Dulce lectura

Tengo una hermana que es genial. No sé si lo he comentado alguna vez ya; pero, sin duda, es merecedora de un artículo entero en propiedad. Y es que, tras casi 36 años juntas (es la hermana pequeña y los cumple en febrero), aún consigue admirarme. Lo último que se le ha ocurrido es crear un ‘Club de Lectura’ con sus hijos (Raúl, 7 y Manuela, 4). Así, los sábados por la tarde, a la hora del café y tras la comida familiar –cuando aún se podía –, los sienta en el salón de la casa para departir sobre los libros que han leído esa semana. Ella predica con el ejemplo y, aunque tiempo no le sobra (es autónoma y madre de tres niños), está logrando ‘robar’ minutos al día para atender dicha tarea y servir de estimulo a sus pequeños. Siempre disfrutó con la lectura y, desde el principio, supo educarles en eso. No en vano, mi sobrino devora los ejemplares de la saga de Harry Potter recomendados a partir de 11 años.

Se sientan, los tres en el sofá con sus libros en la mano, y uno a uno van relatando lo que les ha gustado del libro y lo que no tanto. Es maravilloso contemplarlos. Tengo que reconocer que también les provoca dejando que, durante la tertulia, degusten algo de chocolate (les pierde, como a cualquier niño, y ellos solo pueden tomarlo en ‘weekend’). Algo que lejos de ser reprochable les acerca a una experiencia con lectura completamente gratificante. Algún día, ya de mayores, recordarán esos extraordinarios momentos y espero que sepan agradecer a mi hermana lo que ha sabido legarles.

Y es que, según decía Miguel de Cervantes, “el que lee mucho y anda mucho, mucho ve y mucho sabe”. Y siendo mi autoridad infinitamente mas cuestionable que la suya, sí me atreveré a ratificarle. Mi padre nunca estudió el Bachiller y con tan solo 13 años viajó a Madrid para trabajar y vivir en una pensión, aprovechando las libranzas para escaparse al Bernabeu y desayunar, a veces, en una cafetería de Gran Vía junto al mítico Antonio Molina. Tuvo una adolescencia emocionante, lo que forjó un carácter sociable y extrovertido. Viajó, leyó y escucho tanta música que en cultura general no había quien le ganase, siendo especialmente bueno en geografía e historia. 

Yo no sé si como decía Vargas Llosa: “Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado en la vida”, pero coincido con Nuria Espert en que “la lectura es para mí algo así como la barandilla en los balcones” porque, en determinados momentos, he podido en ella asirme y agarrarme.

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