Percentiles

Una madre siempre quiere lo mejor para su hijo (de forma general). Así, cualquier aspecto relacionado con su salud o bienestar se convierte en algo trascendental para la misma alcanzando, en algunas ocasiones, cotas de obsesión. Sea este mi caso con los célebres percentiles.

Aunque no soy pediatra, ni médico, ni mucho menos experta en la materia –y estoy segura que podrán corregirme muchos profesionales –como madre de dos pequeños voy a tratar de relatar mi experiencia con estas controvertibles ‘varas de medir’.

Entiendo que para poder realizar una evaluación es necesario que exista una valoración numérica como parte fundamental de esa estimación; pero si ponemos en esas cifras todo el valor, ocurre que hay aspectos que se quedan sin medir y, aún más, tendemos a creer, irremediablemente, que la media es lo correcto.

En este caso concreto, los percentiles registran los pesos y medidas de los bebés desde su nacimiento, esperando que su crecimiento siga una evolución estandarizada. Comúnmente, también, tendemos a creer –y yo soy la primera –que aquellos niños con percentiles por debajo del 50 (la media) no están teniendo el desarrollo o la evolución más apropiada. Sin embargo, aquellos que se registra por encima de la mitad de la tabla nos parecen más que adecuados: Son niños hermosos. Bien, pues tan lejos están unos y otros de la media: en un caso podríamos creer que se peca por defecto (en el peso), pero en el otro se debería pensar que lo hace por exceso. Sin embargo, la realidad es que tanto un percentil como el otro están dentro de lo saludable.

Mis hijos han estado siempre por debajo de esa ‘media’ que marcaría la virtud y, aunque trato de alejarme de este pensamiento erróneo, la idea de que no se estén alimentando bien me resulta recurrente y, en determinados momentos, me atormenta. Tiendo a magnificar todo lo que tiene que ver con ellos, como nos ocurrirá a muchas.

Tanto es así que la lactancia materna, que además de maravillosa es durísima, se ha convertido en una prueba semanal que me evalúa como madre, produciéndome una gran angustia vital.

Y cada vez que me enfrento a ella, cargada de miedos y auto-reproches, trato de recordar aquella confidencia que Antonia ‘de la Fonda’, una vecina de 84 años que alumbró (prácticamente sola) y crío a 5 hijos, me hizo cuando vino a conocer a mi pequeña y me  confesó que “amamantar ha sido el mayor placer” que experimentó en toda su vida. Aquellas palabras, sin ella saberlo, se convirtieron en su mejor regalo.

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