
A nuestra vuelta de la costa del sur de Francia, este verano, paramos en Madrid para que el trayecto no resultase tan largo y tedioso a nuestro pequeño. Madrid, siempre Madrid. La capital se ha convertido en uno de nuestros eternos lugares de parada y no por ello dejamos de disfrutarla. Cada visita supone una experiencia enriquecedora. Y me consta que no es algo propio y exclusivo, sino que le ocurre a mucha gente. Es de esas ciudades tan vivas que siempre tienen algo que ofrecerte.
En cada nuevo encuentro con la urbe se repiten, de forma alterna, dos rincones, para nosotros casi sagrados: El Museo del Prado y el Museo Sorolla, en los que las horas nos resultan tan fugaces y efímeras. En la última visita a la gran pinacoteca centré mi atención en el Goya más oscuro, apreciando con detalle cada obra y cada referencia de la etapa más tenebrosa del último gran maestro antiguo y, posiblemente, primer pintor moderno (como muchos denominan).
Por otro lado, en la casa-museo que el pintor valenciano tiene en la calle General Martínez Campos disfruté, hace un año, de la grandeza de ‘Sorolla en pequeño formato’ y, en esta ocasión, de ‘Sorolla en Negro’. Tengo que reconocer que me impactaron muchísimo sus lienzos grises, estando más acostumbrada a sus coloridos paisajes y sus luminosas tardes de playa.
Pero si algo me asombró por encima de todo fueron los elegantísimos retratos en gris oscuro de su esposa Clotilde, quien fuera su gran musa. Siempre ataviada con exquisitos modelos de la época rematados con elegantes accesorios y sobrias joyas. En cierto modo, me identifiqué con aquella sobria elegancia.
Son públicas, además, las cartas que el matrimonio se intercambiaba durante las estancias fuera del hogar del pintor, en las que se recoge tanto el cariño que existía entre la pareja como el pilar que suponía la esposa en el trabajo y el desarrollo de la carrera del artista. Por lo que su figura siempre me despertó bastante interés; también alentada e influida por la fascinación que ‘El Hombre del Renacimiento’ ha sentido siempre por Sorolla y el mundo que le rodeaba.
Tal es así que, de forma totalmente sorpresiva –como ocurre con los buenos regalos-, esta última visita a Madrid se cerraba el mes pasado con un maravilloso broche, con motivo de mi último cumpleaños, réplica de una pieza con la que el artista dibujó a su más retratada modelo.
“Estaba de negro, como siempre, porque creía que de negro siempre se estaba bien, y que esto es lo más distinguido”, Marcel Proust, ‘Por el camino de Swan’.