Escribo este artículo en el tren de vuelta de mis vacaciones, pues son siete horas de viaje las que tengo por delante y, como imaginarán por alguno de mis artículos anteriores, si hay algo que no me gusta es perder el tiempo, o tener la sensación de estar haciéndolo, con lo que he elaborado una lista de tareas, que trato de cumplir -si las voces de dos parejas recién atracadas de un crucero por el Mediterráneo durante el que parecen haber acabado con las existencias de ensaimadas de Mallorca y que aún llevan la fiesta en el cuerpo, me lo permiten-. Así, para comenzar, les voy a hablar de Mónica, tocaya mía, que fue nuestra guía en una de las excursiones que realizamos en Praga. Leonesa de nacimiento, lleva bastantes años viviendo en esta ciudad con su familia: esposo, hijos y nietos, y pese al tiempo aún lamenta la falta de sol de este país (República Checa), pero celebra la buena cerveza de la zona, de la que he sido testigo, y la belleza de rincones como el Puente de Carlos, también para mí una de las estampas más bonitas del mundo; por algo he elegido por segunda vez esta ciudad como destino para una escapada. Una mujer de ideas claras, a la que le gusta el mando, como ella misma reconocía: «lo mío es gobernar», refranera y con un don especial para contar las cosas. Es más, con una voz, un tempo y cadencia muy similares a los de la grandísima Rosa María Calaf.
Entre las explicaciones y aclaraciones históricas y culturales del tour aprovechaba para darnos alguna que otra lección aún más interesante si cabe que las propias de su tarea. Lo primero que recordó a la subida del autobús, haciendo uso del refranero local, fue que nunca están tan mal las cosas como para que no puedan ponerse peor, con el objetivo de evitar las quejas de los ‘excursionistas’ por las elevadas temperaturas que, en contra de todo pronóstico y superando hitos históricos, registraba el país en los últimos días.
Así, en una no poco pronunciada subida por una de las calles de los principales palacetes de Karlovy Vary, en los que fijaron temporalmente su residencia Chopin, Mozart, Goethe o el zar ruso Pedro ‘El Grande’,entre otros, y haciendo referencia a la gran variedad y gamas de colores con los que estaban enlucidos los mismos: salmón, hueso, azul pastel… Subrayaba la sorprendente incapacidad masculina para reconocer y diferenciar los diversos tonos. «Por las mañanas, y cuando una más prisa tiene siempre temo el momento en el que, mientras acabo mi café rápidamente para salir corriendo y evitar precisamente dicha situación, se escucha esa vocecita que viene desde el fondo del pasillo, del cuarto de baño: ‘¿qué me pongo?’. Como si no tuviéramos suficiente con elegir nuestra indumentaria, tenemos que diseñar también su look del día. Pantalón marrón, camisa de rayas, calcetines en la misma gama y zapatos y cinturón también de este color, respondo yo. Y diez minutos después, aparece por la puerta con camisa verde y pantalón gris. ¡Además de todo, daltónico!».
Las mujeres, que éramos mayoría en el grupo en ese instante, sonreíamos mirando a los respectivos (la mayoría de los cuales venían por detrás ajenos a la conspiración femenina) y diciéndonos a nosotras mismas: «Son todos iguales», con cierto alivio al descubrir aquello de mal de muchos… Y es que está es una de esas pequeñas cosas de la convivencia.
Es curioso, pero cierto, que hay escenas que se repiten jornada tras jornada en muchísimos hogares y que, aunque no hay dos personas iguales, existen patrones de comportamiento que quizás nos ayuden un poco a entendernos los unos a los otros y a convivir, porque si aún así nos cuesta, imagínense que actuásemos todos de forma siempre diferente. ¡Menudo tropel!
Al igual que ocurre con la escena del modelito que comentaba Mónica, la guía, son muchas las situaciones que se reproducen en pareja en cualquier parte del mundo: «El grifoooooo», mientras te duchas y abren el agua o tiran de la cadena provocando que te escaldes la piel o, en el mejor de los casos te congeles. «La luuuuz», cuando vas por la casa apagando interruptores al paso del otro -aunque tengo que reconocer que en mi casa soy yo la que va dejando todo encendido. «Papeeeel», porque el ultimo nunca repone.
Y es que «son como niños», continuaba diciendo, «aquí dicen que las mujeres se casan por tener alguien con quien jugar cuando los hijos se hacen grandes». Y probablemente a los checos no les falte razón, pero qué hay más divertido que vivir jugando…