Noches de verano

Que diferentes saben las noches de verano pese a ser, rigurosamente, lo mismo. Que huella tan distinta tiene esas madrugadas frescas, dilatadas, benévolas e imprecisas. Madrugadas con impronta a salitre, a festival infinito hasta al alba, a paseo y helado o a conversaciones sobre el asfalto en hamaca de playa. El estío me traslada siempre a mi adolescencia y mi infancia. A mis veranos en el pueblo y vacaciones largas en las que, por las altas temperaturas, eran las noche lo que más se aprovechaba. A diferencia de la época invernal, las noches de verano dejan un trasiego de gentes y aventuras de las que ser testigo entretenido desde la callada observación del viandante.

Son las noches estivales las protagonistas de incendiarios amores de verano en los que parece agotársete el tiempo. Son madrugadas vagas y sosegadas en las que poco importan ya la recomendación de las 8 horas de sueño. Noches trasnochadas a la orilla del mar, en una terraza o en reuniones de vecinos en improvisadas tertulias de pueblo que nos darán la frescura para dejar atrás el hastío del largo otoño e invierno. Han sido mis noches de verano parte de mis mejores recuerdos; entre amigos forasteros que pasaban esta época con nosotros en el pueblo, siguiendo la estela de desenfadados festivales y conciertos o a la luz de una lámpara y libro aprovechando la falta de sueño.

Noches que también han tenido su propia banda sonora. Desde los temazos más famosos de ‘Camela’ en el reproductor de algún amigo de la pandilla en los 90, a algún hit de la mítica Tina Turner en el chiringuito de verano y, más recientemente, a repertorio de conjunto en una plaza de pueblo o música Indie y Rock; a canción de Izal, Vetusta Morla o Niños Mutantes.

Yo ya he empezado a flexibilizar mis horarios para disfrutar de estas horas robadas al sueño. Anoche, en un rincón delicioso de mi pueblo – Caravaca – saboreaba uno de esos exquisitos momentos compartiendo una caña con mi ‘Hombre del Renacimiento’ y arropando en los brazos a mi pequeño. Pensando que son de esos bonitos recuerdos de los que, probablemente, tiraré cuando vengan peores tiempos, porque es importante construir evocaciones sólidas y felices para cuando la melancolía y la tristeza intenten apoderarse de nuestro ánimo y pensemos que no hay consuelo. Volver entonces, regresar, a esas despreocupadas noches de verano en las que nos sentimos felices y eternos.

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