Sufrida maternidad

“No regateaba en su entrega. A veces daba la impresión de que entre todos la estábamos disecando. Algunas noches la veía derrumbarse sobre la cama, dejar caer el libro que había empezado a leer sin llegar a pasar página y quedarse dormida con la luz proyectada sobre la cabeza. Hace años que no duermo; pierdo el conocimiento, me decía en broma algunos días”, relataba Delibes en su novela ‘Señora de rojo sobre fondo gris’. Y mientras lo leía, hace unos días, no podía evitar rememorar aquellos años, aún en la casa familiar, en los que mi madre era la última en acostarse y, sin embargo, la primera en despertar cada mañana. Aún hoy, con sus hijas ya independizadas es, como canta Bandini, de las que tiene siempre caldo en la nevera (y tuppers de comida triturada para los nietos más pequeños) esperando nuestra invasión dominguera, de la que regresamos a casa con el suculento botín. Una representación totalmente fiel de la buena madre.

Sin embargo, esta encarnación de la maternidad quizás no sea la más fiel a nuestros días y nuestra generación. Pese a caer, igualmente, exhausta cada noche creo que no soy, y dudo que algún día sea, de caldo en la nevera. Soy más de la improvisación y del caldo en tetrabrik. El cansancio que arrastro, al término de cada día, responde a la locura y al esfuerzo cotidiano de intentar coordinar y acomodar vida laboral, familia, personal y maternal.

Y es que, pese a entender y compartir, ahora mejor que nunca, esa vocación y disposición a la rendición más incondicional de mi madre, confieso que hay días que me encerraría en el baño solo por estar un momento en soledad; que, en más ocasiones de las que me gustaría, hago uso de ‘youtube’ para poder comer o cenar en paz; que cuando dejo a mi pequeño en la guardería y regreso al asiento del coche se me escapa un suspiro de alivio y descanso, aunque después paso la mañana preguntándome cómo estará.


Porque hoy el ‘caldo’ es metafórico y aunque en determinados aspectos tendemos más a la practicidad, muchas hemos hecho cursos, leído mil artículos y subrayado decenas de libros formándonos y ocupándonos por ofrecer a nuestros hijos la mejor protección y seguridad, garantizando, por su puesto, sus necesidades básicas pero esforzándonos más que nunca en su bienestar emocional.


No hay un patrón de madre ideal, porque si algo he aprendido este tiempo es a nunca más juzgar a quien ejerce, de la mejor forma que sabe, su maravillosa, a la par que sufrida, maternidad.

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