Alegría en lo cotidiano

Sobra decir que la felicidad, entendida como absoluto, es algo momentáneo, pasajero. A nuestra edad, todos habremos disfrutado ya de algunos de los momentos más dichosos de nuestra vida –matrimonios, nacimiento de hijos, divorcios, viajes… y otras muchas experiencias-; pero también habremos transitado instantes tremendamente dolorosos, algunos de ellos tan punzantes que sellan toda una vida.

Son, seguramente, aquellos desgarros pasados y los miedos futuros los que pueden atormentarnos y robarnos un plácido presente. Eso sí es real. La experiencia me ha enseñado que la euforia dura segundos, mientras que el sosiego, la placidez y el equilibrio son muchos más solidos para reposar y para amortiguar los golpes que han de venir, porque vendrán.

También he aprendido que uno no debe demorar el placer de la alegría -de sentirse alegre- a los grandes júbilos, que a veces llegan a destiempo o, incluso, no sabemos aprovecharlos. Además, hay, sin duda, tantas cosas mínimas que pueden producirnos regocijo casi a diario. Incluso más allá de las metafísicas y trascendentales, como estar vivos.

Existe, en todo ser humano, el gusto por las pequeñas cosas, esos gestos simples que tienen la capacidad de cambiarnos el humor por un ratito. Es importante tenerlos a mano y reconocerlos y, así, hacer de esas actitudes una especie de amuleto que, en medio de la rutina y de los agobios diarios, nos salve del tedio o la congoja.

A mí me rescata del desánimo el olor a café recién hecho, tan simple como eso. O, también, desayunar bizcocho casero recién horneado. Esa onza de chocolate con el café de la tarde, que sabe a premio. Entrar a una librería repleta de ejemplares que ojear. El comienzo de un nuevo libro. Una copa de vino blanco improvisado mientras cocinas. El juego de luces que proyecta en casa una lámpara por la noche. El olor a limpio en las sábanas al acostarse. La lluvia mientras duermes. El aroma a fresco en las mañanas de invierno. Una chimenea encendida. Las risas de mis hijos en la cama antes de acostarse. Algo por estrenar. El orden en casa. La emoción de organizar y soñar un viaje –aunque luego nunca se haga-. El silencio cuando todos duermen. Sus besos por las mañanas. 

A veces, no es necesario esperar grandes sucesos, efemérides o acontecimientos y basta con tratar de ser feliz con lo especial de lo rutinario. Encontrar la alegría en lo más cotidiano.

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