sale”.

Tengo que reconocer que la frase con la que abro el artículo nunca me gustó del todo porque en su esencia –quizás para algunos siendo un tanto rebuscada –le encuentro cierto ‘tufillo’ machista que no me convence. Parece colocar a la mujer siempre detrás de una figura masculina más relevante que ésta y a mí no me gusta lo de ir en pos de nadie, aunque peor es no ir, como en este caso. Una mujer no es grande por estar delante o detrás de un hombre, lo es por si misma y en igualdad de condiciones, cosa que, por desgracia, no siempre se da y, siendo yo una mujer muy condescendiente, esto sí que no dejo que me lo discuta nadie: Se ha hecho mucho, pero aún queda un tanto por hacer. Y sino que se lo digan a las griegas…

Bueno, el caso es que tanto llama la atención la foto de su masculino equipo, que bien podría subtitularse ‘Todos los hombres del presidente’ –sí, ya sé que hay que cambiar lo de presidente por primer ministro, pero no seamos quisquillosos –, que los medios de comunicación de todo el mundo se hacían eco de la noticia, en algunos casos con ingeniosos titulares que ocupaban las portadas de los principales periódicos, mientras que otros aprovechaba la ocasión para hacer propaganda anti-feminista con encabezamientos como “enfado feminista por el gobierno griego sin mujeres”. Oiga no, enfado feminista no, enfado de sentido común, y si cree lo contrario hágaselo mirar.

Tsipras ha asegurado, en su defensa, que ha tratado de ‘poner’ a los mejores, algo que yo nunca podría discutir, pero pretende que me crea que ¿no hay ni una sola mujer con acreditada solvencia para ocupar alguno de los puestos? Sinceramente, y aunque tampoco sé si estoy totalmente de acuerdo con las listas cremallera o paritarias por obligación, lo que sí sé es que no se puede gobernar Grecia sin las griegas, eso es discriminación.

Pero si los medios recogían la noticia, era en las redes sociales donde se desataba el verdadero ingenio de la gente bajo la etiqueta #SinMujeresNoHayDemocracia que se convertía en trending topic o tendencia en Twitter en tan sólo unas horas. “No queremos mujeres por su condición, sino por su preparación”, “Mientras los que me gobiernen sean honrados, me da igual que sean hombres, mujeres o chimpancés” o “No creo en las paridades, creo en las capacidades, pero cuesta creer que no haya encontrado ninguna”, eran algunos de los mensajes que se podían leer, entre los que había opiniones para todos los gustos. Todo esto, lo que pone de manifiesto es que el debate por la igualdad sigue estando más presente de lo que imaginamos.

Sin irnos muy lejos, precisamente esta misma semana ‘colgaba’ en mi perfil de Facebook la foto de una eurodiputada, en este caso italiana, que durante tres años acudió al pleno del Parlamento con su bebe, y aunque esta imagen pudiera resultar tierna en un primer vistazo –en las instantáneas se veía a la pequeña votando las propuestas con su madre –una segunda lectura refleja las dificultades a las que aún se enfrenta la mujer para conciliar la vida familiar y laboral. Sin embargo, como soy optimista, un tercer escrutinio demuestra que a pesar de que, a veces, no lo ponen fácil no hay imposibles para la voluntad, y en esto tienen un máster las mujeres, mujeres de guerras ganadas.

 

 

Treintañeras

(Imagen de Paula Bonet)

7846172504_c2857b2e26_o“La vida es larga” decía T. S. Eliot en su poema ‘Los hombres huecos’. Frase que recordaba el pasado miércoles mientras volvía a ver ‘Agosto’, una película muy coral con complicados personajes atormentados por su pasado y su presente y enormes interpretaciones femeninas que demuestran lo difícil que, a veces, resulta ser mujer.

Sin embargo, hay a quien la vida se nos pasa en un suspiro. Casi sin darnos cuenta cumplimos año tras año tan rápido que el viaje se nos hace excesivamente corto. Será que lo estamos disfrutando. Tanto es así, que incluso nos resistimos, o al menos a mí así me ocurre, a que acabe el día de nuestra celebración y casi ‘obligamos’ a los que están a nuestro lado a que nos sigan felicitando el día de nuestro ‘no cumpleaños’ durante algunas jornadas más para llevar mejor la depresión post-cumpleañera. Aunque sinceramente esto no sirva de mucho.

Conozco poca gente a la que le de ‘gusto’ cumplir años, aunque hay quien lo lleva bastante bien. Otros, por el contrario viven un auténtico drama anual. A mí personalmente no es algo que me duela especialmente, pero siempre que uno se adentra en una nueva decena sufre una especie de catarsis tras la que intenta dejar atrás muchas cosas pasadas y empezar un proceso purificador u optimizador de la propia persona. Es el momento perfecto para hacer balance, desprenderse de parte del equipaje, y continuar el viaje más liviano y sereno.

Lo peor de las decenas no son las expectativas que uno se pone, sino las que le imponen los demás. Este miércoles, el día que cumplía 31, una de las expresiones que más oí fue aquello de: “yo a tu edad ya…”. Y sí, en la mayoría de los casos la frase acababa con el tópico “ya tenía a los tres”, o sus múltiples variantes: “ya tenía a Pepito”, “ya esperaba el tercero”, “ya tenía uno y estaba embarazada del segundo”. Está claro que los 30 son los años de los hijos, así me lo han hecho saber todas mis coetáneas que ya ejercen de madres. Lo de casarse, ya ni te lo dicen, porque “se te ha pasado el arroz”, en todo caso sería la decena del “divorcio” como bien dice mi amiga Carmen.

Los 20 son los años de descubrirlo todo, de experimentar, de ser primero una cosa y luego otra. ¿Quién no ha sido primero hippie para luego descubrir que le va más la cultura underground, o viceversa? De tintarse el pelo de colores, llevar ropa de segunda mano, dormir en tiendas de campaña, ir al clase o al trabajo del tirón después de una juerga, combinar cuadros con rayas y otras muchas barbaridades más. Años en los que, bajo la excusa de encontrase a uno mismo, nos está permitido casi todo y encima no hay ni rastro de celulitis, piel de naranja o patas de gallo.

Cuando una llega a los treinta, se presupone que ya sabe quién es y lo que quiere… nada más lejos de la realidad. Es la etapa en la que una comienza a tomar determinadas decisiones y en la que, para la sociedad y sobre todo para los que tienes a tu lado, ningún error está permitido, al contrario que en la decena anterior. Avanzas en la vida como si caminases por un campo de minas. Toda precaución es poca con tal de no oír el dichoso “ya te lo decía yo”, o en su defecto el “ya no tienes 20 años”. Dejarás de saberlo tú.

Son los años de la independencia absoluta; aunque uno se fuese de casa en la etapa anterior, este es el momento en el que la madre se cansa de lavar y planchar el petate los fines de semana; así que te toca convertirte en el ama de casa que nunca fuiste. De la independencia económica y los mil malabares para llegar a fin de mes. Si tienes una buena posición laboral y económica serás el orgullo familiar, pero como no hayas alcanzado el éxito pocos mantendrán sus esperanzas en ti, porque “ya deberías haber despuntado”.

Con respecto a los hombres, ya llevas unas cuantas experiencias acumuladas, lo que te procura mayor serenidad y, sobre todo, menos prisas y desesperación. Son los años de sentirse a gusto con una misma, no necesitas una pareja al lado para reafirmarte. Se acabaron las noches de ‘caza’, no necesitas trofeos. Si por el contrario tienes pareja, consigues complementar tu amor propio con el que sientes por la otra persona. Y en el sexo, también empiezas a quererte más y a conocerte, queriendo agradar, como siempre, pero también que te agraden.

Y por si todo esto fuera poco, dicen que los 40 son aún mejor…