
Casi a las diez de la noche me siento a escribir el jueves este artículo que saldrá publicado el sábado. Siempre al límite. Así es mi vida desde que soy madre. Lo hago pensando en las fechas que hemos estado celebrando y, no sé si será por las horas o por el cansancio acumulado, he de confesar que últimamente siento cierto hartazgo. Comulgo, sin reparos, con la conmemoración del 8 de Marzo porque, como venimos escuchando, es importante la visibilización de un problema para superarlo. Sin embargo, estoy cansada de discursos y reivindicaciones; estoy cansada de justificaciones y defensas. Quizás esto no sea del todo políticamente correcto pero creo que en este supuesto es muy fácil incurrir en intervenciones estereotipadas cargadas de palabras huecas y obviedades que consiguen resultarme molestas y, hasta, groseras. Sinceramente pienso que continuar insistiendo en afirmaciones evidentes sobre nuestras capacidades hace que las mismas suenen casi a excusa o justificación.
Ha hecho más la ampliación de la baja por paternidad en la igualdad real en mi vida que los discursos y proclamas que machacan con la equidad entre sexos. Como he dicho, creo que no es el momento de las palabras (que fueron eficaces y necesarias cuando poco más podía hacerse) sino de los hechos. La discriminación por género a nivel social, laboral y familiar es una evidencia que tiene en la violencia de género su cara más siniestra pero que lastra sigilosamente las carreras y aspiraciones de muchas mujeres. El techo de cristal, la diferencia salarial, las dificultades para conciliar… estos son los verdaderos problemas. No se trata de reiterar nuestra igualdad o capacidad, que hoy día no se cuestiona, sino de facilitar las herramientas y condiciones para que las podamos desempeñar. Además, creo que en todo esto hay dos grandes perjudicadas por encima de las demás: las madres, a las que injustamente se les cuestiona su solvencia para trabajar, y las jubiladas sin cotizar, con un sistema de pensiones que las castiga como si no hubiesen hecho nada por esta sociedad.
Es por eso que tras este año atípico, falto de pancartas y proclamas, la lucha debe centrarse en hechos y actuaciones –desde las administraciones públicas hasta el ámbito más personal -a favor no de la igualdad, pues esto es un principio, un derecho y un valor axiomático, sino por exigir y ofrecer las condiciones para que ésta se pueda ejercitar y practicar. Yo tengo la suerte de trabajar en un entorno rodeada de mujeres, madres y ‘jefas’ que, junto a hombres cómplices, permiten y facilitan que ejerza a la vez y de forma eficiente de periodista y mamá.