Fotografía Charlie Balibrea

Cuando muere un mito

Fotografía Charlie Balibrea
Fotografía Charlie Balibrea

¿Cómo se sabe que ha muerto un mito? Se sabe porque esa mañana escuchas antiguas canciones suyas en los coches con los que coincides en los semáforos y compartes una mirada y una sonrisa cómplice con su conductor. Se sabe porque toda tu lista de contactos, en su compleja diversidad, recupera en su estado frases, anécdotas y fotos de su figura. Se sabe porque su muerte, de repente, te hace recordar a alguien de tu pasado a quien decides volver escribir: aquel profesor de instituto que ‘pinchaba’ sus melodías en clase, un primer amor que te susurraba sus estrofas o esa amiga que te mandaba cartas con sus letras. Cuando muere un genio, simplemente, se sabe.

Así, cuando hace pocos días desperté con la triste noticia del fallecimiento de Robe Iniesta, alma y líder del grupo nacido a finales de los ochenta Extremoduro, lo supe.

Supe que nos dejaba uno de los pocos mitos musicales que nos quedan en España. Un artesano de canciones que parecen cinceladas a mano, igual de imperfectas que vivas. Robe no fue sólo un músico, fue un narrador de lo humano, un poeta sin título. Alguien que nunca pretendió ser quien no era. Alguien que contó lo que vivió, lo que sintió y, sobre todo, lo que dolió. Y en esa franqueza; a veces áspera y bronca, a veces luminosa y clara; residía su enorme grandeza.

Y es que, en un escenario como el actual falto de grandes referentes, quizás no sea ejemplo personal para nuestros jóvenes por sus tropiezos y caídas, pero sus canciones redimen todas sus faltas y debilidades. Su voz nunca pretendió convencer, sino confesar. Confesiones en las que muchos encontramos refugio y consuelo.


No es mi intención hacer una semblanza –pues se han escrito cuantiosas –ni mucho menos intentar alguna especie de crítica musical, no tengo la capacidad ni el conocimiento de otros compañeros; con estas palabras sólo trato de rendir un pequeño reconocimiento personal a alguien que tanto nos regaló y, ahora, nos lega. Devolverle un pedazo de lo entregado y, ahora, heredado.  

Su partida deja hoy varias generaciones coreando aquello de “no he vuelto a ser el mismo” que Robe proclamaría en su himno ‘Sucede’ al perder a los que serían sus deidades: “Desde que se fue Gillespie, Zappa, Mercury, Camarón”. Y es que nos deja huérfanos de una forma de hacer y entender la música desde lo más profundo del alma humana, con sus miserias, sus grandezas y, sobre todo, sus grandes anhelos. Una lírica tan honesta como sencilla. Tan de todos. Tan de la calle. Subversiva a la par que sensible, tremendamente sentimental. 

Hoy, con un panorama desgarrador, en un contexto hostil y oscuro, nos queda la nostalgia y la utopía: Seguir reproduciendo una y otra vez aquellas melodías que soñaban con un mundo mejor. Sentirnos mejor pensando… Sabiendo… que tenemos “una estrellita pequeñita pero firme ¡Pero firme! ¡Pero firme!”, porque un mito nunca muere.

Descansa en paz, Robe.