Seguro que habrán visto alguna vez esos ‘memes’ –bromas o chistes que se difunden a través de Internet –en los que se enfrentan dos imágenes que hacen referencia a un mismo concepto. Una imagen que pretende ser simétrica en la que a un lado se representan las expectativas y en el contrario, la cruda realidad. En raras ocasiones coinciden ambas manifestaciones; es más, lo que finalmente acaba ocurriendo poco tiene que ver con lo que uno proyecta, de ahí las constantes decepciones.
Durante las últimas semanas venía yo pensando precisamente en esto, en la asombrosa habilidad del ser humano para programar, concebir y ‘maquinar’, que dirían las madres, tanto nuestro inmediato presente como el más remoto futuro, y en las consecuencias de esta práctica tan habitual en nuestras vidas. Porque si bien es verdad que puede ser recomendable cierta organización y proyección, el celo excesivo a nuestro planes, la falta de improvisación e incluso la incapacidad de reacción y adaptación puede llevarnos a la más absoluta agonía y a la insatisfacción más visceral. Créanme que conozco a muchas personas infelices precisamente por este motivo. Vendrían a ser del tipo de infelicidad que se corresponde con la definición de amargado, pero de estas tipologías ya hablaremos en otra ocasión. No crean que a mí no me ha costado darme cuenta de esto, pero vivir en el constante esfuerzo por alcanzar unas expectativas es agotador, y uno acaba, antes o después, ‘descansando’ en los brazos del destino. El caso es que cuando antes se caiga en los mismos mejor, se ahorra tiempo, esfuerzo y disgustos.
Creo que les había comentado ya que desde hace unos meses venimos buscando un nuevo hogar que nos transmita un poco más de paz y tranquilidad, que nos desconecte de la arrebatada rutina laboral y nos acerque un poco más a la naturaleza. Cuando creíamos que lo habíamos encontrado y proyectábamos en éste nuestros cambios de rutinas y los hábitos que queríamos adquirir, un contratiempo frustró nuestro proyecto. Después del lógico mosqueo y la posterior decepción vino una fase de inacción, paralizamos nuestras vidas en un momento presente esperando encontrar una nueva oportunidad. Sin embargo, como somos dos culos bastante inquietos, al poco tiempo nos encontrábamos incómodos en esta posición. Con lo que nos dimos cuenta que no había nada a lo que esperar, que el momento es ahora y hay que aprovechar. Con lo que adaptamos nuestros planes a la situación actual y aunque la realidad es diferente, nadie dice que tenga que ser peor.
Otra anécdota, ésta considerablemente más divertida. El jueves pasado mis amigas, las del pueblo, de toda la vida: Rebeca y Mari Carmen, me sorprendieron con un tardío regalo de cumpleaños y, mientras tomábamos un café, me deleitaron con un kit completo de baño relajante y desestresante: velas, geles aromáticos, sales de baño, aceites… un regalo muy sexy, con olor a chocolate, que sugería que me veían ciertamente agobiada en los últimos tiempos. Hasta aquí, todo estupendo. Mientras descubríamos producto a producto íbamos relatando las posibles utilidades del mismo y creando en nuestra mente imágenes ciertamente apetecibles; sola o en compañía… Pero el verdadero baño de realidad vino cuando volviendo a mi situación actual recordé que sólo tengo plato de ducha.
Como rezan algunas máximas del ‘buenrollismo’ es bonito perseguir sueños, pero no hay cuerpo que aguante vivir en una constante persecución.


Hace tanto que no salgo que ya no me acuerdo ni cómo se hacía, y por supuesto tampoco sabría decir dónde hacerlo. Imagino que en esto también se notan los años. Tiempo atrás una ni se planteaba si apetecía o no apetecía, llegaba el fin de semana y comenzaba la juerga. Siempre había plan y por supuesto compañeros de fechorías. Pero esto es como todo, si uno abandona la práctica pierde habilidades. Reconozco que nunca se me dio mal, y estas cosas no se olvidan, como montar en bicicleta o el inglés, todo será retomar la costumbre para que vuelvan a aparecer mis destrezas.
Yo soy de pueblo. Pero no crean que lo digo con cierta congoja, todo lo contrario. Ser de pueblo mola, y mucho. Lo lamento por los de ciudad. Aunque, pensándolo bien, imagino que ellos también tendrán sus excelencias, de las que, evidentemente, yo poco puedo contar porque como iba diciendo: soy de pueblo. Bien es verdad que desde que cumplí los diecisiete he ido vivido siempre en ciudad, por motivos académicos y laborales, y que disfruto mucho de lo que la city ofrece también.
Hay meses en los que reinan el descanso y el relax propio de las vacaciones; meses en los que la ilusión por ver a la familia o por un viaje planeado salpican todos y cada uno de los días del mismo; otros se convierten en auténticas cuestas hacia arriba; y los hay propicios para hacer balances y propuestas de futuro. Para mí Septiembre es un mes en el que, por diversos motivos, mi predisposición es al cambio, a modificar aquellas cosas que considero que pueden mejorar.