Vivir de otra manera

Últimamente creo que todo va demasiado rápido, deprisa. Desde la brevedad de los días a la fugacidad de cada etapa. Todo discurre en un abrir y cerrar de ojos. Y las sociedades se han ido adaptando a esta velocidad con un ritmo y un pulso frenético. Una cadencia delirante, caótica y agitada que aviva el desorden emocional, las inseguridades y las frustraciones y el descuido de lo que es importante. Sin tiempo para la maduración, la reflexión y la pausa las generaciones cada vez acusan más una confusión y desequilibrio entre su yo interno y el escenario que les rodea. Esto propicia una imitación irracional de patrones y conductas, porque es más sencillo, más instantáneo y no implica ningún complejo proceso de abstracción y autoconocimiento.

Nos alarmamos con las cifras de trastornos y enfermedades mentales; pero, como colectivo, poco estamos haciendo por remediarlo. Leemos libros para ser más productivos, más eficientes, para robarle tiempo al tiempo; asistimos a charlas para mejorar nuestro rendimiento y organización y elaboramos horarios imposibles cada vez con menos horas de ocio, de familia y, hasta, de sueño.

Desde hace algún tiempo, me he revelado contra este modelo y ando buscando alternativas, filosofías, principios y pensamientos que pueda aplicar en mi rutina y me orienten y tutelen de forma plácida, sin exigencias ni imposiciones, hacia una existencia serena, en calma y con plena conciencia,  sustentada en la humanidad, la sostenibilidad y la delicadeza.

Esto, entre otras cosas, me ha vuelto la mirada, de algún modo, hacia lo sagrado y etéreo para recuperar la paz y la espiritualidad y para redefinir conceptos tan esenciales en nuestros días como comunidad, solidaridad y respeto. Pero también me ha acercado a nociones y estilos de vida que se parecen mucho más a lo que anhelo. La identidad, la energía y el proceder nórdico me han descubierto una forma de estar y existir que estoy tratando de adaptar e implementar en un contexto hostil, distante y casi opuesto que es el nuestro. Países como Noruega, Dinamarca y Suecia tienen vocablos propios para referir este ‘modo’ de habitar.

Palabras tales como Lagon, Hygge, Kos o Friluftsliv pueden sonarnos a chino pero, en realidad, son expresiones escandinavas para ese saludable y feliz ‘way of life’ que se está exportando a otros puntos del planeta que ansían un existir más amable.

Friluftsliv significa “vida al aire libre”, pero no sólo entendido como la realización de actividades en el entorno natural, sino una filosofía que implica conectar y mimetizar con la naturaleza para lograr el bienestar físico y mental. Este concepto viene del movimiento romántico, como reacción a la urbanización y la industrialización.

Lagon es el término sueco para definir el estado de felicidad a través del equilibrio: la cantidad justa de todo, haciendo lo esencial y sabiendo decir basta cuando corresponde.

Por su parte, Hygge, del danés, persigue el ideal de felicidad basado en la comodidad, el bienestar, la tranquilidad, la calma, los amigos y esas pequeñas cosas agradables de las que nos gusta rodearnos.

Kos sería la versión noruega y está relacionado con el placer hallado en instantes precisos de nuestra rutina, en los pequeños deleites diarios, como el olor del café recién hecho.

Que las prisas no son buenas, ya lo decían nuestras abuelas. Dígase como se quiera, sólo desde la calma, el silencio y cierto recogimiento uno puede conseguir la, tan necesaria, conexión con uno mismo y con todo lo que nos rodea. Y, aunque a veces resulte difícil por el frenesí imperante, se puede –y quiero –vivir de otra manera.

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