¿Y ahora quién quita mi árbol de Navidad? ¿Quién? Estoy segura de que muchos de vosotros os estáis haciendo la misma pregunta ¿O me equivoco? Y es que cuando llega el 1 de Diciembre a todos nos invade un repentino espíritu navideño que nos arrastra a comprar de forma compulsiva adornos, lucecitas y arbolitos de Navidad que ‘ocupan’ nuestros hogares durante el último mes del año y los primeros días del que comienza. O al menos esa es la teoría, porque, sed sinceros, ¿cuántos de vosotros habéis ‘desmontado’ ya El Belén? Reconozcámoslo, que pereza da… y que lejos queda el buen rollo que sentías al mirar ese arbolito, el mismo p… arbolito que ahora deseas que desaparezca de tu vista sin dejar rastro.
Yo creo que aquello de ‘hasta San Antón Pascuas son’ lo inventó alguno para retrasar o, al menos, justificar el retraso en el proceso de desmontaje del kit navideño. Confieso que yo, mientras escribo estas líneas, miro mi arbolito en el rincón, ya apagado e indefenso, y no puedo más que adherirme a esta firme corriente en favor de alargar la vida a los adornos navideños. Sí, lo reconozco, por gandulería, pero ¿es que acaso no es esta una razón más que suficiente? Y es que para montarlos no ponemos tantos ‘peros’, sin embargo ocurre como con todo en la vida, una vez que lo hemos disfrutado pasa a ser una carga.
Sinceramente pensé que este año no iba a sucumbir a los encantos del espíritu navideño ya que con tanta mudanza había dejado en el camino o perdido todos los enseres de camuflaje roji-verdes, por lo que quien evita la tentación evita el peligro. Y así, pasaba el puente de La Constitución, que parece haber sido instaurado premeditadamente en los calendarios laborales para tal efecto, sin una sola guirnalda o lucecita en casa. Sin embargo, aún no podía cantar victoria. El 21 de Diciembre, a sólo un día de otra fecha clave en adviento: el día de ‘El Gordo’ de Navidad’, flaqueaban mis fuerzas y después de varias horas de compras volvía a casa con mi arbolito y mis fantásticos adornos estilo nórdico. Y tan contenta, claro. Aunque debo reconocer que lo mejor de todo fue la inauguración, con una botella de Champagne y buena música sonando de fondo en una fiesta bastante privada… ¡Y no digo más!
Pero, ¿y ahora qué? ¿Quién quita el arbolito, las luces, el belén y el resto de cachivaches? Tengo el arbolito en mi salón, la casa llena de velas y a los Reyes Magos en una balda de mi cocina. Sí, en la cocina. Es que hemos vuelto a la rutina y en el ‘living room’ molestan… Cinco son multitud.
¿Y los kilos? ¿Quién los quita? ¿Y las resacas? ¿Y los números rojos en la cuenta? ¿Y las caras de buen rollo y la amabilidad dónde se han quedado ya? ¡Que podo dura el espíritu navideño! Y es que el resumen de la post-fiesta puede ser: más kilos, la casa llena de chismes, las resacas y la banca rota. Y encima todos como locos intentando comenzar el 2015 de forma ejemplar apuntándonos al gimnasio o saliendo a correr, comenzando cualquier dieta depurativa para limpiar los excesos, ¿cuántos de vosotros habéis cenado ensalada?, iniciando la lectura de un libro, o al menos acomodándolo en la mesita de noche para tener buena perspectiva de éste mientras cogemos el sueño… Incluso yo, que soy anti-propósitos, me he propuesto hacer todas las mañanas la cama antes de irme a trabajar porque leí en algún ridículo artículo que era una gran forma de comenzar el día porque iniciabas la jornada con un proyecto cumplido… ¡Vaya tontería! Pero ahí estoy yo… Y todo por culpa de la ‘maldita’ Navidad, aunque ya estoy contando los días que quedan para la siguiente… ¡Como somos los humanos!