
Decía uno de los padres fundadores de los EEUU el político y científico Benjamin Franklin que jamás se debe cambiar “la salud por la riqueza, ni la libertad por el poder” y es que, aunque a veces ambos dones pudieran resultar tentadores, es labor del discernimiento y el juicio humano ponderar aquellas virtudes que son las verdaderamente sustanciales y medulares en nuestra vida.
Bien es verdad que, como ocurrirá en la mayoría de hogares, -también en el mío- hay épocas de mayor dicha económica y otras en las que las restricciones y la sobriedad se imponen para contener el gasto y así lograr, como suele decirse, ‘llegar a fin de mes’. Sin duda, en el primero de los supuestos el contento y la despreocupación hacen más amable el día a día; no podemos negar la evidencia. Sin embargo, no es condición sine qua non para la placidez más profunda del alma.
Esta afirmación no pretende ser ingenua, pues bien es verdad que las apreturas, las estrecheces y los problemas económicos suponen, en muchos casos, verdaderos dramas familiares que incluso pueden acabar en tragedia. A mí misma siempre me ha asfixiado la sensación de deuda, por pequeña o baladí que ésta sea. Pero por mi experiencia el verdadero infortunio es la lucha y el enfrentamiento al dolor y la enfermedad.
En mi vida ésta ha estado muy presente desde niña pues tuvimos que vivir con los regulares sobresaltos provocados por la mala salud de mi padre; y, pese a su frecuencia, nunca pude acostumbrarme a aquellas llamadas cargadas de malas noticias, hasta que llegó la decisiva, la final, aquella a la que tanto temí. Siempre vivimos en casa con esa zozobra e incertidumbre que, sin duda, también ha marcado mi carácter.
Hoy día esta influencia sigue estando presente, pues a veces puedo resultar excesiva en mis preocupaciones pero, creo que ya sin remedio, la enfermedad o el padecimiento de los míos es lo que sigue robando mi paz. Estos días en casa no hemos gozado de una salud envidiable, aunque tampoco afrontamos nada de gravedad. Sin embargo, esta situación no ha hecho más que reforzar mi pensamiento sobre lo primordial de la buena salud.
Aunque como dice la canción que popularizaron ‘Cristina y Los Stop’ allá por mediados de los sesenta: “tres cosas hay en la vida salud, dinero y amor; y el que tenga las tres cosas que le de gracias a Dios”.