
Sin duda la evolución supone, entre otras cosas, que haya ciertas prácticas, usos y ritos que se van perdiendo con el tiempo. Así como en la actualidad no salimos a cazar nuestro sustento con puntas de flechas talladas en piedra, ni cabalgamos a lomos de corceles para salvar las distancias que nos separan; hay otros protocolos que poco a poco, de una generación a otra, comienzan a olvidarse y/o desatenderse. La revolución digital ha simplificado y agilizado muchos procesos, acortando tiempos y distancias. Sin embargo, hay experiencias más tradicionales y populares que siempre merecerá la pena vivir –aunque sea una sola vez-.
Así, trato, en la medida de lo posible, que mis hijos conozcan estos hábitos que, además de enriquecer su cultura y conocimiento, fueron, en otro tiempo, bastante más rutinarios para sus propios padres.
Mensualmente acostumbramos a realizar una o dos actividades
–cuando no son más-, en cierto modo, extraordinarias, singulares o poco frecuentes que enriquezcan su imaginario. En septiembre, mi primogénito pintó y decoró una tarjeta a mano que dedicó y remitió a sus primos de Caravaca; aprendiendo, así, el modo y el orden en el que se escribe una dirección postal. Unos días después, lo acompañé al servicio de Correos para estampar un sello a su creación y que entendiese este proceso de la comunicación escrita, mucho más ceremonioso que el envío de un instantáneo whatsapp.
A final de mes, hicimos, también, una excursión a la Biblioteca Regional. Ya habían visitado otras sedes, tanto en nuestro municipio como en otras ciudades. Sin embargo, pensé que la dimensión y oficialidad de este espacio les resultaría mucho más interesante. Tras entrar y recorrer con curiosidad sus pasillos, mientras yo intentaba que guardasen cierto silencio, centraron su atención en los libros. Repasamos muchas de las estanterías recomendadas para su edad y ojeamos algunos ejemplares. Les pedí que hicieran una selección de los que querían llevarse y cuando se hubieron decidido acudimos al mostrador con nuestros montones para solicitar el préstamo. Cada uno con su carné fue protagonista de este sistematizado ritual. Y, además, saben muy bien que, en unas semanas, tenemos que ir a devolverlos.
Seguramente hoy sean muy pocos los jóvenes y adolescentes que usan el servicio postal y, al contrario, cada vez son más los que leen en formato digital. Sin embargo, aunque nadie duda de la practicidad de estos hábitos y costumbres, jamás se podrán igualar al encanto de fijar un estampilla –diferente cada vez – y esperar que esas letras recorran físicamente casi cualquier distancia apareciendo en el otro lado del mundo. Con la lectura, me pasa igual. Me gusta palpar, oler, pasar, ojear, doblar y subrayar. La magia de abrir o terminar otro ejemplar. Disfruto de entrar en una biblioteca con la incertidumbre y la ilusión de no saber con qué libros me voy a encontrar y cuáles me acompañarán.
Llámenme nostálgica, pero hay ciertas cosas de tiempos pasados que, para mí, sí seguirán siendo mejor.
