Raíces y alas

Mientras comienzo estas líneas, mi hijo de poco más de dos años duerme junto a mí, frente a la chimenea. Es, por decirlo de algún modo, el hombre más importante de mi vida; esencialmente hoy ocupa y supone, tanto de pensamiento como de obra, casi la totalidad de mis días. Pero no es el único. Mi padre, que fue el maravilloso y primer hombre de mi vida; mi pequeño sobrino Raúl, quien despertó en mí la protección más dulce, franca y entregada y, por supuesto, ‘El hombre del Renacimiento’, en quien he encontrado el cómplice más honesto, magnánimo y fiel, formarían mi noble elenco masculino. Aunque, por extensión, añadiría algunos actores más que han irrumpido en la escena a lo largo de los años, como mi cándido sobrino Saúl, sobrante de ternura, y su padre, quien agarró mi brazo tembloroso y asustado con cariño y fuerza (en la triste ausencia de mi padre) uno de los días más conmovedores y delicados de mi vida.

Las mujeres, en mi familia y entorno, siempre han sido generalidad. Y un largo repaso incluiría desde amigas ‘recuperadas’ de la infancia a compañeras de breve pero intenso recorrido; deteniéndome, sin dudas, en mi abuela (a la paterna casi no la conocí), mis tías y primas, que me han amado tanto. Sin embargo, los papeles protagonistas los tendrían ellas: mi madre, con ese olor tan suyo, esa suavidad en el tacto y su sacrificio constante; mi hermana, quien con su determinación y sabiduría es el pilar al que me prendo cuando atisbo algún vacío;  y mi risueña, alegre y vivaz sobrina Manuela, que se ha convertido con su graceja y desparpajo en la alegría de esta casa.

Ellas tres cumplen años este mes y, después de lo sufrido compartido, de las varias y contundentes sacudidas que acumulamos y las pérdidas que, paradójicamente, sumamos en la columna de haberes, he cultivado la celebración de sus abriles -y biografías- como preciada dádiva.

Y es que, aunque lo popularizado es la expresión de ‘el hombre de mi vida’, entiendo que, hoy más que nunca, hay que reivindicar, desde el género femenino, el papel de las mujeres de nuestra vida. Entonemos juntas, lejos de cualquier otra polémica: ‘Paremos la ciudad, sacando un pecho fuera al puro estilo Delacroix’. Y es que en esta relación de iguales, de sostén recíproco y solidario, yo veo tantísima belleza. Somos, sois, “raíces y alas”, como escribía Juan Ramón Jiménez, “Que las alas arraiguen y las raíces vuelen”.

Todo sobre mi madre

A ella no le gusta nada que la ‘saquemos’ en Facebook, tampoco hacerse fotos en exceso. Sin embargo, y pese a todo, mi hermana y yo no podemos resistirnos a filtrar alguna de sus instantáneas o comentar alguno de sus grandes momentos, porque madre no hay más que una y la mía es estupenda.

Nunca ha ido de protagonista, pero en su discreto segundo plano ha sido siempre la estrella. Es el sostén de la familia, el apoyo de cada miembro y el ejemplo en el que todos intentamos mirarnos aunque no alcanzaremos nunca a parecernos. Puede resultar frustrante perseguir este modelo, pero por el contrario ha sido motivador crecer manteniendo el pulso con semejante exigencia. Es responsable de lo que hoy somos y lo que algún día seremos. Ha sabido preservar tanto su lugar como su independencia pese a ponerse la última en todo. Entregada como hija, esposa, madre y abuela ha dejado y deja en nosotros su poso, su legado y su esencia. Suyos son nuestros mejores valores y sentimientos. Nunca supo decir que no, aunque en algunos casos le cueste algún que otro reniego.

Mi madre nos da lecciones cada día sin pretenderlo. Ha sido constante y tenaz frente al sufrimiento, ganando la batalla incluso al triste desconsuelo. No le han asustado los grandes retos y pese a su delicado aspecto ha demostrado ser fuerte también en los peores momentos. Su integridad y rectitud la han convertido en referente moral de los que estamos cerca, siendo la persona a la que pedimos consejo. Es capaz de trabajar diez horas al día, mantener la casa en orden, cocinar para ella y para un regimiento –no olvida guardar algún tupper para los que estamos fuera –, cuidar de mi abuela y, por supuesto, atender a sus nietos.

Con ellos, con los dos pequeños, ahora la estamos redescubriendo. Nos hemos sorprendido al verla desfilar al ritmo de ‘La Serafina’, canción popular que se estila en mayo en nuestro pueblo; tocar el violín con una bandurria adaptada como acompañamiento en un improvisado concierto; y hasta participar en carreras de coches arrastrada por el suelo. ¡No pone límites por sus nietos!

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Es capaz de hacer la mejor tortilla de patatas sin apenas esfuerzo, por no hablar de sus famosa ensaladilla rusa o sus sopas calentitas en invierno. Pese a que nunca fue muy amiga de las nuevas tecnologías ha sabido adaptarse a los tiempos, y tras dominar el whatsApp ha hecho, sin éxito, sus intentos con el Facebook. Su determinación al charlar a veces está reñida con su entendimiento, pues habla ‘para adentro’; incluso sola en algunos momentos. Y pese a todas sus virtudes, es humilde y modesta hasta la exasperación. Por no presumir, no presume ni de hijas; que de nietos sí.

Celosa de su intimidad, espero que me perdone este atrevimiento, pero entendía necesario que supiera lo mucho que todos la queremos.

(Las fotos son de las escapada a Alicante que hicimos en familia, con la excusa del concierto de mi cuñado con Estrella Morente, para el Día de la Madre)