Es horrible que ser testigos de tanta tragedia consiga, aunque sea por momentos, inmunizarnos. Sobrepasados por una pandemia que está saturando hospitales y desolando ánimos y fuerzas, otras tribulaciones nos pasan desapercibidas. Hasta la noche del pasado miércoles no reparé en la noticia de la explosión en el centro de Madrid, ocurrida sobre mediodía. Había leído los titulares , pero no alcanzaron a abrumarme como una fatalidad así debería. Sin embargo, minutos antes de acostarme recuperé una de las noticias y descubrí que el suceso se había producido en la Calle Toledo. Atendiendo a uno de los criterios periodísticos sobre la noticiabilidad –el de proximidad -y confirmando esta teoría, comencé, entonces, a prestar atención a lo ocurrido.
Resulta que hace unos años viví en Madrid, mientras estudiaba la carrera, y esta calle fue uno de los escenarios más frecuentados en mi aventura por la capital. La curiosidad me llevó a buscar las fotos en los diarios para conocer ‘a qué altura’ se produjo el fatal accidente y ver si aún podía identificar los rincones de aquel lugar. Aunque el paso del tiempo borra la nitidez de los recuerdos y, en algunos casos, también la fidelidad de los hechos, aún me veo saliendo del metro en Puerta de Toledo y subiendo los pocos metros de pendiente que lo separan del número 98. No podía creer que ese mismo edificio hubiera sido el que horas antes había saltado por los aires. Viví buenos y significativos momentos en aquel mismo lugar que me cobijó física y espiritualmente durante un tiempo.
Continúe indagando, pues esos momentos fueron compartidos, y conocía a mucha gente vinculada a ese edificio. Y la fatalidad se terminó por confirmar. Conocí, en aquellos años en Madrid, a los dos jóvenes que habían perdido la vida. De David recordaba sobre todo a su entonces novia, ahora esposa: Sara. La recordaba porque tenía, e imagino que siga teniendo, una sonrisa tremendamente alegre y expresiva y, además, siempre presente, y es maravilloso encontrar gente así. Con Rubén, el sacerdote, tuve más trato por aquel entonces. Pero en ambos casos el contacto estaba completamente perdido. Sin embargo, he sentido dolor y mucha pena. Porque lo que en su día fue, de una forma u otra, continúa en nosotros. Sentí que una parte de mi pasado volvía para recordarme que también soy hoy quien soy gracias a aquello. Y sentí nostalgia. Pude asistir al funeral online y esto además me vino a certificar, paradójicamente, el gran regalo que es la vida; pese a que todos tenemos un destino seguro que, por cruel que parezca, no podemos evitar.