Que la vida iba en serio…

Tras meses de ausencia e intentando retomar este espacio, más de entretenimiento y crecimiento propio que ajeno, vuelvo a escribir. Este verano, además, me he atrevido a iniciarme en el relato, sin pretensiones ni aspiraciones, solo con la intención de seguir expresándome y contando cosas. Éste es uno de los intentos, un intento que revela un poco más de mí. 

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«Sin poder concentrarse, con el folio aún en blanco, venían a su cabeza memorias del pasado. Recuerdos de una juventud que forjaron un carácter y un temperamento determinado. Una personalidad que la había llevado y la sumía, en muchas ocasiones, en la constante exigencia y el inconformismo imperecedero. En la ansiedad por vivir, experimentar y acumular más de lo humanamente posible en su listar de haberes. Ese tipo de haberes que sólo uno puede llevar consigo tras el último aliento. Era tremendamente consciente de lo frágil de su existencia, pues desde su infancia había convivido y crecido con la enfermedad de un padre que le recordaba, casi a diario, que es más fácil dejar de existir que seguir haciéndolo. Y que nuestra vida, lo más valioso que tenemos, está en las manos ajenas de un destino que ni controlamos ni conocemos. Esa quebradiza presencia que momentáneamente la atormentaba, también la había convertido en alguien singular, inusual y especial para aquellos con los que ‘tropezaba’. Pues todo tenía el dramatismo y la intensidad del último momento, pero nada era tan dramático como para angustiarse por las consecuencias, pues no serán eternas. Resultaba imposible no quererla y temerla. Temer que entrase en tu vida y que ya no fueses capaz de sacarla.

Entre esos recuerdos de otros tiempos, recuperó el día en el que leyó aquellas palabras por primera vez:

 

“Que la vida iba en serio

uno lo empieza comprender más tarde

como todos los jóvenes, yo vine

a llevarme la vida por delante”.

 

Al salir del metro, subir desde el andén y levantar la cabeza. Ahí estaban, como una declaración de intenciones. Jamás olvidaría aquel momento, y aquellas palabras de Gil de Biedma que durante 5 años releería a diario intentando encontrarles un nuevo significado.

Siempre andaba buscando… se nutría no sólo de lo que era protagonista, sino que desvalijaba las emociones y experiencias de cualquiera dispuesto a satisfacer su deseo. Exprimía cada persona y cada momento en su búsqueda de la felicidad intermitente».