Ciudades desdibujadas

No soy mujer de grandes vicios. Aunque si hay algo de lo que disfruto especialmente es de viajar, conocer nuevos rincones y pasear otras ciudades. Desde que somos padres hemos tenido que adaptar, un poco, nuestras escapadas y aventuras para hacerlas más asequibles a nuestros hijos, sobre todo en tiempos y distancias, pues afortunadamente en gustos nos acompañan bastante e igual disfrutan de una tarde en un nuevo parque al aire libre que de un museo sacro o una pinacoteca.

Así, habitualmente hacemos viajes en ruta que nos permiten visitar diferentes localidades sin largos trayectos en coche que los puedan desesperar. Salimos muy temprano en la mañana, con los pijamas aún puestos, y paramos a tomar un café cuando se despiertan; buscamos un destino bonito para comer y jugar en el parque y aprovechamos la hora de la siesta para el último recorrido hasta el lugar seleccionado para pernoctar. En este caso, al ser una o dos noches, como máximo, elegimos un bonito hotel céntrico que nos permita transitar lo principal de esta ciudad. Así, hasta llegar al destino principal, las jornadas que fuesen necesarias.

Con el nacimiento de nuestro primogénito probamos una fórmula que nos ha ido bastante bien y que tratamos de mantener siempre que nos resulta posible. Las estancias más largas las realizamos en apartamentos que nos dan mayor libertad en cuanto a horarios y opciones de desayunos, comidas y/o cenas, tratando de respetar sus tiempos de sueño y descanso.

Sin embargo, somos conscientes de los perjuicios y agravios de este nuevo modelo de estancias turísticas y de su vertiginosa popularidad, de ahí que tratemos de alternar las opciones y de hacer un uso responsable de estos recursos.

Hace unos días leía en prensa internacional como los colegios del centro de París, ni más ni menos, agonizaban y se quedaban sin alumnado porque las familias habían abandonado la zona ante la imposibilidad de pagar los desorbitados costes de estos hogares y por la incomodidad de convivir, a diario, con miles de turistas llegados de todas partes del mundo.

Pero esto no es algo aislado. Durante diez días hemos alojado en casa a un artista napolitano que viajaba a la Región para participar en la Semana de la Comedia del Arte de Lorquí. Es la tercera vez que lo hacemos gracias al proyecto ‘Acoge un comediante’ para hacer convivir a los vecinos del pueblo con las decenas de actores nacionales e internacionales que llenan estos días las calles del municipio. Danielle, que así se llama, nos comentaba como en la zona histórica de Bolonia, lugar en el que reside, no queda ni uno sólo de los comercios o establecimientos tradicionales que hace unos años ocupaban los locales y bajos de los edificios. “Ahora son todo franquicias y tiendas de souvenirs”.

Sin duda creo que esta es una asignatura pendiente para un futuro y una sociedad que quiere apostar por la sostenibilidad. No sé si la solución pasará por las tasas turísticas que se están cobrando en numerosos lugares como Venecia, Ámsterdam o Lisboa; pero administraciones y sociedad debemos hacer una profunda reflexión y compromiso si queremos continuar viajando a destinos que sigan manteniendo y conservando toda su esencia e identidad.

Que la vergüenza cambie de bando

Celebramos hoy el Día Internacional de la Mujer y, sin duda, no son comparables nuestra oportunidades y circunstancias con las que en su día tuvieron nuestras madres y, por supuesto, abuelas. Se ha luchado tanto y se ha logrado mucho. Sin embargo, sobra decir que aún a diario nos enfrentamos a injusticias y desigualdades profesionales, personales, familiares y sociales que nos sitúan en una clara posición de desventaja.  Por no hablar de la secuela o condición más horrible y destructora de esta desigualdad: la violencia que se ejerce contra la mujer. Entendiéndose ésta como violencia física, verbal, emocional o, incluso, sexual; aunque haya quienes se empeñen en negar o desatender este tipo de reivindicaciones tan necesarias.

Precisamente, hace unos día, tras varias recomendaciones, conseguía completar la serie ‘Querer’. En tan sólo cuatro capítulos recoge y refleja la historia de tantísimos matrimonios de aquellas generaciones –y cuyos roles se reproducen aún todavía –en los que a través de una estructura patriarcal y de sumisión invalidan y anulan cualquier deseo o voluntad de la mujer; atrapada económica, social y afectivamente. Un sometimiento que incluso se considera ‘normal’ en la intimidad de un matrimonio por los más allegados de quien por fin decide denunciarlo.

La serie plantea una cuestión, a través del entorno de la víctima, que me resulta tremendamente interesante ¿Qué credibilidad puede tener una mujer que ha permanecido silenciada, viviendo esos supuestos abusos, durante más de 30 años? ¿Puede ser víctima una mujer que no ha sido golpeada jamás por su marido? ¿Dónde ponemos el límite al consentimiento sexual y al ‘deber conyugal’? ¿Por qué es más difícil dar verosimilitud a la violación intramatrimonial?

Cómo es posible que el juicio social sea tan abrupto y despiadado con estas víctimas que sufren hasta la reprobación y el descrédito de sus propios hijos. Debe ser desgarrador sentirse violada, sola y, además, juzgada por tu condición de mujer. Hemos normalizado y sistematizado tanto ciertos patrones y roles en desuso que ‘no nos parece para tanto’ la fatalidad de estas esposas.

Y por si el juicio social no fuera suficiente, a veces, también el proceso judicial se pone de su contra. Como es el caso, se dictan sentencias, a diario, en las que los “hechos no se consideran suficientemente probados”, lo que no implica, por otra parte, que no hayan existido. La justicia desgraciadamente en determinadas ocasiones no restituye el daño de la víctima y a ésta le toca perder.

Sin embargo, el desenlace de la mini serie, que es la primera que dirige Alauda Ruiz Azúa, Goya a la Mejor Dirección Novel por ‘Cinco Lobitos’, recoge como la vida, de algún modo, restablece y repone esos agravios y dolor.

Sigamos luchando porque la justicia sea cada vez más justa y porque las futuras sociedades condenen y erradiquen cualquier tipo de violencia y que sean los agresores los que deban enfrentarse al juicio y al descrédito. Que la vergüenza, por fin, cambie de bando (Pelicto, Gisèle).

Feliz Día Internacional de la Mujer.

Viviendo de prisa

Desde hace algún tiempo tengo la sensación de querer escapar de una vida y una sociedad frenética. Me he sorprendido repitiendo en diferentes contextos y ocasiones aquello de querer bajarse del mundo. Yo no sé si lo que ha cambiado es el entorno y el ambiente general o son mis prioridades, condiciones y circunstancias, pero ya no me siento cómoda en esta delirante, agitada y arrebatada realidad.

Yo, que he sido jefa de redacción de un periódico y he vivido instalada en la inmediatez y la ‘última hora’. Yo, que he disfrutado de la adrenalina de la velocidad y la euforia. Yo, que fundamentaba mi existencia en la eficiencia: cumplir tareas y objetivos. Yo, ahora, me caigo de este mundo.

Siempre con prisas, siempre corriendo y cada noche he sentido la frustración de no llegar a nada y de perderme tantas cosas. Como dice la canción de Alejandro Sanz que da título a este artículo “he malgastado mis fuerzas, viviendo de prisa” y “ya me cansé de vivir” así.

No quiero criar y educar a mis hijos en una sociedad ansiosa y estresada. No quiero que reproduzcan estos patrones de existencias autómatas. Sin duda, yo sola no puedo revertir esta inclinación y tendencia universal, pero he decidido empezar por mí y mi hogar. No es fácil nadar a contracorriente, incluso tendré que luchar contra mi propia inercia y herencia, pero será el canon por una más equilibrada salud física y mental.

Deseo poder disfrutar de cada día sin pasar por alto momentos e instantes que no se repetirán, sin apreciar la fortuna que hay en lo que erróneamente consideramos pequeño e insignificante.

Siento que necesito tiempo para estar en casa y tomar un café en nuestro patio mientras los observo jugar, hacer repostería en familia o, simplemente, darles un baño pausado como si ‘estuviéramos en un spa’, como dice Alejandro.

Me paso al ‘slow life’ -vida lenta -que propone un estilo de vida contrario a la tendencia del vertiginoso ritmo occidental que nos lleva a enfermar. Quiero una vida pausada, centrada en cultivar nuestras curiosidades, en priorizar nuestras inquietudes y en escuchar nuestro cuerpo. Una tendencia que incide en el descanso, en la alimentación, en nuestra relación con la naturaleza, en el contacto con los ‘nuestros’ y en la sostenibilidad de quedarnos sólo con aquello que nos hace feliz evitando el consumismo y acumular.

Un estilo de vida centrado en el presente y en el que no me importe ‘perder el tiempo’. Una forma de vivir que resulte un elogio de la serenidad.