Amos de Casa

117HContra todo pronóstico, han sido varios los caballeros que a lo largo de esta semana me han trasladado su conformidad con mi artículo de la semana pasada en el que describía cuan duro puede resultar, en ocasiones, el día a día de una mujer trabajadora con sus interminables listas de tareas profesionales, domésticas y familiares. Bien es verdad, que su apreciación más destacada coincidía con un ejercicio de autocrítica propio en el que reconocía algo así como que la ausencia de responsabilidad doméstica en el género masculino es directamente proporcional al celo y la incapacidad de delegación femenina. ¡Que les gusta a los hombres un mea culpa de la mujer.

Así, aunque me gustaría poder contar otra historia, la realidad es que, aunque siempre hay excepciones, muchas de nosotras somos parte y causa en el desequilibrio del reparto de tareas en casa. En primer lugar, por una cuestión sociológica los hombres de mi generación (nuestra generación) y anteriores han nacido, crecido y vivido en un entorno doméstico en el no sólo no era propio, sino que incluso no estaba bien visto, que los hombres ayudasen o colaborasen con los quehaceres. Y eran las madres las que alejaban a los hijos varones de la cocina. Todavía guardo en mi memoria como mi abuela, de 92 años, montaba en cólera cada vez que mi padre intentaba tan sólo poner a calentar la comida en el fuego a la espera de que mi madre volviese de trabajar. Para ella es inconcebible que un hombre pueda intervenir en la cocina, aunque la mujer tenga que solapar una guardia de 12 horas con la rutina doméstica.

Afortunadamente, los tiempos están cambiando y los chicos cada vez son más participes de los trabajos domésticos, sobre todo en aquellos casos en los que han vivido fuera de la casa familiar y han tenido que aprender a la fuerza. Sin embargo, nosotras continúanos cometiendo errores imperdonables en la convivencia de pareja que desembocan en hábitos y costumbres difíciles de modificar, ya que resultan cómodos para ellos. Esto se debe (como adelantaba la semana pasada) en gran medida a nuestra inclinación y querencia por controlarlo todo.

Así, reconozco que muchas veces prefiero hacer yo las cosas de primeras por no:

  1. ‘Perder’ el tiempo indicando qué es lo que tiene que hacer y cómo quiero que lo haga.
  2. Repasar, corregir e incluso rehacer lo hecho porque no está como a mí me gusta o como yo acostumbro a realizarlo.

Y, además, estoy segura de que muchas os sentís identificadas con esta afirmación. Visto así nos parece trabajo doble, pero no nos engañemos es un autoengaño del que ellos se aprovechan.

¿Cuántas veces habéis mandado a vuestra pareja a la compra y a la vuelta le habéis regañado porque los macarrones no son la marca que vosotras compráis? ¿En cuántas ocasiones habéis acabado quitándoles la fregona, escoba o aspirador de las manos porque no lo estaban haciendo bien, para terminar el suelo vosotras? ¿Y los platos? ¿Cuántas veces habéis acabado de fregarlos tras cientos de indicaciones y recriminaciones a sus esfuerzos? Por todo esto creo que nosotras también nos lo debemos hacer mirar.

Con esto no quiero eludir la responsabilidad que ellos tienen en su compromiso con las tareas del hogar, pero quiero ser justa y no cargarles todo el peso de la culpa, ya que reconozco que en muchos casos cercanos y en el mío propio nosotras también contribuimos en esto. Esta claro que ellos, por regla general, se comprometen menos con las tareas domésticas pero nosotras debemos aprender a delegar y relajarnos con el perfeccionismo para contribuir en convertirlos en buenos amos de casa… porque ¡Hay que ver qué sexys están en delantal!

Vamos a contar mentiras…

IMG_2031“Yo le quería decir la verdad por amarga que fuera, contarle que el universo era más ancho que sus caderas. Le dibujaba un mundo real no uno de color de rosa, pero ella prefería escuchar mentiras piadosas”, que decía Joaquín Sabina. Y es que no sólo es cierto que todos decimos alguna que otra mentira piadosa, ausente de malicia alguna por supuesto, porque siendo prácticos en ocasiones es mucho más sencillo adulterar la verdad y mantener el clima de paz y cordialidad que sincerarse y acabar con las buenas relaciones; sino que además en ciertos momentos preferimos seguir viviendo en la ignorancia y… ser felices. El “miénteme” y, sobre todo, el “te dejo que me mientas” resulta más cómodo también para nosotros.

¿Cuándo empezamos a mentir? Porque de niños, en la más tierna infancia, no mentimos. Ni sabemos ni entendemos el valor de la mentira. Sin embargo, es cuando comenzamos a socializar cuando encontramos esta astucia del lenguaje útil para nuestra supervivencia. Es por esto que resultan completamente instintivas. Un “yo no he sido” puede resultar tan espontáneo o primitivo como el salir corriendo ante un peligro, y tan eficaz, te va la ‘vida’ en ello.

Las mentiras piadosas no se dicen por el hecho de mentir por mentir, sino que resultan el mal menor, sin hacer daño ni herir a nadie. Algunas, de hecho, no son ni mentiras, sólo se omite parte de la verdad, por lo que no se pueden considerar ni siquiera farsas. Algunas mentiras salvan relaciones (ya sean personales o profesionales), otras evitan disgustos o broncas monumentales y las hay que se pueden considerar la ‘buena acción’ del día.

Mentimos en el trabajo:

  1. Te llamé pero me salía apagado.
  2. Me pongo ahora mismo con lo tuyo…
  3. Lo tenía apuntado en mi agenda (cuando realmente ni te acordabas de la cita).
  4. Se habrá ido a la bandeja de SPAM.
  5. Has estado mejor que el año pasado (al jefe en la cena de empresa de Navidad).
  6. Lo tengo todo bajo control.

Mentimos en sociedad, familia y con amigos:

  1. ¡Que bien te sientan los años! O la versión: ¡Estás igual que siempre! Cuando te encuentras con alguien que hace mucho que no ves.
  2. Estaba todo riquísimo pero estoy llena.
  3. La mesa estará lista en cinco minutos (en un restaurante).
  4. Tú no eres tonto, hijo, es que el maestro te tiene manía.
  5. ¡No agente… no me había dado cuenta de lo rápido que iba!
  6. ¡Ni te había visto! En un ‘encontronazo’ incómodo.

Y en pareja:

  1. No eres tú, soy yo. La más obvia.
  2. Si quieres podemos ser amigos.
  3. No, no importa… Mentira. Siempre importa.
  4. Cariño te he echado mucho de menos (tras un fin de semana de juerga con amigas).
  5. No me pasa nada.
  6. ¡No te va a doler!

Las mentiras piadosas son tan inofensivas. Y algunas, no me lo negarán, tan necesarias. Hay incluso quienes ejercen el engaño como una clase de talento, aunque éste no será mi caso que se me pilla antes que a un cojo, como suele decirse, pero no por eso cejo a veces en el intento. Si hasta Pinocho, que acusaba físicamente los efectos de sus farsas, la practicaba, que no haremos los demás… que como mucho ésta enrojece una pizca nuestras mejillas.

Y es que en la vida “aprendí que en historias de dos conviene a veces mentir, que ciertos engaños son narcóticos contra el mal de amor”.

Noches de desenfreno mañanas de ibuprofeno

IMG_0976La noche acabó con un pequeño ‘paseíto’ por un céntrico parking de la ciudad, plantas para arriba y plantas para abajo, probando suerte para dar con nuestro vehículo:

  • “Está en la segunda planta”.
  • “No. Será en la tercera. No pensaba que hubiésemos subido tanto, pero…”.

En la tercera tampoco tuvimos suerte.

  • “¿Y si es la primera?”

Pregunté yo, que no estuve presente a la llegada, pero intuí que si no daba una solución rápida podríamos estar subiendo pisos hasta el ‘tejado’. Ét voilà’ por fin pudimos poner rumbo a casa, después de que encargado del aparcamiento, nos espetase a la salida: “Os he visto por las cámaras de seguridad en todas las plantas, ¡Eh!”, con una sonrisa de medio lado en el rosto. La verdad que quien conducía en este caso no iba bajo los efectos perniciosos del alcohol, al menos no en exceso. Pero, como diría mi madre, tal era la ‘juguesca’ que llevábamos en el cuerpo que éramos incapaces de encontrar nuestra particular aguja en el pajar.

Este fue el final de la noche, pero el transcurso, como imaginaréis, tampoco deja que desear. No revelaré nombres, porque podría resultar un poco ‘bochornoso’ para algunos protagonistas, pero entre caña y caña, vino y vino, y copa y copa fueron unas cuantas las divertidas anécdotas de pareja de las que fui testigo. Tanto es así, que decidí apuntarlas en la aplicación de notas del teléfono para ir relatando algunas en esta columna de vez en cuando. Y es que justo la noche anterior, uno de los comensales de la cena, había salido de juerga regresando a casa ya entrada la mañana, con lo que durante la velada le tocó encajar algunos reproches maritales propios de estas escenas. Y si lo contemplamos fríamente, y sobre todo si lo vemos desde fuera, porque cuando nos ‘la hacen’ a uno la perspectiva cambia, la visión era bastante cómica.

El afectado en cuestión contaba como había sido una cita casi obligada:

  • “Mi amigo se lo merecía”.

Argumentaba. Amparándose en que atendía a la petición de ‘ayuda’ de un colega que estaba en la ciudad por un par de días y necesitaba compañía. Algo con lo que su mujer también convenía, pero quizás no tanto con las horas… El caso es que ella, se defendía diciendo que no había podido dormir hasta su llegada, pero que aunque así hubiese sido, encima él siempre la despierta.

  • “Y eso que voy de puntillas por toda la casa”.
  • “¿De puntillas por toda la casa? Pero si te oigo desde cuando bajas del taxi, hablando con el conductor, cuando coges el ascensor y, si aún dormía, es imposible no despertarse con el jaleo de llaves que formas en la puerta. Si a eso le sumas las escaleras que son de madera y chirrían y tus ‘escapadas’ de la cama recién acostado para beber agua o comer algo…”.
  • “¡Hombre si te pones así…!”.

En defensa propia, la afectada, recordaba como en una de esas visitas a la cocina (con toda la habitación a oscuras) oye como se levanta y con las dos manos al frente busca a tientas la puerta, con la mala fortuna que es con el armario empotrado con el que se encuentra, y entendiendo que esa era la salida comienza su batalla con las puertas del mismo intentando salir del dormitorio… Todo esto, claro, ante la atenta mirada de la mujer que contempla la escena desde la cama.

  • “Así lo dejé un buen rato, hasta que di la luz para que pudiera salir”.

Y es que, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra –aunque reconozco que en mi casa, el trasto soy yo –. Ahora también imaginaréis como amanecimos todos…

De solteras y casadas

IMG_5430Todos hemos tenido alguna amiga con el pelo rizado que siempre ha querido tenerlo liso. O una con el pelo lacio cuyo deseo era tenerlo ondulado. Pues todo en la vida es eso: el alto quiere ser más bajo, y el bajito daría lo que fuera por unos centímetros más; los morenos quieren ser rubios, y los claritos, más oscuros; las chicas con poco pecho quieren más delantera, y las que tienen en abundancia envidian a las planitas. El caso es que, nunca estamos contentos con lo que tenemos. Parece ir ‘de serie’ en el género humano.

En la situación concreta de las mujeres, porque es lo que soy, y puedo hablar con más criterio –aunque a través de las experiencias, comentarios y confidencias de mis amigos del género masculino, creo que podría estar también acreditada para teorizar sobre lo que les ocurre a ellos –en los grupos de féminas siempre hay dos bandos que se codician, ansiando y aspirando las condiciones del contrario, unas veces de forma evidente y otras un poco más velada: las solteras y las casadas. Nos posicionamos unas frente a otras como si nuestra condición fuese completamente antagónica, cuando no es más que una característica más de nuestras vidas. Tal puede ser la rivalidad entre ambas que en ausencia de las solteras, las casadas critiquen la vida alegre de éstas, cuando es más envidia que reproche. Y si son las ‘singles’ las que cuchichean desprecian la rutina aburrida y monótona de las otras, cuando añoran el ‘calor del hogar’ de las primeras. ¡Qué equivocadas estamos todas! Tanto la soltería como la vida en pareja tienen cosas fantásticas y otras que no lo son tanto, lo importante es aprender a vivir con lo bueno y lo malo de nuestro estado civil.

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En el caso de las singles podríamos apuntar en la lista de ventajas:

  1. No tienen que ‘ajustar’ horarios con nadie para hacer planes de fin de semana o vacaciones. Su decisión es la única que cuenta. Y su palabra, la última.
  2. Tienen acceso a un amplío mercado masculino que a las que tienen pareja le está vetado.
  3. En su vida, no existe la suegra.
  4. El mando, es suyo. Se ahorran la discusión nocturna sobre qué ver en televisión: series o fútbol.
  5. No saben si es temporada de Liga, Champions o Copa del Rey. En sus vidas, el fútbol no existe.

Pero también tienen sus contras:

  1. Nadie te lleva el desayuno a la cama.
  2. No puedes echar la culpa al otro. Ni pagar el cabreo del trabajo con nadie.
  3. ¿Quién baja la basura?
  4. Tienes que avisar a la vecina para que te ayude con la cremallera.
  5. Te toca aprender a hacer agujeros en la pared, desatascar las tuberías y ponerle agua y líquido parabrisas al coche.

IMG_3408En cuanto a las casadas, los pros:

  1. En invierno es genial cuando alguien te calienta las sábanas.
  2. Cocinar para dos siempre es mejor que hacerlo para uno.
  3. Puedes mandar a alguien a hacer tus recados, cuando no tienes ganas de salir de casa.
  4. Tienes un estilista en casa que te ayuda a elegir modelito, siempre que tenga algo de gusto.
  5. Mejora la economía al compartir gastos.

Y las desventajas:

  1. Todas las decisiones tienen que someterse a votación, criterio y valoración de todas las partes, con lo que resulta agotador elegir.
  2. Las sesiones de control de la ‘oposición’.
  3. Tener que ir al baño con la puerta cerrada.
  4. Aguantar los pies fríos de tu marido en pleno invierno.
  5. Bajar la tapa cada vez que vas al aseo…

Como veis, el que no se consuela es porque no quiere.

Vivir en Pareja I. Reflexiones desde Praga

11800617_10153536702993914_2839146852864480305_nEscribo este artículo en el tren de vuelta de mis vacaciones, pues son siete horas de viaje las que tengo por delante y, como imaginarán por alguno de mis artículos anteriores, si hay algo que no me gusta es perder el tiempo, o tener la sensación de estar haciéndolo, con lo que he elaborado una lista de tareas, que trato de cumplir -si las voces de dos parejas recién atracadas de un crucero por el Mediterráneo durante el que parecen haber acabado con las existencias de ensaimadas de Mallorca y que aún llevan la fiesta en el cuerpo, me lo permiten-. Así, para comenzar, les voy a hablar de Mónica, tocaya mía, que fue nuestra guía en una de las excursiones que realizamos en Praga. Leonesa de nacimiento, lleva bastantes años viviendo en esta ciudad con su familia: esposo, hijos y nietos, y pese al tiempo aún lamenta la falta de sol de este país (República Checa), pero celebra la buena cerveza de la zona, de la que he sido testigo, y la belleza de rincones como el Puente de Carlos, también para mí una de las estampas más bonitas del mundo; por algo he elegido por segunda vez esta ciudad como destino para una escapada. Una mujer de ideas claras, a la que le gusta el mando, como ella misma reconocía: «lo mío es gobernar», refranera y con un don especial para contar las cosas. Es más, con una voz, un tempo y cadencia muy similares a los de la grandísima Rosa María Calaf.

Entre las explicaciones y aclaraciones históricas y culturales del tour aprovechaba para darnos alguna que otra lección aún más interesante si cabe que las propias de su tarea. Lo primero que recordó a la subida del autobús, haciendo uso del refranero local, fue que nunca están tan mal las cosas como para que no puedan ponerse peor, con el objetivo de evitar las quejas de los ‘excursionistas’ por las elevadas temperaturas que, en contra de todo pronóstico y superando hitos  históricos, registraba el país en los últimos días.

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Así, en una no poco pronunciada subida por una de las calles de los principales palacetes de Karlovy Vary, en los que fijaron temporalmente su residencia Chopin, Mozart, Goethe o el zar ruso Pedro ‘El Grande’,entre otros, y haciendo referencia a la gran variedad y gamas de colores con los que estaban enlucidos los mismos: salmón, hueso, azul pastel… Subrayaba la sorprendente incapacidad masculina para reconocer y diferenciar los diversos tonos. «Por las mañanas, y cuando una más prisa tiene siempre temo el momento en el que, mientras acabo mi café rápidamente para salir corriendo y evitar precisamente dicha situación, se escucha esa vocecita que viene desde el fondo del pasillo, del cuarto de baño: ‘¿qué me pongo?’. Como si no tuviéramos suficiente con elegir nuestra indumentaria, tenemos que diseñar también su look del día. Pantalón marrón, camisa de rayas, calcetines en la misma gama y zapatos y cinturón también de este color, respondo yo. Y diez minutos después, aparece por la puerta con camisa verde y pantalón gris. ¡Además de todo, daltónico!».

IMG_0213Las mujeres, que éramos mayoría en el grupo en ese instante, sonreíamos mirando a los respectivos (la mayoría de los cuales venían por detrás ajenos a la conspiración femenina) y diciéndonos a nosotras mismas: «Son todos iguales», con cierto alivio al descubrir aquello de mal de muchos… Y es que está es una de esas pequeñas cosas de la convivencia.

Es curioso, pero cierto, que hay escenas que se repiten jornada tras jornada en muchísimos hogares y que, aunque no hay dos personas iguales, existen patrones de comportamiento que quizás nos ayuden un poco a entendernos los unos a los otros y a convivir, porque si aún así nos cuesta, imagínense que actuásemos todos de forma siempre diferente. ¡Menudo tropel!

Al igual que ocurre con la escena del modelito que comentaba Mónica, la guía, son muchas las situaciones que se reproducen en pareja en cualquier parte del mundo: «El grifoooooo», mientras te duchas y abren el agua o tiran de la cadena provocando que te escaldes la piel o, en el mejor de los casos te congeles. «La luuuuz», cuando vas por la casa apagando interruptores al paso del otro -aunque tengo que reconocer que en mi casa soy yo la que va dejando todo encendido. «Papeeeel», porque el ultimo nunca repone.

Y es que «son como niños», continuaba diciendo, «aquí dicen que las mujeres se casan por tener alguien con quien jugar cuando los hijos se hacen grandes». Y probablemente a los checos no les falte razón, pero qué hay más divertido que vivir jugando…

Con los calcetines puestos

IMG_3055Dicen que en la media está la virtud. Y digo yo que depende. Hay veces que ‘quedarse a medias’ puede ser de todo menos virtuoso ¿no? Y es que yo creo que éste es más bien el consuelo de muchos, o mejor dicho, de tontos porque ya se sabe, mal de muchos… alivio de aquellos que venimos conformando la clase media española, últimamente siempre vinculada a conceptos como pérdida del poder adquisitivo, copago, falta de liquidez y otras lindezas. Eso sí, ahora al menos los tontos consuelo encontramos, porque los males están muy repartidos. No, señores, no; la media no es la virtud. De lo bueno cuanto más, mejor.

Pero al ser humano en general le encanta hacer medias y establecer criterios de clasificación en virtud de un estándar; a los periodistas, en particular, los tantos por ciento. Recuerdo uno de los primeros jefes de redacción que tuve en un diario regional en Cartagena al que le ‘ponían’ sobremanera si estaban en un titular. No olvidaré como atosigaba a mis entrevistados hasta que me daban un buen porcentaje con el que ilustrar mi noticia, el resto era pan comido.

Bien, pues este recuerdo venía a mi cabeza hace unos días cuando a través del comentario de un compañero en Twitter leía el siguiente titular publicado en un diario de Cádiz: “El 53% de los gaditanos hace el amor con los calcetines puestos”. ¡Pedazo de titular de portada que se han marcado con porcentaje y todo! Lo que le hubiera gustado a mi antiguo jefe, pensaba yo. Pero es que la noticia tampoco tenía desperdicio. Esta conclusión, que venía de un estudio realizado por una conocida marca de preservativos, resultaba del todo insuficiente para satisfacer mi curiosidad. Así que acudí a Google para seguir ilustrando mi conocimiento sobre el español medio en la cama.

De esta forma descubrí que una imagen que dista bastante de los cánones estéticos del erotismo estaba mucho más extendida de lo que yo hubiera imaginado jamás. Y eso que vivimos en España, no me quiero ni imaginar cómo se lo ‘montarán’ en Groenlandia. Así, según esta encuesta la mitad de los españoles (el 47%) reconoce haber practicado sexo con los calcetines puestos. Ahora mejor que nunca podríamos decir aquello de ‘ande yo caliente, ríase la gente’. Y paradójicamente, es en el sur, en Andalucía, y más concretamente en Cádiz, como ya hemos dicho, donde más adeptos tiene está modalidad, que estoy segura tendrá tantos detractores como defensores.

Haciendo un ejercicio de empatía brutal y dejando a un lado los prejuicios que pueda tener al respecto, pero sobre todo intentando no visualizar demasiado la imagen, he intentado ponerme en la piel de ambos.

Entre las principales ventajas que se me vienen de forma instantánea a la cabeza para los habituales de este estilo, evidentemente el evitar los pies fríos es una de las primeras; sin embargo, sería insuficiente porque en la mayoría de los casos se limitaría sólo al invierno, y por lo que parece es una moda atemporal.

Si a tu pareja le huelen mal o tiene los pies muy feos –falta bastante habitual – es un remedio evaluable para luchar contra los bajones de libido que esto puede provocar. Así evades sus peludos pies, gigantes uñas e incluso el áspero tacto de la piel de aquellos que no se cuidan. Aunque, para todos ellos, el mejor consejo: una buena pedicura.

No desenfundarse los calcetines también puede servir para los que van con poco tiempo, para los que temen coger hongos, para unas caricias más suaves, para las posturas de pie, para un look más deportivo, para los ‘guiris’, que se ponen calcetines con todo… pero la idea que más me ha gustado es para los fans de Michael Jackson, que pueden rendir homenaje a su ídolo en un momento tan glorioso. Sin embargo, en este caso únicamente valdrían los blancos, rizando el rizo. ¡Que imagen!

Incluso he encontrado un estudio de la universidad de Groening, en Holanda, que revelaría que usar calcetines durante un encuentro sexual favorece hasta en un 30% – otro porcentaje de los que tanto nos gustan- la posibilidad de alcanzar un orgasmo. La clave está en el calorcito y la comodidad que brindan. El descubrimiento ocurrió de forma fortuita ya que, mientras se estudiaba lo que acontece en el cerebro humano durante el orgasmo, se constató que aquellas personas que se negaron a retirar sus calcetines tuvieron mejores orgasmos.

Los tradicionales calcetines que pudieran parecer anti-eróticos escalan así posiciones y se sitúan incluso por encima de la lencería fina en el acto sexual.

¿Os animáis a probar con los calcetines puestos?

“De una vegetariana a una ultracatólica”

“Mo, el mercado está muy mal”. Así me sorprendía esta semana un buen amigo mío mientras compartíamos algunas confidencias entre cañita y cañita en una breve escapada en medio de nuestra jornada laboral, tan necesarias algunas veces. Y digo que me sorprendía porque este tipo de confesiones, hasta ahora, sólo las había escuchado del género femenino; por cierto, con bastante frecuencia últimamente. Así, era la primera vez que un hombre me hacía esta reflexión y la verdad que me dejaba bastante ‘descolocada’. Siempre había pensado que ellos no se planteaban estas cosas, quizás dejándome influenciar erróneamente por la creencia de que ellos son más ‘simples’ y menos exigentes a la hora de ligar. Sin embargo, una vez más descubro, felizmente, que estaba equivocada y que ellos son menos superficiales de como los pintan.

Ya sé que ésta del mercado, no es quizás la expresión más correcta o apropiada, pero creo que describe bastante bien la desesperación que puede alcanzar un ‘single’ –o un soltero de toda la vida –con intención de dejar de serlo que ‘pincha en hueso’ una y otra vez. Nadie dijo que fuera fácil encontrar a tu media naranja y está claro que por el camino uno se encuentra muchos ‘medio limón’ con cierto sabor amargo, lo que desconocía es que era tan generalizado.

En el caso de ellas tengo claro, por ser un tema bastante recurrente en los cafés entre mujeres, lo que reprochan a sus contrarios: falta de compromiso, egocentrismo, poco detallistas, irresponsables, traumatizados por relaciones y fracasos sentimentales anteriores y los que parecen más normales, casados y con hijos. Sin embargo, me despertaba muchísima curiosidad saber cuáles eran los ‘vicios’ del género femenino en el ‘mercado’.

“He pasado de una vegetariana a una ultra católica”- comentaba- “las mujeres se han radicalizado”- puntualizaba- . Como comprenderéis, no sólo mi sorpresa, sino también mi sonrisa fue mayúscula. Su teoría es que llega un momento en el que nosotras optamos por ciertas posturas extremas para posicionarnos que complican la vida a la persona que está a nuestro lado o pretende estarlo: “Yo sólo quiero poder salir a tomar una cerveza tranquilamente sin pensar en lo que me como o me dejo de comer. Creo que no pido tanto”. Esto en el caso de la vegetariano, imaginaos en el otro cuál era su reproche o reivindicación…

Evidentemente que él no pedía tanto, y yo me hacía la siguiente reflexión: ¿Puede que con la edad ellos muestren cierto desapego al compromiso, o que seamos nosotras las que al cumplir años exigimos tales niveles de obligación y responsabilidad que ellos jamás logren cumplir las expectativas? Y que esas posturas radicales a las que alude mi amigo sean nuestras reacciones opuestas a su ‘supuesta’ falta de determinación posicionándonos claramente para demostrar que nosotras sí somos capaces. Lo que a su vez, les desmotiva más aún. Sinceramente, y aunque esto sea tirar piedras sobre mi tejado, creo que aunque estos asuntos son siempre cosa de dos, generalizando –algo que no gusta a muchos –, en un reparto de culpa nosotras salimos ganando.

“Sólo quiero encontrar a una chica a la que le caiga bien”, aseguraba. En un principio me costó entender esta conclusión, ya que doy por sentado que si alguien está contigo es que, al menos, cierto aprecio te tiene. Pero su reflexión era mucho más profunda de lo que aparentaba. No se trataba de una simple cuestión de simpatía o antipatía por el otro. A lo que se refería mi amigo es que quería encontrar a una mujer que no intentase cambiarle y convertirle en un clon que imitase sus gustos, preferencias y dogmas. Una mujer que lo quisiese tal como es. De ahí que mi amigo reniegue de los radicalismos vegetarianos y católicos, porque quizás lo que intentaban eran imponérselos o, al menos, las consecuencias de estas posturas.

Esto me lleva a plantear que quizás algunas de nosotras nos estemos tomando la vida demasiado en serio y eso impida que disfrutemos de ciertas cosas.

Como las lentejas

Como las lentejas, que si quieres las tomas y si no las dejas, son las relaciones de pareja: lo que hay es lo que ves. No quiere decir esto, en ningún caso, que lo que hay no merezca la pena, pero son unas lentejas no un solomillo al foie. Aunque éstas estén riquísimas, que lo están, el problema surge cuando queremos que sean solomillo. Y esto, amigos míos, es imposible. Las lentejas pueden llevar sus patatas, su chorizo, su verdura… pero jamás serán solomillo, por mucho que uno se empeñe. Una puede obstinarse pretendiendo hacer de unas lentejas un solomillo, y acabará comiendo lentejas. Pues con las relaciones de pareja pasa igual, una puede empeñarse en hacer de su compañero un hombre, por ejemplo, cariñoso, pero acabará acostándose con el mismo hombre ‘rancio’ de siempre.

Creo que esto, consideraciones gastronómicas aparte, puede sonar muy radical y, por supuesto, poco romántico, pero es que estoy cansada de ver hombres y mujeres que se ponen una venda en los ojos y pintan su mundo de color de rosa, rosa cursi además, cuando realmente es de color amarillo. ¿Y qué tiene de malo el color amarillo? ¿O el azul? ¿Y el rojo? Todos los demás somos capaces de ver la verdadera tonalidad, pero ellos se empeñan en adulterar los colores, lo que no conlleva más que constantes desaciertos que degeneran en una falta de ilusión crónica, dejando de vivir su vida y, sobre todo, de disfrutar su vida en pos de aquella que les gustaría llevar, y esto funde del rosa al negro, sin tonalidades intermedias. No se trata de conformarse con cualquier cosa, ya sabes: sino las dejas; pero sí de ser realista y aplicar la cordura y el sentido común para esmerarte en el aliño de dichas lentejas y degustarlas en su mejor versión.

Es más, cuando uno deja de pretender que su pareja sea la media naranja que había idealizado empieza a descubrir actitudes y aptitudes que le sorprenden, mucho mejores que aquellas que había apuntado en su lista de ‘compañero ideal’. Es decir, cuando dejas de intentar que tus lentejas sean solomillo empiezas a descubrir sabores y aromas en el guiso completamente seductores, y propios de dicho plato, que hacen las delicias de tus sentidos. Es muy probable que la terquedad por convertir a tu chico –o chica, cada uno que lo aplique al caso –en un hombre romántico te impida ver su versión más graciosa o responsable, por ejemplo, y te convierta en una insatisfecha, cuando además, quizás, la solución esté en tus manos.

Muchas veces, ambicionamos y demandamos en nuestra pareja comportamientos concretos olvidando lo que nosotros estamos ofreciendo. Es más, cuanto mayores son nuestras demandas, menores suelen ser nuestros ofrecimientos. Sin embargo, si uno comienza a dar lo mejor de si mismo, es muy probable que como si de un acto reflejo se tratase, ocurra lo mismo con la persona que tenemos enfrente.

Una vez que uno reconoce y conoce a su pareja es mucho más fácil encontrar la receta perfecta, con las especias, los condimentos y el tiempo de cocción oportuno para saborear el mejor de los menús.

 

¡Buen provecho!

La ‘pornostar’ que llevamos dentro

pin-up-500-20“Vivimos observando sombras que se mueven y creemos que eso es la realidad”, decía José Saramago, haciendo clara alusión al relato platónico de la ‘Alegoría de la Caverna’ narrada al comienzo del libro de La República; pero como en éste, en la vida, las sombras, sombra son, aunque no nos alcance la vista a ver lo que hay más allá.

Esta semana, coincidiendo con el estreno de la adaptación al cine de la novela, ‘Cincuenta Sombras de Grey’ recibía en mi bandeja de correo electrónico un mensaje con el siguiente asunto: “El Señor Grey la recibirá ahora”. Esta claro que no era más que parte de la sobredimensionada campaña de publicidad de la misma, pero me llamó la atención ya que jamás había llegado a mi correo algo similar de ningún otro film. Está claro que ha supuesto un fenómeno de masas, del que una vez más me quedo fuera.

Si Platón levantase la cabeza quizás se ofendería al ver el uso que en este artículo hago de su magnánima obra para hablar del fenómeno literario y, también ahora, cinematográfico, pero ese disgusto, al igual que Saramago, dadas las circunstancias se lo va a ahorrar. Comenzaré diciendo que no he leído el libro, así que en este caso hablo de oídas. Tampoco creo que vaya a ver la peli, no por nada, creedme, sino porque afortunadamente hay en cartel un interesante número de buenos films que aún tengo pendientes. El caso es que la tentación –nunca mejor dicho –, sobre todo en el caso del libro, tenerla la he tenido ya que eran muchas las amigas y conocidas que me lo recomendaban, incluso también hubo algún hombre enganchado que me animó a adentrarme en las ‘perversiones’ sexuales de Grey, pero mi determinación fue más fuerte.

Probablemente os estéis preguntando a qué se debe mi negación a la saga de las sombras… Bien, en primer lugar, simplemente tiendo a huir de aquello que viene clasificado por géneros. No creo en la literatura para mujeres, que tan de moda se ha puesto en los últimos años. Para empezar, porque las mujeres somos las principales lectoras de libros en todo el mundo, con lo que delimitar ciertos géneros para éstas hace flaco favor a nuestra inteligencia. No necesitamos novela rosa para engancharnos con un ejemplar.

En segundo lugar, creo que, en este caso concreto, se trata de una adaptación un poco subida de tono –porque según tengo entendido tampoco da para tanto –de las típicas historias de amor adolescente, y vender esto como literatura erótica femenina es poco menos que un insulto a las mujeres.

En la supuesta novela de sexo y libertinaje, el ‘obsceno’ es una vez más el hombre y es ella quien queda rendida a sus pies dejándose hacer todo cuanto a él le apetece, que, como ya he dicho, tampoco es gran cosa… Ella aparece, una vez más, como una mujer dócil y un tanto inexperta en el arte amatorio y, según las críticas de la película, las escenas más X no pasan de ser clasificada como no recomendadas para menores de 13 años. Sinceramente estoy segura de que cualquier escena casera de sexo diario es más atrevida y sexy que la mejor de las historias de la película.

Nos han vendido, no se quién ni con qué intención, que la mayoría de las personas tenemos una vida sexual aburrida y cutre, sin embargo creo que, como en la caverna, lo que creemos no son más que sombras de la realidad. Deshagámonos de complejos y falsos mitos y encendamos las luces para evitar las sombras, no hace falta ir al cine para hacer, tener o ver buen sexo, ya que estoy segura de que cada uno, evidentemente en la intimidad, desata la ‘pornostar’ que lleva dentro.

La cita perfecta

loui-jover02“Corta. Que sea corta. Si se alarga, acaba en relación… Porque si es perfecta me la quedo para siempre, ¿no?”.

Como suele ocurrirme con la mayoría de las cosas, me resulta mucho más fácil definir algo por lo que no es que por aquello que realmente lo representa. Así que, a la hora de precisar qué sería una cita perfecta, vienen a mi recuerdo miles de situaciones concretas que están lejos de convertirse en, siquiera, una cita. Sin embargo, me cuesta un poco más encontrar un referente top que sirva de medida para el resto. Si, como pretendo en este artículo, generalizamos sobre este asunto, la cosa se complica bastante más porque cada ‘enamorado’ es un mundo. Hay quienes prefieren algo romántico, otros un plan cultural, quienes quieren ‘pegarse’ la fiesta y los que optan por alternativas más íntimas.

“El 50% de las mujeres consideran que una tarde en el cine puede ser la primera cita perfecta”, según una encuesta de un conocido portal de citas en Internet. Y yo, que adoro el cine, no saco una lectura nada positiva de esta conclusión. Una primera cita no es ni más ni menos que una oportunidad para conocerse, con lo que si uno opta por el séptimo arte pocas posibilidades o, lo que es peor todavía, pocas expectativas o interés tiene en descubrir a su acompañante, lo que te sitúa directamente en una segunda cita al efecto de suplir la primera, alargando un proceso que desconoces si te resulta rentable, o en una versión más abreviada: toque de corneta y retirada. Si uno tiene ciertas dudas, lo mejor en estos casos es optar por una alternativa que no ‘comprometa’ pero que permita cierto acercamiento. ¿Un café? Si la cosa va bien, siempre se puede alargar con cualquier excusa; pero si por el contrario no interesa, será poco más de una hora de penitencia. La versión trasnochada del café tampoco está mal, ya que en caso de catástrofe un par de copas de más y al día siguiente si te he visto ni me acuerdo.

Otro debate polémico es el de ‘beso en la primera cita sí, beso en la primera cita no’. Esto, amigos, no es para pensárselo porque no hay reglas escritas, aunque literatura al respecto mucha, sobre la conveniencia y la efectividad de besar en el primer encuentro. Si hay beso es que ha sido buena, al menos hasta le momento… porque un mal beso puede arruinar una cita perfecta, aunque amigos no me voy a detener en esto porque da para un artículo entero.

En la puesta en escena de una cita perfecta el atrezo suele estar repleto de topicazos: vino, copas, música, velas, el mar… Al menos en lo que sería una cita ideal. Pero siendo más realistas nos podemos encontrar con opciones mucho más terrenales: “Una muy buena. Yo me voy a casa a dormir mientras mi consorte se calza el delantal y prepara comida para un par de días o tres, me quita la plancha y pasa la mopa. ¿No me digas que no mola?”, reconocía mi hermana de forma privada vía WhatsApp mientras que en Facebook decía algo así como que “la cita perfecta la construyen los citados” dando igual en contexto y el escenario de la misma. En su defensa diré que es madre-trabajadora y le faltan muchas horas de sueño a la pobre.

Sin embargo, los tópicos no siempre son malos, ya que “la cita perfecta siempre acaba en desayuno” –FJ Alfonso –y esto es incontestable.

Así, tras debatir con amigos, conocidos y espontáneos sigo sin poder hacer una descripción clara de lo que sería mi cita perfecta, por lo que voy a robar una frase a mi amiga Carmen que pedía: “Corta. Que sea corta. Si se alarga acaba en relación… Es que si es perfecta me la quedo para siempre, ¿no?”.

Fotos de Loui Jover.