
No hay responsabilidad más grande en el mundo que ser padre o madre. Jamás tendremos un encargo tan importante como éste. Y aunque pueda resultar una revelación bastante obvia, creo que lo evidente y manifiesto de la misma no implica, necesariamente, la oportuna y vital dedicación que supone. La mapaternidad requiere presencia.
Una presencia que debe ser, sin duda, de calidad: consciente y atenta; pero no sirve excusarse en la falta de tiempo para reducirla a contados momentos de juego y entretenimiento. Los padres y madres tenemos que estar.
Es verdad que la frenética y delirante rutina laboral y social a la que estamos sometidos no lo pone demasiado fácil para conciliar y que, en algunos casos, no hay opción viable. Sin embargo, estoy segura de que la gran mayoría podemos cambiar, modificar o aportar algo a nuestros horarios y organización para priorizar lo que verdaderamente es lo más importante.
Yo, que antes de serlo nunca sentí algún tipo de instinto maternal, trato de tomarme muy en serio esta responsabilidad. En los primeros meses y años desde una perspectiva de protección vital primitiva para asegurar su supervivencia. Y, después, a partir de una posición mucho más reflexiva y deliberada para acompañarlo en su educación y crecimiento.
Yo, que jamás me gustaron los libros de autoayuda ni las recetas mágicas para conseguir algo, me sorprendo leyendo, releyendo y subrayando un libro tras otro sobre educación y crianza.
Así, el último ejemplar que ha caído en mis manos y que he acabado en tan sólo una madrugada, es una especie de manual de la educadora y psicóloga canadiense Catherine L´ Ecuyer ‘Educar en el asombro’ en el que instruye, de algún modo, a los padres y madres para realizar un acompañamiento respetuoso con nuestros hijos en un mundo agitado, exigente y desafiante. Partiendo del origen del conocimiento, y citando algunos de los clásicos, hasta recursos más concretos que poner en práctica con nuestros pequeños.
Consejos, algunos, que ya cultivábamos en casa y, otros, que estamos incorporando que inciden en aspectos como las bondades del juego libre, la necesidad de establecer límites claros y equilibrados, el beneficioso contacto con la naturaleza, el respeto a sus ritmos, cómo trabajar y tratar la hiperestimulación, el necesario silencio, el sentido del misterio, la humanización de la rutina, la búsqueda de belleza, la huida de la vulgaridad y el feísmo o los favores y gracias de la cultura.
Una lectura que te pasea dulcemente por las necesidades de la infancia para alcanzar una sociedad más a la medida de los niños. Una sociedad que nos urge. Una sociedad que recupere, porque nunca es tarde, el asombro perdido.
