Se acaba el amor… ¿de tanto usarlo?

IMG_2392Con motivo de San Valentín –hace ya unas semanas –discutía con unas compañeras si el amor cambia o no con el paso del tiempo. Es una realidad que el nerviosismo y la ansiedad de los primeros días no se viven tras varios años. Pensándolo bien, tampoco sería saludable. Sin embargo, me negaba a aceptar que la rutina, el día a día y la convivencia devastasen determinados comportamientos en una relación. Y me vengo preguntando, desde entonces, si será verdad aquello de ‘se nos acabó el amor de tanto usarlo’ que cantaba ‘La Jurado’.

El hecho que desataba el debate resultó ser un comentario sobre los regalos que habíamos recibido por Navidad de parte de nuestros respectivos. En mi caso, con sólo unos pocos años de relación –tengo que decir además que es una persona tremendamente generosa –me sorprendía con una batería de regalos que yo catalogaría en el epígrafe de caprichos; artículos que por su precio o por no ser de necesidad no sueles comprarte tú pero que te mueres por tener. En el caso de la compañera que suma ya más de diez años de matrimonio y dos hijos relataba que ella recibió el regalo que quería pero que acompañó a su marido a comprarlo. Por último, la más experta, confesaba que ella no había tenido regalo de Navidad. Es evidente que hay una clara diferencia, pero podría ser anecdótica.

Otro de los aspectos en los que dicen que se nota este paso del tiempo es en la conversación. Al principio te lo cuentas y te lo preguntas todo, lo que has hecho en el trabajo, con quién has hablado, cómo te has sentido, cómo te ha ido el día… Incluso hay veces que no puedes esperar a llegar a casa para compartirlo y lo haces vía whatsapp, manteniendo un contacto casi constante con tu pareja. Con los años y los hijos, en el caso de tenerlos, los diálogos se restringen a las necesidades y anécdotas con los pequeños o a los requerimientos de la casa. Después de toda una vida juntos, tal y como la propietaria de la cafetería donde habitualmente desayunamos nos contaba, con su gracia particular, las conversaciones se limitan a:

  • ¿Qué hay de comer?
  • ¿Qué hay de cenar?
  • ¡Vámonos a la cama!

El móvil también es un chivato. Me preguntaba una amiga si yo a él le mandaba besos y corazoncitos. ¡Evidentemente! Le contestaba. Además, a diario le escribo para darle los buenos días y avisar cuando he llegado al trabajo, ahorrándole así la preocupación y desasosiego por saber si ha ocurrido algo. Con el tiempo, según cuentan, empiezas a pensar que si ocurre algo al final se enterará. El fondo de pantalla también está directamente relacionado con los años, dependiendo si lo llevas o no lo llevas a él. Y un rasgo inequívoco son los hábitos televisivos. Al principio te da igual lo que ver siempre que sea a su lado. Después, te mantienes en el mismo espacio pero haciendo uso de otros aparatos: Tablet o, en su defecto, móvil. Y el último paso es instalar una pantalla en la cocina o habitación y ampliar la distancia entre ambos.

Está claro que la rutina normaliza ciertas conductas y comportamientos y que el tiempo diluye y apacigua el ímpetu. Pero es importante hacer un pequeño esfuerzo y sorprender, no de forma constante, pero si en su debido momento. Porque se reduce el romanticismo, y quizás el sexo, pero no se acaba el amor ni el entendimiento.

Cinco minutos de tiempo

fullsizerenderEl tiempo es tan relativo. Hay minutos que se hacen eternos y horas que pasan como si fuesen un segundo. Hay momentos en la vida en los que a uno le encantaría cerrar los ojos y que todo lo que está por venir pasase en tan sólo unos instantes. Otras veces lo que nos gustaría es detener el tiempo y vivir perennemente en ese ratito. Y eso sucede tanto para las cosas más transcendentes, como para aquellas experiencias más insignificantes. Seguro que aún recuerdan lo largos que se hacían los cinco minutos previos al recreo, mirando cada segundo un reloj que parecía haberse detenido para siempre; y lo rápido que transcurría la media hora de éste.

Pero curiosamente con el paso de los años mi percepción del tiempo ha experimentado una curiosa desviación. El vivir constantemente con déficit de horas, para el trabajo, para dormir, de ocio, para la casa, para dedicar a mi familia, para invertirlas en mí personalmente… y quizás al tomar consciencia de que todo lo que pasa ya no vuelve y de que cada vez son más los años que contamos en pasado de los que –en virtud de la naturaleza –acumulamos en el futuro, me provoca una intensa sensación de vértigo. Me cuesta, cada vez más, disfrutar del momento presente agobiada por lo instantáneo de éste, me resulta casi inexistente. El ahora ya no existe. ¿Si miran atrás no les parece que la semana ha transcurrido precipitadamente? A mí, siempre. Sin embargo, y contrariamente, sigo teniendo, en ocasiones, esa sensación de tediosos minutos que no corren. Como si en lo mucho la vida pasase desenfrenada, mientras que en lo poco caminase pausadamente. ¿Para qué da un minuto? Para poco ¿verdad? ¿Pero han probado alguna vez contar uno a uno los sesenta segundos de éste? ¡Parece estirarse!

Precisamente eso me gustaría a mí, aprender a estirar algunos momentos como se estira un minuto al contarlo. ¿Cuántas veces han dicho aquello de… ‘cinco minutos más’? Seguro que se visualizan en la cama intentando robar cinco minutos más al día para dárselos al sueño. Es una sensación increíble. Yo, ilusa de mí, incluso me pongo el despertador en modo repetición, cada cinco minutos, media hora antes de la hora de levantarme pensando que así le he ganado eso al tiempo… cuando en realidad he perdido media hora de sueño.

Y con esta reflexión me preguntaba yo el otro día a que le daría yo cinco minuto más de tiempo… ¿y tú?