Pequeña vida mía

No puedo mirar atrás sin emocionarme y pensar cuánto hemos construido en estos dos años. Es cierto que he descansado muy poco y he dormido menos aún… pero cuánto nos hemos entretenido, hija mía. Sin duda, también hubo lágrimas –sobre todo por mi parte-, pues los comienzos no fueron sencillos y pusiste patas arriba nuestra más o menos manejable y cómoda familia de tres. Hubo que reordenar de nuevo nuestro pequeño mundo.

Llegaste un mes de febrero, al igual que el resto de ‘mujeres de mi vida’: mi madre, mi hermana y mi sobrina, como una carambola, o quizás no, del destino. Y yo empecé a temer. A veces, temí acontecimientos y supuestos lógicos y racionales, como cualquier madre; pero otras, también, recelé disparatadas y equivocadas figuraciones e hipótesis. Temí ausencias en la vida de tu hermano. Temí su sentimiento de ‘abandono’. Temí no encontrarte tu lugar. Pero sobre todo, temí no saberte querer.

¡Qué confundida y desatinada!

Cómo no iba a amarte. Cómo no amar esa lengua de trapo que se esfuerza en hablar incluso por encima de sus posibilidades haciéndose entender de un modo tan determinante que ojalá muchas mujeres copiásemos. Cómo no amar tu melena indomable, reflejo de tu propio carácter, que acaba en esos preciosos bucles, y que con tanto garbo y desparpajo te retiras del rostro. Cómo no dejarme conquistar por esa ‘gracieja’ innata y natural con la que impregnas cada gesto, cada palabra y cada mueca.

Eres rotunda en tus ideas y propósitos, pero también en tu forma de querer. Eres desconfiada, aunque sólo te dure unos instantes. Eres la alegría y el regocijo más inocente, sano y exagerado que he conocido. Eres ruido y carcajada. Divertida, risueña y tremendamente astuta. Independiente y autónoma más allá de lo que le corresponde a tus dos años. Como tu padre dice” si por ella fuera se cambiaba sola los pañales”.

Hija mía, a veces me recuerdas tanto a él –tu abuelo-. Hasta en eso has venido a halagarme. Es suya tu sonrisa socarrona y esas tremendas ganas tuyas de vivir. Sois de esa clase de personas a las que se celebra y disfruta y por las que los demás nos sentimos irremisiblemente atraídos.

¡Y qué caprichoso el tiempo!

Revisando fotos de entonces, hoy me cuesta creer que algún día fuiste tan bebé. Sin embargo, mientras te amamanto en mi regazo y recibo tu mirada mansa, dócil, serena y casi esquiva siento que poco ha cambiado en estos años y me parece que pudo ser ayer.

Tu presencia y existencia nos ha confirmado algo una vez más: los hijos llegáis a nosotros para agrandarnos el corazón. Para enseñarnos a amar de otro modo. Porque, pequeña Julia, ya no podemos (casi) recordar nuestra vida sin ti. En estos dos años que ahora te celebramos has sumados minutos imborrables y definitivos a nuestras vidas y familia. 

Existencias que hoy tiene un aún más poderoso sentido gracias a ti. ¡Felicidades, vida mía!