Desamor

Sentirse roto por dentro. ¡Ay! Y es que no hay edad a la que el desamor no duela. La única diferencia entre una ruptura sentimental de adolescencia y las que disimulamos los que ya andamos cercanos a los 40 –y siguientes –es la certeza de que el dolor, por agudo y ahogado que resulte en ese momento, pasará.

Porque en esto, también, la experiencia es un grado. Como cantarían Bunbury y Nacho Vegas en ‘El rumbo de tus sueños’: “Y ahora tengo las arterias llenas de etcéteras y un corazón espartano”. Sin embargo, como dicen, hay que pasarlo.

Y es que por estoicos que tratemos de ser, las despedidas siempre lastiman y uno no puede acostumbrarse, por más rupturas que coleccione, a perder lo que se quiere. Diecinueve días y quinientas noches tardó el mismísimo Sabina en “aprender a olvidarla” y eso que sus amantes decían que “antes el malo era” él.

Los que, además, somos unos románticos –en el sentido más rockero de la palabra –lo sufrimos de un modo más agudo aún, permitiéndonos y regodeándonos en una melancolía quizás un tanto pueril; pero cuya intensidad, ardor y virulencia, sin embargo, es lo único que vuelve a dar sentido a nuestra existencia, mudando emoción por emoción.

De este modo, pasamos entonces a subsistir en el recuerdo. A recrearnos en lo que vivimos, atesorando y entreteniéndonos en aquello que aún poseemos de lo que un día fue. Creando una relación enfermiza entre pasado y presente que no permite el paso al futuro; pero que, una vez más, nos consuela de algún modo.

Sin embargo, nuestro espíritu novelero nos facilita también, con el tiempo, quedarnos con lo bonito. Disfrutando con morriña pero sin tristeza de aquellos recuerdos, libres ya de toda aflicción. Volviendo a las composiciones del autor zaragozano, en ‘Lady Blue’, en la que canta el fracaso de su propio matrimonio, lo relata tal que así: “Y ahora todo es mejor. La lluvia de asteroides ya pasó. No fue para tanto. Y desde aquí todo es insignificante, nada es tan preocupante. El espacio es un lugar tan vacío sin ti”.

Es entonces, y no antes, cuando estamos dispuestos a volver a ‘querer querer’, conscientes del privilegio de almacenar relaciones bellas. Aunque duelan. Aunque se acaben. Porque son la antítesis a los rollos de poca trascendencia, encuentros pasajeros o relaciones tóxicas y/o anodinas que coleccionan la mayoría.

Porque el desamor duele pero es la prueba incuestionable de haber amado.