
Desde hace algún tiempo vivimos en un pueblo. Un pueblo pequeño. Nunca antes, desde que dejé Caravaca para estudiar en Madrid, había residido en una población tan pequeña. Siempre he ido mudándome de ciudad en ciudad desde la capital de España: Granada, Jaén, Cartagena, Murcia… Y, sin duda, ahora estoy conociendo las muchas bondades de vivir en un pueblo.
Imagino que aquellos que lo han experimentado sabrán de qué hablo. A diario nos movemos, incluso con los pequeños, en bici o andando. Guardo fotografías, que con los años serán maravillosos recuerdos, de nocturnos picnics improvisados en la puerta de algún vecino. Por las mañanas, se escuchan -sólo- los pájaros desde el patio. El sonido de las campanas de la única iglesia va desvelando las horas del día, y la noche. De todos es sabido, además, que hay menos contaminación ambiental y el aire es más puro y más fresco.
Pero es que, además, este pueblo tiene sus virtudes particulares. Estar a 15 minutos de Murcia ciudad facilita que sigamos disfrutando del ocio y tiempo libre que nos interesa y nos divierte sin tener que renunciar a un tipo de hogar y vivienda que en mitad de la urbe sería impensable.
Las inversiones e infraestructuras megalíticas de las ‘cities’ se suplen con espacios adaptados, actuales y sostenibles; con proyectos de recuperación patrimonial e histórica y con creativas e ingeniosas propuestas.
Así, por ejemplo, en nuestras salidas al parque por la tarde podemos ir leyendo, de camino, las decenas de poemas que salpican todo el centro con textos de muchos de los más grandes autores de la literatura universal: Lorca, Quevedo, Neruda, Rosalía de Castro, Gabriela Mistral, Cernuda o Carmen Conde. Una ruta poética que embellece, sin duda, el recorrido e instruye y obsequia el alma.
Y si de ilustrar y educar hablamos, se han ido instalando unos ‘totems’ o ‘mupis’ en aquellos lugares en los que nacieron sus vecinos más ilustres, los hijos predilectos, en los que se recogen sus vidas y hazañas. Una buena forma de reconocer el patrimonio inmaterial más valioso de un pueblo: sus buenas gentes. Desde doctores en Física y Química, cardiólogos e investigadores a combatientes en ‘La Nueve’ que liberaron París que sirven de referente y ejemplo a jóvenes y adolescentes.
Una vez al año, el municipio se convierten, también, en escenario de la Comedia del Arte con los peculiares personajes de este género teatral tomando sus calles y sus casas, pues actores llegados de diversos puntos del planeta conviven con los vecinos que los acogen en sus propios hogares; gracias al festival de música y artes escénicas ‘Lorquí Renacentista’. Durante tres años consecutivos Pulcinella ha dejado su Nápoles natal para ‘ocupar’ nuestra residencia. ¡Una experiencia inolvidable!
Vivir en un pueblo me ha enseñado que habitar un lugar es, sin duda, mucho más que transitarlo. Habitar un pueblo es vivirlo, revivirlo, disfrutarlo y padecerlo, conocerlo, cuidarlo y, siempre, mejorarlo.
