¡Alto la Guardia Civil!

IMG_2431Tengo que confesar que soy de aquellas personas tardías a la hora de ‘sacarse’ el carné de conducir, pues entre carrera y trabajos a jornada completa completísima tuve que esperar a encontrarme en situación de desempleo para poder dedicarme a este tipo de menesteres. Nunca es tarde si la dicha es buena.

El caso es que mientras uno no lo tiene, no lo ‘echa en falta’ –que tanto se dice por aquí –sin embargo, ahora que soy conductora no me hago a la idea de cómo he podido vivir todos estos años sin medio de transporte que no sean mis dos ‘patitas’. A lo bueno, se acostumbra una pronto. Aunque he de reconocer que soy de las que saca el automóvil sólo cuando es absolutamente necesario, disfruto caminando, es el único momento del día en el que puedo ocupar mi mente con pensamientos superfluos y frívolos sin sentimiento de culpa por no estar aprovechando el tiempo.

Bien, una vez en posesión de la licencia, no diré que soy una conductora fabulosa, algo que en mi experiencia se considera a si mismo todo el mundo -¿Por qué será que nos cuesta tanto reconocer que no somos perfectos al volante? -pero me defiendo y, sobre todo, me mantengo sin ningún percance, que no es poco, al menos por el momento. Vamos, que soy una conductora del montón como la mayoría, aunque os cueste reconocerlo. Pero ahora es cuando viene la gran pregunta… ¿Cuál es el promedio de ‘altos’ de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado al año? Y es que en el poco tiempo que tengo el carné han debido de tocarme a mí todos los controles.

Mi primera vez, la recuerdo perfectamente, fue durante mi primer mes de trabajo en el ayuntamiento de un municipio de la Región. Yo, doblaba una esquina a la derecha mientras intentaba avisar por teléfono de que ya salía para casa; él, aguardaba al comienzo de la vía a la que yo me incorporaba. Nos miramos fijamente y, dada la trayectoria de mi giro, se vio obligado a pararme y no pasar por alto que llevaba el móvil en una mano y que, consecuentemente, para dar la curva había invadido gran parte del sentido contrario. En dicha ocasión, mi estrategia fue la de reconocer toda mi culpa. “Tiene usted razón agente, está mal hecho. No tengo excusa”. ¿Sobreactuada? No se, el caso es que funcionó y, tras aleccionarme, me dejo marchar sin ‘pena’. Casualidades del destino, ahora a ese mismo agente me lo cruzo habitualmente en el trabajo y siempre me saluda y sonríe con una miradita cómplice con la que me viene a recordar que me perdono la vida, exagerando un poco.

Yo achaqué su proceder a la buena voluntad de aquel policía y a mi cara de no haber roto un plato. Sin embargo, mi entorno masculino aseveraba rotundamente que me había escapado por ser mujer. Diferentes puntos de vista.

La segunda ocasión fue culpa de la placa de la matrícula, que según parece no se lee bien. Situación que yo achaqué a la popular técnica de aparcar al toque. Pero en esta ocasión sí que escurrí el bulto y culpé a mi querida hermana, de la que yo heredaba el automóvil.

Esta vez fue la Guardia Civil quien me dio el alto y por aquello de lo que impone un uniforme se me caló el coche al estacionar a la derecha, donde uno de los agentes me había indicado con el brazo. Su compañero se acercó hasta mi ventanilla y con tono socarrón comentó: “¿Señorita, ha parado usted el coche de golpe o se ha puesto nerviosa al vernos?”. Yo reconocí lo segundo, no sin cierta extrañeza por su comentario. El caso es que no sólo no me multó, sino que además la conversación se extendió algo más de 10 minutos en los que el agente se puso al día de mi situación personal, laboral y hasta de mis aficiones. Tanto es así que incluso acabó pidiéndome consejo sobre la posibilidad de desplazar su lugar de residencia a Caravaca de la Cruz, mi ciudad natal. Idea que desestimó cuando yo le comenté que, pese a que era un lugar bonito y con todos los servicios, no disponía de salas de cine, algo para mí imprescindible, pero eso él ya también lo sabía pues venía de la charla anterior.

No tardé en compartir y reproducir la conversación completa con mis allegados, sorprendida por la amabilidad de los agentes, con el objetivo de conocer si ésta era la tónica general. Una vez más oí aquello de ‘por ser mujer’. Algo a lo que ciertamente, en esta ocasión concreta, sí puedo dar más credibilidad.

El caso es que me han parado unas cuantas veces más, siempre por la dichosa plaquita –que sí, que sé que tengo que cambiar –pero jamás me han multado. Sin embargo, esta semana volvían a hacerme el ‘alto’ y aunque yo volvía a marcharme de rositas –sin librarme de la frasecita: “la placa tiene que cambiarla” -, sí que sancionaban al copiloto por no llevar el cinturón. Un hombre, para ser más exactos.

Y esto es sólo mi experiencia, no supongo ni presupongo nada, sólo expongo.

Artículo publicado el 26 de Septiembre de 2014 en el Diario La Opinión.

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