(Imagen de Paula Bonet)
“La vida es larga” decía T. S. Eliot en su poema ‘Los hombres huecos’. Frase que recordaba el pasado miércoles mientras volvía a ver ‘Agosto’, una película muy coral con complicados personajes atormentados por su pasado y su presente y enormes interpretaciones femeninas que demuestran lo difícil que, a veces, resulta ser mujer.
Sin embargo, hay a quien la vida se nos pasa en un suspiro. Casi sin darnos cuenta cumplimos año tras año tan rápido que el viaje se nos hace excesivamente corto. Será que lo estamos disfrutando. Tanto es así, que incluso nos resistimos, o al menos a mí así me ocurre, a que acabe el día de nuestra celebración y casi ‘obligamos’ a los que están a nuestro lado a que nos sigan felicitando el día de nuestro ‘no cumpleaños’ durante algunas jornadas más para llevar mejor la depresión post-cumpleañera. Aunque sinceramente esto no sirva de mucho.
Conozco poca gente a la que le de ‘gusto’ cumplir años, aunque hay quien lo lleva bastante bien. Otros, por el contrario viven un auténtico drama anual. A mí personalmente no es algo que me duela especialmente, pero siempre que uno se adentra en una nueva decena sufre una especie de catarsis tras la que intenta dejar atrás muchas cosas pasadas y empezar un proceso purificador u optimizador de la propia persona. Es el momento perfecto para hacer balance, desprenderse de parte del equipaje, y continuar el viaje más liviano y sereno.
Lo peor de las decenas no son las expectativas que uno se pone, sino las que le imponen los demás. Este miércoles, el día que cumplía 31, una de las expresiones que más oí fue aquello de: “yo a tu edad ya…”. Y sí, en la mayoría de los casos la frase acababa con el tópico “ya tenía a los tres”, o sus múltiples variantes: “ya tenía a Pepito”, “ya esperaba el tercero”, “ya tenía uno y estaba embarazada del segundo”. Está claro que los 30 son los años de los hijos, así me lo han hecho saber todas mis coetáneas que ya ejercen de madres. Lo de casarse, ya ni te lo dicen, porque “se te ha pasado el arroz”, en todo caso sería la decena del “divorcio” como bien dice mi amiga Carmen.
Los 20 son los años de descubrirlo todo, de experimentar, de ser primero una cosa y luego otra. ¿Quién no ha sido primero hippie para luego descubrir que le va más la cultura underground, o viceversa? De tintarse el pelo de colores, llevar ropa de segunda mano, dormir en tiendas de campaña, ir al clase o al trabajo del tirón después de una juerga, combinar cuadros con rayas y otras muchas barbaridades más. Años en los que, bajo la excusa de encontrase a uno mismo, nos está permitido casi todo y encima no hay ni rastro de celulitis, piel de naranja o patas de gallo.
Cuando una llega a los treinta, se presupone que ya sabe quién es y lo que quiere… nada más lejos de la realidad. Es la etapa en la que una comienza a tomar determinadas decisiones y en la que, para la sociedad y sobre todo para los que tienes a tu lado, ningún error está permitido, al contrario que en la decena anterior. Avanzas en la vida como si caminases por un campo de minas. Toda precaución es poca con tal de no oír el dichoso “ya te lo decía yo”, o en su defecto el “ya no tienes 20 años”. Dejarás de saberlo tú.
Son los años de la independencia absoluta; aunque uno se fuese de casa en la etapa anterior, este es el momento en el que la madre se cansa de lavar y planchar el petate los fines de semana; así que te toca convertirte en el ama de casa que nunca fuiste. De la independencia económica y los mil malabares para llegar a fin de mes. Si tienes una buena posición laboral y económica serás el orgullo familiar, pero como no hayas alcanzado el éxito pocos mantendrán sus esperanzas en ti, porque “ya deberías haber despuntado”.
Con respecto a los hombres, ya llevas unas cuantas experiencias acumuladas, lo que te procura mayor serenidad y, sobre todo, menos prisas y desesperación. Son los años de sentirse a gusto con una misma, no necesitas una pareja al lado para reafirmarte. Se acabaron las noches de ‘caza’, no necesitas trofeos. Si por el contrario tienes pareja, consigues complementar tu amor propio con el que sientes por la otra persona. Y en el sexo, también empiezas a quererte más y a conocerte, queriendo agradar, como siempre, pero también que te agraden.
Y por si todo esto fuera poco, dicen que los 40 son aún mejor…