Leer es cosa –también y sobre todo –de mujeres

Los libros siempre han sido uno de mis lugares seguros. Ese refugio que uno busca cuando el mundo le asusta, le decepciona o le lastima. Tener una pequeña librería de pueblo en mitad de una gran ciudad es uno de mis sueños recurrentes. Un espacio acogedor, lleno de madera, con pequeños rincones de lectura y grandes historias. Con una zona dedicada a los cuentos infantiles y una máquina para hacer café. Una de esas ideas y aspiraciones que uno nunca abandona pero que sabe que no serán, fácilmente, una realidad.

Hace tan sólo unos días, me hacía especial ilusión leer que abría la persiana en la capital un nuevo local dedicado a los libros capitaneado por una joven murciana de 27 años que parecía cumplir una de sus fantasías con esta inauguración. ‘El faro de Lola’ “es la historia de un cambio de rumbo, de un salto al vacío, de una chica de la huerta murciana que un día decidió dejar de vivir en “lo seguro” para apostar por lo que de verdad le hacía vibrar”, como reza la página de inicio de esta librería.

Así, en un mundo cada vez más digitalizado y con motivo de la conmemoración del Día de las Librerías –el pasado 11 de noviembre -para reconocerlas como promotoras y enriquecedoras culturales, es de celebrar que haya quienes sigan emprendiendo y creando estos pequeños templos de la palaba.

En torno a este ‘faro’ se han establecido, también, varios clubes de lectura con considerable éxito que dan vida al céntrico barrio de Santa Eulalia. Clubes que llamaron especialmente mi atención por la abrumante presencia femenina. Y es que las estadísticas no mienten, más del 71% de quienes reconocen leer en su tiempo libre son mujeres (Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España 2024). Cifras que suelen ser, incluso, superiores en estos pequeños grupos de intercambio de ideas y experiencias, llegando hasta el 90% de quienes los regentan.

No es de extrañar. Si uno se remonta a los orígenes de estas tertulias literarias puede comprobar como estuvieron muy vinculadas al género femenino pues, en muchos casos, nacieron como el único espacio de reflexión y reivindicación que tenía la mujer en una sociedad eminentemente machista. Hay que volver al siglo V y VI antes de Cristo para encontrar lo que podría denominarse el germen de éstos en las reuniones que Safo de Lesbos, en Siracusa, o Santa Marcela, en Roma, realizaban con otras mujeres para charlar y compartir lo que leían.

Ya en el siglo XVIII surgió la Sociedad de las Medias Azules (Blue Stockings Society) en Inglaterra como una organización femenina que se daba cita para conversar sobre literatura, pues por aquel entonces aún sólo los hombres tenían acceso a la universidad. Fue un movimiento social y educativo que tomaba su nombre, precisamente, de las típicas medias azules de lana que se usaban a diario para mostrar su carácter informal.

En el París del siglo XIX las mujeres promovieron varios salones literarios y tertulias que tuvieron su reflejo en la sociedad estadounidense e, incluso, en

la española con las asambleas que organizaba una de las autoras más famosas del Romanticismo, Frasquita Larrea, en Cádiz. En los ochenta serían nuevamente las amas de casa las que volverían a dar un impulso a estos espacios de encuentro entre mujeres organizados por bibliotecas públicas.

Sea como fuere, las cifras y la práctica demuestran que la literatura es cosa, también y sobre todo, de mujeres. Quizás porque históricamente encontraron en ésta un espacio literal y ficticio en el que sentirse seguras y a salvo. Un espacio en el que ser y manifestarse. Quizás hallaron en los libros esa habitación propia que, en su día, reivindicaba Virginia Woolf.

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