Tardes de piscina

559381_10151884741468914_303886578_nEl pasado fin de semana me enfrentaba a uno de los momentos más terribles de la temporada estival: la primera vez que luces el traje de baño tras el ‘largo’ invierno. Da igual el tiempo que lleves haciendo la ‘operación bikini’, los kilos de lechuga ingeridos o las horas de gimnasio entre pecho y espalda, la inseguridad es directamente proporcional a los centímetros de destape de dicha prenda. Además, para más inri, lo hacía en mi pueblo natal, lugar en el que no me dejaba ver de esa guisa desde hace bastantes años y donde, como es habitual en las localidades pequeñas, todos nos conocemos, lo que incrementa el interés de los lugareños y lugareñas en el espectáculo. Y el tiempo nunca perdona.

El caso es que después de probarme varios modelitos, me decidí por el que menos cacha enseñaba, para hacer el proceso más progresivo y porque no se qué regla sociológica no escrita del manual de las madres, pero que cala de forma más que efectiva en las hijas, recomienda siempre los más atrevidos para la playa y los castos para la piscina. Sorprendentemente y dejando de lado el tono ‘blanco nuclear’ de mi piel, se puede decir, y no es modestia, que superaba la prueba con más nota de la esperada. Con nuestros cuerpos en bañador pasa igual que cuando uno escucha su voz grabada por primera vez, siempre afirma: “no parece la mía”, cuando lo que realmente ocurre es que no queremos reconocerla. Pues lo mismo con nuestro look en biquini. Pero si eres capaz de mantener la exposición a la misma más de 10 minutos, al final te convence.

10511250_10152677995743914_7298663048096345208_nUna vez en la piscina, comienzas con el protocolo de selección de sol o sombra –nosotras siempre sol para ponernos morenas y ellos, lo contrario, no sé si será simplemente por joder o no –y ubicación del kit de baño: toalla, cremas, zapatillas, revistas, reproductor de música… aunque últimamente gracias a dios y a los móviles de última generación éste se ha reducido considerablemente. Seguidamente, lo que más apetece es un baño para refrescarse pero, y aunque yo entiendo todas las razones de higiene y sanitarias que puedan esgrimirse en favor de esta medida, odio la obligatoriedad de las duchas previas. Señor socorrista, yo soy una chica muy limpia y aseada y no entiendo por qué tengo que pasar por semejante trance de agua completamente congelada, cabeza incluida, antes de mi relajante baño. Antes, si tenías suerte y burlabas la mirada del vigilante podías ahorrarte este paso, pero ahora en mi pueblo han instalado unos dispositivos en las entradas a la piscina que detectan el movimiento y se encienden de forma automática cuando pasas por debajo, con lo que es imposible escapar. Esto en la playa no te ocurre.

Por eso, cuando a mí me preguntan si soy más de playa o de piscina, pues me lo tengo que pensar, porque además de todo lo anterior, bien es sabido que el bronceado de playa gana por goleada al de piscina ; que el agua del mar, según la ‘mamipedia’, es como el paracetamol, buena para todo; y que ésta además se renueva constantemente. Sin embargo, en la piscina, ligar es sólo cuestión de facilitar o provocar el encontronazo o el intercambio de miradas orilla a orilla, en el mar, de paseos hasta encontrar la víctima perfecta. Si pierdes un arete en la playa puedes olvidarte del mismo, pero en la piscina puede convertirse en un juego divertido hasta ver quién lo encuentra antes. Y que levante la mano quien no se haya zambullido alguna vez en la piscina para quitarse la arena de playa…

Aunque si tengo que decidir, los besos salados saben siempre a verano, y los de cloro… ¡Puaj!

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