Un salvavidas y un kit de emergencia

Después del sobresalto inicial tras conocer el alcance del ‘gran apagón’ que el pasado 28 de abril dejaba a casi toda España –y otros países cercanos –sin energía eléctrica, son muchas las reflexiones que este incidente ha suscitado, tanto en la población general como en aquellos que ostentan ciertas responsabilidades sociales. En mi caso, lo acontecido, además de la lógica preocupación por no estar cerca de mis hijos –algo que me imagino que se agravaría en el caso de aquellos que, por ejemplo, se encontraban atrapados en un tren a muchos kilómetros de su casa –me permitió aprender dos cosas importantes.

En primer lugar, las más inmediata, fue la necesidad de contar en casa con determinados útiles, materiales y equipos que hagan más fácil la espera hasta el restablecimiento  de la normalidad. Hace tan sólo unas semanas que la Unión Europea recomendaba un ‘kit de supervivencia de 72 horas’. Tengo que reconocer que, a priori, esta propuesta me pareció un poco alarmista, quizás porque muchos la asociamos a las tensas relaciones internacionales entre importantes potencias. Pero después de la experiencia, y acordándome también de lo ocurrido las horas posteriores a la última Dana, soy una firme defensora de esta medida de previsión.

Por mi trabajo, pasé la tarde entre gestiones y menesteres relacionados con la respuesta institucional a la población, por lo que cuando llegué a casa, con la noche ya en ciernes, era demasiado tarde para proveerse de cualquier elemento de este tipo. Ni linternas, ni pilas, ni baterías externas… ni siquiera una radio clásica. ¡Cuánto me acordé del antiguo transistor de mi padre! La oscuridad la solventamos con velas, al estilo más tradicional, pero la sensación de desinformación sí que me angustiaba. Por suerte en el coche teníamos reserva de gasolina y podíamos acudir a escuchar la última hora.

Mi Hombre del Renacimiento, que es un poco más ‘flow’, disfrutaba de algún modo la situación. Les contó a mis hijos que íbamos a cenar como en el siglo XVIII a la tenue luz de los cirios. Sin embargo, yo por mi carácter más práctico sentí cierta ansiedad por los trastornos.

De este modo, ya he empezado a almacenar algunos enseres que he ido localizando por Internet: lámparas solares y de pilas, linternas, una batería e incluso una radio de ‘emergencia’ que se recarga con una manivela, con el sol y con un cable y que además sirve de linterna y de cargador del móvil. Estoy descubriendo una versión mía al más puro estilo ‘scout’. También he prometido preparar un ‘kit’ a mi madre.

Y es que, y aquí va la segunda consideración, lo que más desasosiego e incertidumbre me provocó fue no saber nada de mis familiares durante tantas horas y en tales condiciones. La ausencia de luz me incomodaba pero, sin duda, fue la incomunicación lo que de verdad me angustió. Su presencia y su voz son mi salvavidas de emergencia. Sin duda, hablar con ellos pasadas las doce y media de la madrugada fue lo único que me devolvió la paz en aquellas horas de alboroto y revuelo.