
Estos días he comenzado un nuevo libro. Uno de esos ejemplares concisos y exiguos que uno espera disfrutar a pequeños ratitos en la cama antes de quedar dormido. Ratitos que en ocasiones no van más allá de diez o quince minutos, en función de la intensidad de la jornada, y que se producen siempre mientras mi hijo me acaricia la oreja intentando alcanzar, él también, el sueño.
No tenía más referencias que el que mi hermana, una ávida lectora, hubiese decido adquirir dicha novela. Así que, una vez más, se lo pedí prestado con el firme propósito de devolverlo cuando lo hubiese terminado. Siempre retorno los libros a sus propietarios ya que me importuna bastante extraviar los míos en estanterías ajenas.
Me llevé una grata sorpresa al descubrir que la historia que protagoniza un apático periodista español está justificada a través de unas cartas de amor que el Novel de Literatura en 1949 William Faulkner escribió a su amante Meta Carpenter durante los más de 30 años que duró su romance. Cartas que son uno de los tesoros documentales del ‘Harry Ransom Center’, en la Universidad de Texas, Austin, espacio que hospeda algunos de los manuscritos, fotografías y obras de arte de los más grandes personajes y artistas del siglo XX.
Entre sus ‘joyas’ se incluye la única copia de la primera fotografía conocida tomada por el ingeniero francés Nicéphore Niépce en 1826 o una de las 21 versiones completas que existen de la Biblia de Gutenberg; así como la herencia personal de personajes como García Márquez, la actriz y productora Gloria Swanson, o el director de cine Alfred Hitchcock. Sin duda, un lugar interesante, un templo de la investigación.
La novela ‘Los días perfectos’, del escritor, guionista y productor Jacobo Bergareche, ahonda en la intensa relación que el autor estadounidense mantuvo con su amante. Concretamente en el relato dibujado, a modo de misiva, de uno de sus ‘días perfectos’. Y a través del que el protagonista se pregunta por cuántas de esas jornadas puede recordar en su anodina vida; más allá de los encuentros clandestinos que, tal y como cuenta la historia, ha mantenido con una arquitecta mexicana durante sus estancias en Austin por un congreso de periodismo.
Aún no lo he finalizado, pero estoy disfrutando de una historia amena y divertida que, también, está muy bien escrita. Y que, entre otras cosas, me ha permitido conocer más sobre el escritor y Nobel estadounidense. Porque si hay algo que aprecio en la literatura es que me resulte didáctica, más allá de entretenida. Para mí leer es aprender y conversar con otros, incluso con los que nos han precedido en el tiempo y solo conocemos a través de las palabras escritas. Es cruzar vidas que no han coincidido en el tiempo.