Juego que me regalo un 6 de enero

“Aunque sin Rey Mago sigo en pie”, que canta el célebre Silvio Rodríguez en su ‘Juego que me regalo un 6 de enero’. Recién pasada la euforia de la visita de los Magos de Oriente a nuestros hogares, siento y compruebo que todos, de una u otra forma, necesitamos creer en el encanto y milagro que les acompaña. Quizás ya no de un modo tan inocente y cándido como en nuestra infancia, pero sí en esas fuerzas magnánimas que ejercen y operan para hacernos bien. Incluso de una forma completamente práctica, y también muy nostálgica, aludiendo al esfuerzo y dedicación de nuestros padres por cumplir aquellos deseos de niños en forma de sorpresas y regalos.

Hoy me toca a mi ejercer ese amparo y seguridad con mi pequeño y experimentar la magia desde el encargo y el trabajo de ofrecerle lo mejor, no ya desde el punto de vista material. Así, sin poder obviar la realidad de una guerra que sigue acongojándonos y afligiéndonos, mi hermana quiso trasladar esta responsabilidad también a sus tres retoños, sabiendo que esto les serviría para crecer en humanidad, caridad y ternura. De este modo, y haciendo extensiva la propuesta a mi hijo, les expuso muy didácticamente que Sus Majestades tienen en esta ocasión el importante encargo de reconstruir los colegios y hogares de los niños ucranianos que han sido destruidos y devastados por las bombas, por lo que para colaborar con esta causa, y que puedan destinar más recursos a ese bonito fin, sus cartas podrían ser más breves. Y una vez más la empatía de los niños nos sorprendió. Hubo menos regalos pero no se perdió ni una pizca de la emoción de esa excitante noche y su alegre mañana.

Yo, en medio de este contexto abrumador y cruel para muchas familias y hogares, necesitaba más que nunca esa esperanza e ilusión propia de la Epifanía. Necesitaba y necesito creer que nuestros deseos serán también una realidad, de la forma más mágica o más práctica, pero que se cumplirán. Que habrá alguien o algo esmerándose en que así sea. Por lo que en mi carta no había nada material, solo pedí el final de una guerra, salud para los míos, y, teniendo en cuenta mi estado, un feliz alumbramiento.

Evidentemente mis deseos no estaban bajo el árbol en la mañana de ayer, pero sigo soñando que, con Rey o sin él, éstos también puedan ser mi regalo (atrasado) de un 6 de enero.

Child-friendly

Que lejos ha quedado aquel “dejad que los niños se acerquen a mí” que demandaba un joven Jesucristo en el Nuevo Testamento. Parece, o al menos desde que soy madre así lo percibo, que cada vez los pequeños molestan más. Así, en general. En cualquier contexto y escenario. Generando un movimiento de ‘niñofobia’ que se extiende por todo el planeta. Cada vez son más los restaurantes, hoteles y espectáculos que cuelgan el cartel de prohibido menores en su puerta. En los que aún permiten su entrada, te miran con cierto recelo al llegar con la tribu. E incluso en aquellos que son pensados y diseñados para ellos hay cierta angustia y disgusto si tu hijo está un poco más inquieto.

Nos hemos vuelto absolutamente intolerantes con los niños.  Pretendemos que se comporten como adultos olvidándonos y renegando de lo fascinante de esa ‘molestosa’ desazón y excitación propia de su edad. Aún recuerdo cuando correteaba entre las mesas de los restaurantes a los que acudía con mis padres con la complicidad, incluso, de muchos de los camareros del local. Algo que resulta impensable en nuestros días.

Yo, que suelo acudir casi a cualquier evento con mi retoño desde que nació, por lo que está bastante acostumbrado y habituado a los protocolos sociales de cada situación, también procuró que resulte lo menos incómodo para el resto de asistentes pero, indudablemente, no deja de ser un niño por lo que debe haber cierta predisposición y permisividad a compartir esa experiencia con ellos.

Precisamente, la semana pasada, visitábamos a unos amigos que se hacen llamar la ‘Asociación Muro del Arte’ en la Feria de Artesanía de Alfonso X que desarrollaban una especie de performance de música y pintura en vivo. Por supuesto, concurrimos la familia al completo. Yo, como madre previsora, advertí a mi pequeño de que no se podía tocar la pintura mural bajo ningún concepto, circunstancia o premisa.

Sin embargo, la libertad y frescura de mente de Felipe López, uno de los artistas participantes, le llevó a invitar a mi hijo a remangarse y coger uno de los pinceles para participar de dicha intervención. Jaque mate para mí. El niño, que venía aleccionado, me miró y al contar con mi beneplácito se subió las mangas hasta el codo y se obró el milagro.

Como el mismísimo Jesús, Felipe, que no tiene hijos, una actitud más ‘child-friendly’ que yo y bastantes menos prejuicios, consiguió un momento mágico y la fascinación de todos los viandantes al ver a un renacuajo de tan solo tres años sombreando una curiosa interpretación de la ‘Adoración de los Pastores’ de Murillo.

“El instinto más grande de los niños es precisamente liberarse del adulto”, que diría María Montessori.

Escándalo

Nos escandalizamos. Todos. De una u otra forma. A través de los medios de comunicación, por los comportamientos que vemos en otros, en el seno de la propia familia o a través de historias ajenas e impersonales que nos llegan de algún modo.

Hablaba con el Hombre del Renacimiento estos días sobre la gran cantidad de obras de arte que han suscitado escándalo y estrépito a lo largo del a historia. Visto desde nuestra óptica actual puede sorprender que determinados lienzos o esculturas fueran custodiadas o retiradas, incluso por la policía del momento, por ser consideradas inmorales o perniciosas.

Viajando, por ejemplo, a la Italia de principios del siglo XVII encontramos como en torno a la obra ‘La Muerte de la Virgen’ del genial Caravaggio se desató el mayor de los escándalos pues el artista se inspiró en el cuerpo de una prostituta encontrada ahogada en el Tíber para la representación de la Madonna. No es necesario decir que, teniendo en cuenta las condiciones y circunstancias sociales del momento, el revuelo en todos los círculos fue mayúsculo.

El francés Édouard Manet sufrió una suerte similar con su icónico ‘Almuerzo sobre la hierba’, ya que siendo una joya del Museo de Orsay,  símbolo de la pintura moderna y precursora de las vanguardias, alborotó a la sociedad del momento al representar a una mujer completamente desnuda junto a dos dandis decimonónicos. Y, además, mezclando los diferentes géneros pictóricos ¡Que disparate!

Virginie Amélie Avegno fue en el París del siglo XIX lo que hoy sería una influencer. Varios fueron los pintores que quisieron inmortalizar su enigmática belleza, más pocas veces se prestó a tales deseos. Cuando John Singer Sargent consiguió su beneplácito para posar para él jamás imaginarían, artista y modelo, que protagonizarían una página de la historia del arte por razones bien distintas a las que pudieran pretender. La obra resultó ser objeto de demoledoras críticas. Tanto que la madre de la musa suplicó al pintor que  retirase el lienzo y éste huyó a Londres, tratando de poner tierra de por medio.

Éstas son solo algunas de las muchas muestras que podemos encontrar a lo largo de los siglos, pues la historia nos enseña como la falta de miras, los rígidos gustos de un momento y el recelo a lo diferente e innovador han condenado a obras y artistas que hoy se celebran en todos los centros de arte del planeta. Lo que no hace más que demostrar que para entender y alcanzar lo excelso de la cultura es condición sine qua non una sensibilidad e intelecto amplio y abierto.

Salud

Decía uno de los padres fundadores de los EEUU el político y científico Benjamin Franklin que jamás se debe cambiar “la salud por la riqueza, ni la libertad por el poder” y es que, aunque a veces ambos dones pudieran resultar tentadores, es labor del discernimiento y el juicio humano ponderar aquellas virtudes que son las verdaderamente sustanciales y medulares en nuestra vida.

Bien es verdad que, como ocurrirá en la mayoría de hogares, -también en el mío- hay épocas de mayor dicha económica y otras en las que las restricciones y la sobriedad se imponen para contener el gasto y así lograr, como suele decirse, ‘llegar a fin de mes’. Sin duda, en el primero de los supuestos el contento y la despreocupación hacen más amable el día a día; no podemos negar la evidencia. Sin embargo, no es condición sine qua non para la placidez más profunda del alma.

Esta afirmación no pretende ser ingenua, pues bien es verdad que las apreturas, las estrecheces y los problemas económicos suponen, en muchos casos, verdaderos dramas familiares que incluso pueden acabar en tragedia. A mí misma siempre me ha asfixiado la sensación de deuda, por pequeña o baladí que ésta sea. Pero por mi experiencia el verdadero infortunio es la lucha y el enfrentamiento al dolor y la enfermedad.

En mi vida ésta ha estado muy presente desde niña pues tuvimos que vivir con los regulares sobresaltos provocados por la mala salud de mi padre; y, pese a su frecuencia, nunca pude acostumbrarme a aquellas llamadas cargadas de malas noticias, hasta que llegó la decisiva, la final, aquella a la que tanto temí. Siempre vivimos en casa con esa zozobra e incertidumbre que, sin duda, también ha marcado mi carácter.

Hoy día esta influencia sigue estando presente, pues a veces puedo resultar excesiva en mis preocupaciones pero, creo que ya sin remedio, la enfermedad o el padecimiento de los míos es lo que sigue robando mi paz. Estos días en casa no hemos gozado de una salud envidiable, aunque tampoco afrontamos nada de gravedad. Sin embargo, esta situación no ha hecho más que reforzar mi pensamiento sobre lo primordial de la buena salud.

Aunque como dice la canción que popularizaron ‘Cristina y Los Stop’ allá por mediados de los sesenta: “tres cosas hay en la vida salud, dinero y amor; y el que tenga las tres cosas que le de gracias a Dios”.

Adviento

Aunque a nosotros también nos ocurre como a muchos que “solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena”, teniendo en cuenta nuestras raíces y educación católicas –tanto del Hombre del Renacimiento como mías –tratamos y hacemos lo posible para ilustrar e instruir a nuestro pequeño en las referencias y referentes cristianos que consideramos le servirán para crecer tanto en sabiduría como en virtud y honestidad, desde la iconografía presente en las representaciones artísticas, de ahí que con sus tres años conozca, asombrosamente, la mayoría de atributos de los Santos, hasta aquellas costumbres y citas emblemáticas del calendario litúrgico.

Así, teniendo en cuenta en las fechas que nos encontramos, hemos intentado explicarle el significado de los próximos eventos que salpican el mes de diciembre y enero. Todo esto sin renunciar tampoco a otros festejos que alimentan y engrosan la ilusión y la diversión de los más pequeños, como puede ser la llegada de Papá Noel, los renos de roja nariz y los entrañables elfos.

El tiempo de Adviento, que viene marcado desde el 4º domingo previo al nacimiento de Jesús, y que supone aguardar a uno de los acontecimientos más importantes del año para la iglesia católica, como ocurre con Semana Santa, no es fácil de trasladar a un niño tan pequeño ya que, quienes tengan hijos sabrán, son incapaces de tener paciencia y desconocen por completo el significado de esperar.

De este modo, el tradicional calendario de adviento que puede parece una mera diversión o entretenimiento de moda, se convierte en una herramienta muy gráfica para que los niños entiendan que hay un día señalado y muy importante al que deseamos llegar y que todas las jornadas que le preceden son una especie de preparatorio para ese divino momento.

Más allá de los juegos, sorpresas, chocolatinas o planes especiales, que me parecen una iniciativa entrañable para pasar tiempo de calidad en familia, hemos explicado a nuestro pequeño que el 24 de diciembre nacía en una ciudad de Jerusalén el Niño Jesús mientras montábamos en casa el tradicional Belén y, también, que fueron los tres Reyes Magos de Oriente los primeros en visitarlo guiados por la estrella.

Y así partiendo de este amable relato hemos estructurado estas semanas para hacer dulces típicos, visitar las luces de Navidad, entregar cartas a elfos y pajes reales y disfrutar de algún que otro espectáculo musical; con el objetivo de que viva estos días desde la expectación, la observación y la curiosidad por lo que está al llegar, dándole verdadero sentido a lo que nosotros entendemos por Navidad.

La gran Belleza

Para abordar bien esta reflexión, deberíamos empezar preguntándonos ¿Qué es belleza? Si nos remontamos a la antigua Grecia, de donde parten los principales postulados y axiomas de nuestra cultura, encontramos la propuesta sofista que habla de la belleza como aquello que produce placer y goce a los sentidos, desde el punto de vista más sensual. Sin embargo, para Platón, uno de los principales teóricos y filósofos de todos los tiempos, la belleza, concepto que abordó en numerosos diálogos y obras, tiene que ver más con la idea de lo bueno y lo justo, del bien; trascendiendo lo estético hasta lo moral.

Sin duda, es muy difícil establecer una definición de la belleza universal que sirva para todos los tiempos pues aquello que en muchas ocasiones ha servido de canon, definiéndose éste como el conjunto de características que una sociedad considera convencionalmente como hermoso o atractivo, podría incluso horrorizar en culturas y épocas diferentes.

Tanto es así, que las estrellas y mitos de Hollywood de los últimos tiempos que para nosotros representan la belleza más perfecta o exuberante, como Marilyn Monroe, Elizabeth Taylor, Scarlett Johanson o Angelina Jolie, posiblemente causarían algo más que rechazo en el Japón de la Edad Media en el que el modelo de mujer era pequeñita, con la tez blanca, el pelo negro y cintura de avispa. Pero quizás lo más llamativo de esta época era lo que se denominó la técnica del Ohaguro, que consistía en pintarse los dientes de negro con limón y limaduras de hierro, algo que hoy puede resultar espeluznante.

Asimismo, sería tremendamente extraño ver un rostro de mujer con parte de la frente afeitada; sin embargo, en los Países Bajos a finales del medievo la hermosura se relacionaba con una amplia frente, hasta el punto de que muchas rasuraban su cabellera.

En cuanto al género masculino no hay más que comparar los hieráticos Kouros en la Atenas del siglo VI a. C. con los afeminados barones de algunas pinturas del siglo XVI y XVII o los gentleman del siglo XIX y los andróginos modelos de los 70, como David Bowie, con los musculados y robustos torsos de los 80, como Arnold Shwarzenegger.

En otros conceptos también se verá está evolución de la noción de belleza, como en la búsqueda de la proporción perfecta propia del Renacimiento en reacción a las esbeltas catedrales góticas, por ejemplo.

Sea como fuere, y para quedarnos con una afirmación solemne sobre esta idea podríamos recordar a Simone de Beauvoir cuando aseguró que “la belleza es aún más difícil de explicar que la felicidad”.

No por casualidad

Se lamentaba Rick Blaine –o lo que se lo mismo Humphrey Bogart – a Sam en la legendaria película en blanco y negro ‘Casablanca’, devastado y entre un trago y otro sentado en una mesa de su mítico local: “De todos los cafés del mundo, ella entra en el mío”. Murmurando así contra la casualidad, la ventura o la fatalidad, cuando es indudable de que ni él mismo cree en lo azaroso o fortuito de las peripecias y andanzas del hombre y, mucho menos, de su encuentro con Ilsa –o la cautivadora Ingrid Bergman -.

El caso es que yo tampoco he creído nunca en las casualidades; más bien he podido experimentar que las cosas ocurren como consecuencia o resultado de muchos otros acontecimientos previos. Incluso aunque en algunas ocasiones no alcanzamos a imaginar cuán lejanas en el tiempo se sitúan las primeras reacciones que nos llevaron al lugar en el que estamos.

Tú – mi Hombre del Renacimiento –has mantenido también a lo largo de toda una vida la firme convicción de que tras cada suceso, anécdota o eventualidad está la providencia, sin creer demasiado en el caprichoso azar.

Así, tras unas agitadas y pletóricas juventudes la causalidad, que no casualidad, nos unió de la forma inesperada. Cada vez que recordamos todo aquello que debió pasar en nuestras historias personales para encontrarnos en aquel momento nos reafirmamos en que tan perfecto plan no pudo ser fruto de la suerte o la fortuna.

Decía el médico español Santiago Ramón y Cajal, hombre de ciencia y de certezas, que “la casualidad no sonríe al que la desea, sino al que se la merece”, haciendo alusión a que ésta no es más que la consecuencia de una acción o actitud previa, el destino.

De este modo, tengo la certidumbre de que ambos merecíamos la bonita ‘casualidad’ que un día me llevó a trabajar a un lugar del que nunca antes había escuchado y a ti a mantener aquel pie dentro de tu pueblo pese a que vivías, prácticamente, viajando.

Así, abandonados a la deriva nos dejamos mecer por un sino que tras movernos e incluso, en ocasiones, vapulearnos de uno a otro lado nos arribó al puerto en el que hoy habitamos.

Pues como apunta el poema de Miguel Ángel Herranz (Requisitos para ser un naufrago) yo mantenía “la esperanza abierta, remota, de que alguien, algún día por razones que se nos escapan se salga de su ruta habitual nos mire, nos vea y quizás nos rescate”. Y sin duda tú de algún modo, y no por casualidad, me has rescatado.

¡Feliz cumpleaños, amor!

Regreso a los clásicos

Decía el escritor, poeta y diplomático mexicano, Octavio Paz, que no sabía si la modernidad era una bendición, una maldición o las dos cosas; pero lo que sí alcanzaba a distinguir es que ésta era un destino. En esta ocasión, se refería al sino de su propio país, pero esta certera reflexión se puede aplicar al porvenir de cualquier otro aspecto o elemento.

Así, aquellos que ven en lo moderno un peligro o eventualidad no temen más que a lo que desconocen y de ahí ese rechazo que les condena al status quo y la obsolescencia. Sin embargo, los que sucumben únicamente al atractivo de lo vanguardista y contemporáneo, olvidan que cualquier nueva corriente u obra bebe y se nutre, siempre, de los clásicos. Que fueron éstos los que sentaron las bases y los principios de cualquier disciplina. Es por eso que considero de vital importancia que, sobre todo, los jóvenes continúen acudiendo a éstos como fuente de conocimiento e inspiración.

Tal es mi convencimiento que, aunque suelo sentirme atraída por lo transgresor e inesperado de la vanguardia, intento mantener siempre una estrecha relación con lo clásico: revisándolo, redescubriéndolo y, en algunos casos, experimentándolo por primera vez.

El pasado fin de semana, por ejemplo, era testigo de como en el propio patio de mi casa –un espacio a medio camino entre un carmen granadino y un patio cordobés –acontecía una adaptación de la obra de Zorilla, Don Juan Tenorio, adecuada a todos los públicos. Dos pases, de hora y media, sirvieron para que más de 120 personas re-visionaran o, incluso, vieran por primera vez este clásico de la literatura española y universal.

Es el séptimo año que se representa en este entorno gracias a una pequeña compañía de actores que hace unos años iniciaban en Caravaca de la Cruz este proyecto con el objetivo de acercar esta obra al gran público y hacerlo, además, recorriendo los lugares más bonitos y emblemáticos de la localidad. El formato funcionó y han peregrinado por media Región y provincias limítrofes con su espectáculo; llegando incluso a este peculiar rincón que habitamos.

Esta propuesta, más breve y amena de la pieza del autor vallisoletano, consiguió embelesar incluso a mi hijo de tres años que, desde entonces, ya sabe quién es Doña Inés y que, aunque a ratos no lo parezca, Don Juan Tenorio resulta ser bueno, tras redimirse de sus muchas fechorías.

Desconozco que quedará en su recuerdo de estos días de teatro con el paso de los años, pero de lo que estoy segura es de que esta experiencia, junto a otras, le permitirá algún día valorar ese ‘regreso a los clásicos’.

Con la muerte en los talones

Aunque la escena de un enchaquetado Gary Grant huyendo de los disparos desde una avioneta en el thriller del director londinense que consagró el cine de suspense y el terror psicológico Alfred Hitchcock pueda resultar un tanto surrealista o inverosímil; no hay duda de que el simbolismo de esta imagen no puede ser más acertado pues todos andamos ‘con la muerte en los talones’.

Acabamos de conmemorar la festividad de Todos los Santos, una de las pocas licencias que hay para abordar la muerte en nuestra sociedad que, a diferencia de otras culturas, esconde, evita y trata como un tema casi tabú esta irrevocable partida. Imagino que el recelo a pensar, imaginar o conjeturar qué ocurrirá con nosotros nos resulta incómodo y nos aleja de esta rotunda realidad.

Sin embargo, la necesidad de seguridad y control propia de nuestra especie implica que sean cada vez más personas las que, en un intento de contar con cierta certeza, organizan escrupulosamente cada detalle de su partida. Yo, que no tengo prisa en irme, mantengo esta asignatura pendiente; pero teniendo en cuenta algunos de los periplos de los cadáveres de muchos de los personajes más ilustres de todos los tiempos hasta este ineludible final puede resultar de lo más incierto y fortuito.

La periodista y escritora Nieves Concostrina dirigió durante años un espacio radiofónico en Radio 5 ‘Polvos eres’ en el que recogía algunas de las anécdotas más surrealistas de insignes figuras de nuestra historia. Así, descubrí, por ejemplo, que la tumba de Jim Morrison se convertiría en una de las más ‘molestas’ del parisino cementerio de Père Lachaise ya que los muchos seguidores del cantante aprovechan la visita para tomar unas cervezas y fumarse algún que otro porro junto al mausoleo del músico, aprovechando los sepulcros colindantes a modo de bancos, con el consiguiente escándalo que esto implica para el resto de paseantes.
O como los huesos de Evita Perón estuvieron más de veinte años dando tumbos por el mundo hasta que recibieron sepultura, pues eran unos restos incómodos políticamente. También, y curiosamente, Cristóbal Colón viajó más veces en muerte que en vida a América. Por no hablar de los ataúdes en los que hay huesos de sobra o, incluso, en falta.

Sea como fuere, y paradójicamente con mas o menos paz y descanso, como decían en la Roma Antigua ´Memento Mori’ (recuerda que morirás) tendiendo así siempre presente que la condición mortal es infranqueable.

De naturaleza melancólica

Con ese andar nostálgico y taciturno propio de los románticos se ven deambular aún hoy, tres siglos después, algunos jóvenes por las calles y avenidas de nuestras ciudades. Ensimismados, casi autómatas, caminando por mera inercia mientras sus pensamientos los llevan por alejados y recónditos lugares.

No es lo más común, pero del mismo modo que los hay adolescentes rebosantes de optimismo, vitalidad y frenesí por comerse el mundo o apáticos, indiferentes y renegados de todo; también conviven con quienes hallan en la melancolía su principal seña de identidad y, paradójicamente, el impulso que mueve mansa y lánguidamente su existencia.

Nada tiene que ver este sentimiento con estar deprimido, no es una consecuencia de nada ni siquiera un estado de ánimo. No es otra cosa que una, quizás anacrónica, forma de ser. Un carácter que nos resulta obsoleto y extraño pero que tiene mucho que ver con esa férrea conciencia del yo, del sentido y significado del individuo, con una forma muy particular de ver la vida.

Jóvenes, en muchas ocasiones, incomprendidos, estigmatizados o rechazados que andan a contracorriente en una cultura de la manada. Auténticos lobos esteparios que disfrutan de la soledad, un tanto fría, pero tranquila y grande “como el tranquilo espacio frío en el que se mueven las estrellas”, como escribiría Hesse. Entendiendo y valorando esta soledad como un bien ansiado, un refugio cómodo y seguro.

Auténticos románticos del siglo XXI que encuentran en la música y la literatura, en las artes, su principal forma de interactuar con el resto. Y, además, serán éstos, precisamente, con sus inquietudes más allá de lo mundano los que continúen enriqueciendo y agrandando el maravilloso legado que sus antecesores estrenaron. Porque la creación va íntimamente ligada a esa extrema sensibilidad un tanto denostada en nuestra sociedad.

Es por eso que si tu hijo, alumno o nieto –por decir algo -lee a Poe, Víctor Hugo o Whitman; lejos de sentirte extraño o contrariado y de señalarlo como alguien raro, incentives y estimules sus ‘talentos’ con el único propósito de que sea capaz de entender y, quizás, algún día materializar de forma creativa un rico interior para su edad un tanto insólito o poco común.

Y es que la melancolía suele ser dulce con los artistas. Como decía Baudelaire: “Apenas puedo concebir un tipo de belleza en el que no haya melancolía”. Para el mismísimo Aristóteles, “los grandes hombres son siempre de una naturaleza originalmente melancólica”.